El cardenal considera que la apuesta de la Iglesia y de toda la sociedad debe ser en favor de la vida y de la convivencia pacífica, por eso han optado por mantener las actividades religiosas y sociales durante esta próxima Semana Santa a pesar de la crisis. Dice que la superación de la misma supone “sentarse y negociar, aunque pareciera que uno estuviera claudicando”, publica Crónica Uno.
Por Erick Mayora @esmayora 7 abril, 2019
Recibe al equipo de Crónica.Uno en su oficina, justo 24 horas después de que acompañara a la directiva de la Conferencia Episcopal de Venezuela (CEV) en una rueda de prensa donde los obispos denunciaron delitos de lesa humanidad, calificaron de “grave” el llamado de Nicolás Maduro a los grupos de choque —también conocidos como “colectivos”— a defender la Revolución y expresaron la necesidad de que se concrete el cambio exigido por la mayoría de los venezolanos.
Él es monseñor Baltazar Porras, cardenal de la Iglesia Católica venezolana desde 2016, arzobispo metropolitano de Mérida desde 1991 y administrador apostólico de la Arquidiócesis de Caracas desde julio de 2018.
Convencido de que la apuesta de la sociedad venezolana en este momento tiene que ser a favor de una convivencia pacífica, el cardenal rechaza las acciones violentas de civiles armados en contra de la población y sostiene que “este llamado que se está haciendo a los colectivos para que defiendan la Revolución es un llamado a la guerra, es un llamado a la muerte, y aquí tenemos que trabajar es por la vida”.
Monseñor, Venezuela vive una situación inédita, una profunda crisis. ¿Cómo se prepara la Iglesia para vivir esta Semana Santa 2019 en ese contexto?
—En la Iglesia, durante toda esta Cuaresma, hemos reflexionado sobre qué hacer y qué ofrecer. En primer lugar está la campaña compartir, a través de la cual llevamos adelante un seguimiento y acompañamiento en todo el país, sobre todo a las personas mayores que se han quedado solas por la migración, lo que lleva a una falta de afecto por la lejanía de los seres queridos. Esto ha provocado en muchos situaciones de depresión y, en algunos casos, conatos de suicidio.
En segundo lugar, a pesar de toda la crisis, de todas las dificultades que hay por agua, transporte, electricidad, hemos asumido no suspender ningún tipo de actividad o programa que se tiene, no solo de tipo religioso (viacrucis, procesiones) sino también de tipo social (ollas comunitarias). Aquí nos hemos encontrado con el escollo de autoridades que a veces lo han impedido. Es novedoso y curioso que en algunas zonas populares se ha amenazado a la gente que ayuda en la parroquia para la olla solidaria, por ejemplo. Hacer eso es visto como si fuese una acción en contra del Gobierno.
En tercer lugar, hemos impulsado durante esta Cuaresma una iniciativa que arrancamos en Adviento, el Centro Pastoral Monseñor Arias Blanco, para la formación en ciudadanía y en vocación cristiana.
Es decir, estamos viviendo una situación en parte inédita, pero que está marcada sobre todo por el incremento del miedo y la represión, lo que genera un sentimiento de que aquí no se puede hacer nada, de cerrase y de abandonar todo tipo de esperanza, y por eso este Centro, con el que estamos formando para tener conciencia de que las dificultades —que son reales y cuesta arriba— requieren poner muy en alto los valores de la solidaridad y de la fraternidad. Estas acciones tienen un componente de ayuda humanitaria pero también de crecimiento y de fortaleza espiritual de quienes participan y de quienes lo llevan adelante.
Usted habla de algunos episodios en los que se han impedido actividades sociales de la Iglesia en diferentes comunidades…
—Sí. Ha pasado con el tema de las ollas solidarias, con el tema de la medicina, el tema del agua… En algunos sitios no nos han dejado, siquiera, que una cisterna llegue a los depósitos de agua de una parroquia, con la cual se pueda trabajar en la elaboración de la misma comida que se hacer llegar a las personas más necesitadas de la comunidad.
¿Cómo están haciendo los párrocos, las religiosas, los laicos comprometidos frente a esas situaciones?
—Se está asumiendo con una gran calma y con mucha serenidad, no buscando enfrentamiento sino el convencimiento. Cuando hay el acompañamiento de la comunidad, la gente ve que la acción de la Iglesia es una acción para responder a una comunidad que es de todos, no de un grupo. Entonces, frente a los colectivos o dirigentes fanatizados que se acercan de forma violenta, uno puede dar un paso atrás, pues no se trata de ver quién asoma la bandera del éxito, de lo que se trata es de ver cómo se ayuda en una necesidad. No es fácil, pero es un aprendizaje de cómo trabajar pacíficamente en medio de situaciones que llaman más bien al conflicto y a generar odios y violencia.
Monseñor, producto de toda esta crisis, ¿hay un retiro de la gente, de los creyentes, de las iglesias?
—Todo lo contrario. Toda esta situación lo que ha generado es una necesidad mayor de valores espirituales. Y esto es importante, porque ciertamente nos falta lo material, el agua, la electricidad, la comida, la medicina. Pero esto se puede sobrellevar y superar si existen unos valores: el respeto a la vida, la ayuda mutua, ocuparnos de los más vulnerables.
Se genera en las comunidades una cultura de la solidaridad, eso hay que reconocerlo. En una reunión que tuvimos los obispos ayer (2 de abril) decíamos que en medio de la escasez, la solidaridad es uno de los gestos que aparece de un modo muy significativo. Nunca falta quien lleve una papita, unos granos, un poco de carne. Con todo esto metido en una misma olla se le puede dar de comer a mucha gente.
¿Usted como pastor de la Iglesia está viendo que los sacerdotes y las religiosas están acompañando a la gente en medio de tantas necesidades, de tantas complicaciones cotidianas?
—Sí, verdaderamente se están dando casos de lo que es una verdadera ayuda samaritana. En medio de la necesidad, incluso de la necesidad propia que viven los sacerdotes, las religiosas, sobresale la necesidad mayor del prójimo, del que está al lado. Y creo que esto es un testimonio que hoy ayuda y que incentiva a otros a participar en actividades de distinto tipo en favor de la gente.
En este contexto de emergencia humanitaria, ¿usted puede explicarnos cuál va a ser el papel de la Iglesia Católica en el ingreso de la ayuda humanitaria anunciado por la Cruz Roja Internacional en días recientes?
—Hay varias cosas que decir sobre este punto. El hecho de que la Cruz Roja, un poco tardíamente, haya llegado con los protocolos internacionales en esta materia, y que haya logrado hablar con las distintas partes, es el reconocimiento de algo que se estaba negando de forma sistemática.
Habría que decir que hoy la ayuda humanitaria en Venezuela no es solo para los más vulnerables, sino prácticamente para toda la población, ya que la carencia de insumos para la vida diaria afecta no solo a los más débiles sino a todos los venezolanos.
El acompañamiento nuestro está en el sentido de garantizar que todo aquello que se haga, se haga con la participación exclusiva de la sociedad civil. Esto no puede ser una bandera para algún ente oficial o político. La Cruz Roja espera que se garantice la entrada de todo lo que venga, y en el proceso de distribución y de control social es donde, no solamente Caritas, sino las otras ONG, podremos actuar.
Todavía no está claro, no está definido, qué es lo que va a llegar y cuándo va a llegar. Una vez que esté, lo que hemos dicho es que si se hace de forma transparente, primero con el liderazgo de la Cruz Roja, pero después con la participación de diferentes actores sin interferencia oficial, pues podrán contar con nosotros. Si no, habrá que denunciarlo. En algunas declaraciones oficiales han querido manejarlo como un éxito del Gobierno y eso no tiene ningún sentido. Las necesidades de la gente, que van más allá de los intereses partidistas de cualquier lado, no se deben desvirtuar.
¿Cuál es la valoración que usted hace sobre el manejo del tema de la ayuda humanitaria durante los meses de enero y febrero por los distintos actores?
—Hasta ahora se ha manejado muy mal. Y precisamente por esto, si se logra hacer de la manera más transparente, como se está planteando, conseguiremos los resultados esperados.
No se trata solo de la ayuda que va a entrar por la Cruz Roja. En Venezuela, no solamente Cáritas sino muchas ONG y distintos grupos están trabajando en este campo desde hace años; cada uno en su área: atención a niños, enfermos renales, pacientes con cáncer, otros con Sida, en fin, es mucho lo que se está haciendo. Sin embargo, todo eso es una gota de agua en medio de un océano que requiere de muchas otras cosas.
Ojalá que esto abra también la posibilidad de que cesen tantas interferencias en el trabajo de las ONG, las cuales, además, tienen que trabajar teniendo en cuenta que los donantes no nos dan así como quien da caramelos para una piñata. Hay que rendir cuentas a los donantes; ellos no están botando las cosas, sino que quieren que las cosas lleguen precisamente a quienes las necesitan. Es bueno y absolutamente necesario que los que lo están dando sepan que eso llegará realmente a quien lo necesita.