“Ha llegado el momento”, dijo el general Jalifa Haftar en un mensaje de audio difundido por el autodenominado Ejército Nacional Libio (ENL) el jueves 4 de abril. Un día antes había ordenado a sus tropas, que controlan la mitad este del país, avanzar sobre Trípoli. La capital es la sede del Gobierno de Unidad Nacional (GUN), que cuenta con el respaldo de distintas milicias locales y de la ONU.
Por Darío Mizrahi / Infobae
El ENL es el brazo armado de la Cámara de Representantes, la otra autoridad política que reclama soberanía sobre el territorio libio, con base en la ciudad de Tobruk. Si bien el presidente del cuerpo es Aguila Saleh Issa, el hombre fuerte es Haftar.
El mariscal de campo dice que su objetivo es restaurar la seguridad y erradicar a los grupos radicalizados de la gran ciudad. Pero lo cierto es que, desde que liberó a Bengasi en julio de 2017, se propuso extender su presencia a todo el país y unificar al gobierno bajo su mando, poniendo fin a ocho años de anarquía y guerra civil.
Las fuerzas que respaldan al GUN reaccionaron de inmediato y los combates ya llevan más de una semana. Según el último reporte de la Organización Mundial de la Salud, 56 personas murieron y 266 resultaron heridas en los alrededores de Trípoli. La ONU pidió un cese de hostilidades y una reanudación de los diálogos de paz, pero todo indica que el conflicto continuará dirimiéndose a través de las armas en lo inmediato.
“La mayor parte del poder de Haftar viene del apoyo que consigue desde afuera, ya sea en términos de financiamiento o de armamento. Hay varios países que lo respaldan. Entre ellos, los Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Rusia y Francia. Emergió en 2014, cuando decidió lanzar un ataque contra los ‘extremistas’ a través de la llamada operación Dignidad. Desde entonces, ha conseguido aparecer como un hombre muy potente, al que hay que tener en cuenta”, explicó Barah Mikail, director de Stractegia Consulting y profesor del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Saint Louis de Madrid, consultado por Infobae.
De mano derecha de Gaddafi a su peor enemigo
Haftar nació en 1943 en Ajdabiya, una ciudad ubicada en el noroeste de Libia. Se inscribió en la academia militar a los 21 años y profundizó su entrenamiento en la Unión Soviética y en Egipto. Siendo un joven oficial, se sumó al golpe militar del 1 de septiembre de 1969, liderado por el coronel Muammar Gaddafi, que puso fin a la monarquía de Idris I.
Con el correr de los años, fue escalando posiciones en el nuevo régimen, acercándose cada vez más al entorno del “líder fraternal”, como se hacía llamar Gaddafi. En los 80, Haftar ya era uno de los generales en los que más confiaba.
En 1986 lo puso a cargo de las tropas libias que intervinieron en la Guerra de los Toyota, por el control del norte de Chad. Esa misión desencadenó el mayor vuelco en la vida de Haftar. En 1987 fue capturado por soldados chadianos, que expulsaron a los libios del país tras muchos años de intervención.
Después de la derrota, Gaddafi, que había negado tener personal militar en el país vecino, desconoció a su fiel servidor. Haftar no soportó la traición. Desde ese momento, empezó a trabajar para derrocar a quien había sido su mento
Desde Chad, planeó una invasión a Libia que contó con el apoyo de Estados Unidos y de otras potencias occidentales, que veían con preocupación el alineamiento de Gaddafi con la Unión Soviética. Pero la operación fue un fiasco y Haftar tuvo que ser evacuado del país por un helicóptero de la CIA, según cuenta John Lee Anderson, que lo entrevistó para un artículo publicado en The New Yorker.
Haftar obtuvo la ciudadanía estadounidense y se radicó en Virginia. Si bien siguió relacionado por un tiempo a la central de inteligencia, y participó de otros intentos fallidos de desestabilizar a Gaddafi, el reconocido periodista sostiene que cortó sus vínculos hace muchos años.
La caída de Gaddafi
Haftar estaba prácticamente retirado de la vida pública en 2011. Sin embargo, una inesperada ola de revueltas populares cambió drásticamente la historia de muchos países del norte de África y de Medio Oriente. La “Primavera Árabe” —que terminó siendo un infierno más que una primavera— puso en jaque al gobierno de Gaddafi, que reaccionó con una represión brutal.
El mariscal vio entonces una oportunidad para regresar a su país en busca de revancha. Estuvo al frente de un pequeño grupo que le asestó algunos golpes al régimen, aunque no fue decisivo para su caída. El 20 de octubre de 2011, milicianos encontraron a Gaddafi escondido en un tubo de drenaje y lo mataron. Todo quedó registrado en videos que recorrieron el mundo.
En julio de 2012, Libia celebró elecciones por primera vez en 60 años, para conformar al flamante Congreso General de la Nación (CGN), que eligió como primer ministro al moderado Alí Zeidan, abogado de derechos humanos. Pero la ilusión de estabilidad democrática se desvaneció en pocos meses. El CGN no llegó nunca a hacer pie y en todo el territorio nacional comenzaron a proliferar grupos armados, muchos de ellos de orientación islamista.
El caos se acentuó después del 11 de septiembre de 2012, cuando un grupo extremista entró al predio del consulado estadounidense en Bengasi y lo prendió fuego. El embajador Christopher Stevens y otros tres ciudadanos fueron asesinados.
El atentado fue perpetrado con la intención de apurar la retirada de Washington, que había sido determinante en la derrota de Gaddafi a través de una campaña aérea propiciada por la OTAN. El objetivo se cumplió, porque el gobierno de Barack Obama ordenó poco después la salida de casi todo el personal civil y militar.
Bengasi cayó casi de inmediato en manos de organizaciones terroristas vinculadas a ISIS. Libia se convirtió en un estado fallido, en un compendio de poderes locales precarios y enfrentados entre sí, que imponen su autoridad exclusivamente a través de las armas. Además de los miles de muertos, millones de personas fueron desplazadas de sus casas o abandonaron el país.
Por sus fronteras porosas, la ausencia de un orden centralizado y su ubicación geográfica estratégica, se transformó en el paso predilecto para los contrabandistas de personas, que llevan a cientos de miles de migrantes a cruzar el Mediterráneo en embarcaciones precarias para llegar a Europa. Muchos mueren en el camino.
En ese momento de confusión generalizada, Haftar, que había quedado en un segundo plano tras la caída de Gaddafi, protagonizó su segunda resurrección. En mayo de 2014 lanzó la Operación Dignidad, para erradicar a los grupos islamistas del país. Gracias a los triunfos que obtuvo en sus primeras campañas, fue declarado comandante del Ejército Nacional Libio y mariscal de campo por la Cámara de Representantes de Libia (CRL), creada para reemplazar al desprestigiado CGN.
“Múltiples factores han contribuido en la consolidación del poder de Haftar. Inicialmente, apeló a los antiislamistas, a algunos de los ex líderes militares de Gaddafi, y a algunas tribus de Cirenaica (región situada en la costa noreste). Una vez que obtuvo influencia en esta parte del país, formó alianzas con otras tribus prominentes, que le permitieron fortalecer su autoridad. Haftar logró manipular la desesperación de muchos libios que querían poner fin al conflicto y a la guerra civil que ha envuelto al país desde 2011. Cuando una población está desesperada, se muestra dispuesta a entregar todo a cambio de seguridad, incluso si el costo es más autoritarismo y menos libertad”, dijo a Infobae Al-Hamzeh Al-Shadeedi, investigador del Instituto Clingendael para las Relaciones Internacionales.
La lucha por el poder
Cuando se suponía que el CGN se iba a disolver para dejarle su lugar a la CRL, fue ocupado por una coalición de milicias llamadas Amanecer Libio, que pasó a controlar Trípoli y se negó a reconocerla. La Cámara no pudo instalarse en la capital del país y debió desplazar su sede a Tobruk. Así comenzó la disputa entre los dos poderes que se proclaman representantes genuinos del pueblo libio.
En un primer momento, la ONU reconoció como única autoridad legítima a la CRL, pero Amanecer Libio fue expulsado de la capital en marzo de 2016, y en su lugar se formó el Gobierno de Unidad Popular. De éste emanó como órgano ejecutivo el Consejo Presidencial, a cargo de Fayez al-Sarraj, que pasó a contar con el apoyo de las Naciones Unidas.
Entonces, se invirtieron los roles. La CRL debía reconocer al nuevo gobierno, pero no lo hizo, porque no estaba dispuesta a perder la centralidad que había ganado. Como resultado, se mantiene la bicefalia entre Trípoli y Tobruk.
Haftar logró su mayor éxito militar el 5 de julio de 2017, cuando anunció la liberación de Bengasi. En los meses siguientes acudió a diálogos de paz en París con Al-Sarraj, mediados por el presidente Emmanuel Macron, pero al mismo tiempo seguía extendiendo su control territorial.
“Haftar no habría podido consolidar su poder interno sin apoyo externo —dijo Al-Shadeedi—. La comunidad internacional ahora está dividida entre los países partidarios de Haftar, que son los Emiratos Árabes, Egipto, Francia y, en menor medida, Arabia Saudita y Rusia; y aquellos que lo toleran o no están dispuestos a impedir que consolide su autoridad en toda Libia. Solo Qatar y Turquía siguen oponiéndose a Haftar, pero no tienen tanto poder como las otras naciones involucradas en el conflicto”.
En febrero de 2019, avanzó sobre las principales ciudades del sur y recapturó importantes yacimientos petroleros. Era lo que necesitaba para animarse a dar el gran paso, la toma de Trípoli. “Haftar confió en la diplomacia para formar coaliciones frágiles entre tribus regionales, grupos étnicos y milicias. La velocidad con la que logró afirmar su posición en el sur de Libia ha sorprendido a la mayoría de los observadores, aunque su capacidad para mantener y expandir estas alianzas aún está por verse”, dijo a Infobae Ronald Bruce St John, doctor en relaciones internacionales de la Universidad de Denver, y autor de cinco libros sobre Libia.
El 3 de abril dio la orden y comenzó la peregrinación de sus soldados desde el oriente hasta Trípoli. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, estaba en la ciudad al mismo tiempo que empezaba el despliegue. Al día siguiente, viajó a Bengasi para reunirse con Haftar, pero sus intentos de convencerlo de un alto el fuego fueron vanos.
“Cuando comenzaron las operaciones militares, el 4 y 5 de abril, parecía que Haftar tenía el poder suficiente para tomar el control de la ciudad de la noche a la mañana, pero no fue el caso. Sus habilidades militares han sido considerablemente infladas por él mismo y por sus partidarios internos y externos. Y las milicias tripolitanas de dentro y fuera parecen dispuestas a trabajar juntas en su contra, presentando una lucha digna. Esto nos recuerda a sus promesas en 2014, cuando declaró que iba a tomar Bengasi en poco tiempo, y la guerra duró casi tres años. Lo mismo podría ocurrir en Trípoli, o incluso peor, ya que es más poblada y tiene una mayor importancia estratégica. Puede que la tome o que no lo consiga, pero a partir de ahora es difícil llegar a conclusiones concretas”, sostuvo Al-Shadeedi.
El ENL capturó el Aeropuerto Internacional de Trípoli esta semana, pero debió detener su avance a algunos kilómetros de la capital, en gran medida gracias al involucramiento de combatientes de la ciudad de Misurata en apoyo del GUN. Si bien Haftar intensificó su ofensiva con bombardeos sobre los barrios del sur de la ciudad, no está claro cómo piensa quebrar la resistencia de sus adversarios.
“Es importante darse cuenta de que ENL es un nombre inapropiado —dijo St John—. No es un ejército en el sentido convencional. Es una coalición de milicias con capacidades militares limitadas y poco interés en participar de enfrentamientos agudos. Además, su rápido desplazamiento desde el este de Libia, a través del sur, y ahora en los bordes de Trípoli, ha dejado sus líneas de comunicación y de suministro demasiado extendidas y vulnerables. En consecuencia, Haftar no está en posición de tomar Trípoli por la fuerza. Si quiere unificar el país bajo su mando tendrá que hacerlo a través de la diplomacia, persuadiendo a las milicias de la capital y, especialmente, a las experimentadas de Zintan y Misurata. En este punto, parece algo posible pero muy poco probable”.
Con todos estos elementos sobre la mesa, el académico proyectó tres posibles escenarios sobre el desenlace del conflicto. “El primero: Haftar avanza sobre Trípoli y tiene éxito. Es poco probable. El segundo: avanza y sufre una gran derrota militar. No es probable que se decida a dar el paso, pero si lo hiciera seguramente sería derrotado. El tercero: Haftar y el ENL permanecen en el sur de Trípoli. En este caso, utilizaría su éxito para consolidar su control sobre el este y el sur del país para mejorar su posición negociadora en la conferencia patrocinada por la ONU con la intención de formar un gobierno de coalición y programar nuevas elecciones. Estaba pautada para abril, pero fue suspendida. Queda por verse si se llevará a cabo o no”, concluyó St John.