El primer lugar común, el tic primigenio de la mentalidad electoralista consiste en asumir que los procesos electorales pueden imponerse o sobreponerse por encima de cualquier realidad.
En un país secuestrado y gobernado por delincuentes; donde el Estado de Derecho ha sido arrasado de forma sistemática; donde el poder electoral, controlado por el régimen organiza procesos electorales ilegales y fraudulentos; donde los más importantes partidos políticos democráticos han sido sacados de circulación por la fuerza y conducidos a la clandestinidad; donde los presos políticos se cuentan por centenares; donde la censura se ejerce de forma ilimitada; donde se secuestra y se detiene a periodistas y a dirigentes sociales y políticos, y se les golpea, roba, detiene y tortura; en medio de este ambiente, la mentalidad electoralista, desconociendo todos estos factores, despojada de todo rubor, reaparece y dice: la solución para Venezuela, con Maduro en el poder, es convocar a un proceso electoral.
En tanto que credo universal, panacea de uso ilimitado, ajena a los sentimientos y realidades que padecen los venezolanos, el electoralismo adopta una postura supremacista: se asume a sí mismo como una conducta superior, moralmente aventajada. El electoralismo se mira en el espejo y dice: soy el sumun de la política. Su segundo tic es justo ese: se pone en movimiento, a pesar del rechazo de la inmensa mayoría de los venezolanos y de todas las realidades que hacen inviable un proceso electoral bajo condiciones necesarias.
Su autocomplacencia lo conduce a este extremo: el electoralismo se ofrece como un campo abierto a delincuentes, violadores de los derechos humanos, torturadores, protagonistas de delitos de lesa humanidad. Es la consecuencia de su tercer tic mental: cualquiera puede ser candidato. Se ufana de lo ilimitado de su convocatoria. Cuando el electoralista dice que todos pueden competir, incluyendo a narcotraficantes, corruptos y demás especies afines, está poniendo en marcha un mecanismo de legitimación. Si Nicolás Maduro, jefe de un poder criminal; si los militares que protegen los envíos de cocaína a Centroamérica y México; si los asesinos de Fernando Albán; si los torturadores y los jefes de las bandas armadas que se hacen llamar colectivos; si los miembros venezolanos de las FARC y el ELN; si los miembros de ese cuerpo ilegal, ilegítimo y fraudulento que es la asamblea nacional constituyente; si los responsables de la destrucción del país; si todos los sujetos que han sido sancionados por distintos países, pueden participar como candidatos, entonces el proceso electoral no es tal, sino una herramienta al servicio del poder para limpiar expedientes y borrar crímenes que son imprescriptibles.
Además de lo anterior, y con esto vuelvo a la cuestión de las condiciones de un posible proceso electoral, de las que hablé con detalle en mi artículo de hace dos semanas: ¿un proceso electoral bajo las directrices de Conatel, dedicado a impedir el derecho de los ciudadanos a informarse, y a bloquear el acceso a portales informativos y páginas web? ¿Un proceso electoral con un Plan República dirigido por Padrino López, Hernández Dala y el resto del club de torturadores? ¿Un Plan República a cargo del Ceofanb, cuyo jefe, violando la Constitución, ha desconocido a Juan Guaidó Márquez, legítimo presidente de la legítima Asamblea Nacional y lanzado virulentos ataques a los medios de comunicación? ¿Un proceso electoral donde los centros electorales son asediados por bandas de motorizados armados, protegidas a su vez por funcionarios militares también armados? ¿Un proceso electoral sin suministro confiable de electricidad e internet? ¿Un proceso electoral con el transporte público colapsado? ¿Un proceso electoral con un cable submarino que conecta al poder venezolano con el poder cubano? ¿Hablan de un proceso electoral sin que, siquiera, se haya definido la ruta para la constitución de un nuevo Consejo Nacional Electoral? De esto trata el cuarto tic mental del electoralismo: que su propuesta desconoce los innumerables elementos y factores que garantizan un proceso electoral libre, transparente, equitativo y sustentable.
Por último, el quinto tic del electoralismo, en cierto modo su secreto u operación inconfesable: que no solo sirve para legitimar a los miembros del régimen, sino también a varias especies de gelatinosos, políticos que dicen ser demócratas y permanecen en silencio ante las atrocidades cometidas por el régimen; figuras-cometas que no se representan sino a sí mismos, que irrumpen cada tanto en el panorama bajo el encargo expreso de fracturar a la oposición desde adentro; señores de la ambivalencia y la opacidad, de los que no se sabe qué se proponen y cuáles son sus verdaderos objetivos.