Las imágenes de Venezuela que hoy publicamos en páginas de Internacional no tienen parangón. No se ha conocido el caso de otro país que en tiempos de paz haya pasado en pocos lustros de las más altas cotas de la riqueza mundial a verse sumido en un torrente de violencia y desolación. Venezuela es una nación destruida por su propio régimen político, arruinada económica, social e institucionalmente. Las fotografías de nuestros enviados especiales a Maracaibo, la capital de la industria petrolera, son de una dureza tal que no sería ético haberlas ignorado. Para aquellos que hasta hace apenas unos días se atrevían a justificar los desmanes de la dictadura chavista -diciendo que los venezolanos «al menos disfrutan de tres comidas al día»-, estas imágenes representan un testimonio contundente, una refutación inapelable, una evidencia directa de su infamia. La desnutrición masiva, el abandono de los hospitales, la violencia en las calles, el hambre y la falta de agua y electricidad son propias de una situación de guerra y, sin embargo, son la realidad en la que la dictadura ha sumido a todo un país que ya no tiene fuerzas ni para quejarse.
Lo que está pasando en Venezuela no se puede ignorar y ABC no lo podía callar. La fotografía de ese país desangrado y martirizado por sus propios dirigentes es más que una denuncia; es una acusación incontestable contra un régimen criminal que ha fracasado en todos los órdenes. Ante estas imágenes, no hay argumentos posibles para defender ni a Nicolás Maduro, ni a su predecesor ni a todos los miembros del aparato de la dictadura, que forzosamente deberían conocer lo que está sucediendo y no solo no hacen nada para remediarlo, sino que se empeñan en perpetuar los mismos errores que han provocado la catástrofe.
La historia será implacable con todos los que han contribuido a construir el mito del chavismo revolucionario y a sostenerlo contra viento y marea cuando más falta hacía provocar su caída. Los dirigentes de su sucursal política en España, que se beneficiaron del dinero que ahora necesitarían los venezolanos a cambio de intentar expandir esas perniciosas doctrinas en Europa, o el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, empeñado en mantener su equidistancia entre el chavismo y los demócratas a los que persigue, deberían dedicar siquiera unos minutos a contemplar estas imágenes, que sin duda tendrían que remover sus conciencias. Pero quien de verdad debería verlas es Nicolás Maduro, el principal causante de esta catástrofe, a pesar de que alguien que ha cometido la felonía de cerrar el paso a la ayuda humanitaria, que se comporta como un Nerón contemporáneo viendo arder a Venezuela entera, tal vez ni siquiera se conmueva por ello.