El venezolano celebra cada momento, indistintamente la situación que maneje o esté viviendo, es una persona que cualquier razón es motivo para compartir con la familia, amigos y conocidos, y esta particularidad ya es una referencia mundial, sobretodo ahora, que tiene más presencia en diferentes países.
Por: Karenys Peña Navarro | Primicia
Una de mas celebraciones que lleva muy arraigada es el homenaje a sus progenitores; cuyos domingos son los oportunos para el reencuentro, la risa, el disfrutar la gastronomía venezolana y brindar honor con detalles y regalos a quienes los han traído al mundo.
El caso de la celebración internacional del Día de las Madres se le conoce como el día para dar un puesto de gloria a las mujeres que cuidan, protegen y aman a sus hijos, de sangre y crianza, pues no solo les dan la vida, sino que los ayudan a construirla. Sin embargo, en los últimos años la situación social, política y económica del país ha llevado a darle otro tono a la festividad; incluso para algunas ya no representa ese matiz alegre y de reunión familiar con el que se solía arropar el segundo domingo de mayo de cada año.
La diáspora venezolana, como se le ha definido a la situación de migración, ha llevado a muchas personas a salir de sus hogares no sólo a buscar futuro, si no a cruzar fronteras para poder lograrlo y ayudar a sus familiares, que quedan sobreviviendo en casa. “Ya somos muchos los que estamos repartidos por el mundo, dejar la casa, el país, y tantas cosas que nos pertenecen, es difícil, pero lo más duro es estar lejos de quienes amamos, y no hay instante que no anhelemos tenerlos cerca”, expone Elisa Vivas, nacida y criada en Guayana y ahora inmigrante en Suecia.
“Te tienes que hacer la fuerte”
Sara Escalante, enviudó hace cinco años luego de casi 47 años de casada, tuvo tres hijos y estos le dieron ocho nietos en total; “el año pasado se fue el último de mis hijos, a Australia, el mayor está en Estados Unidos, el segundo se fue a España. Acá ya no podían continuar, incluso el último de mis nietos no lo conozco en persona porque mi nuera dio a luz allá en donde están”, dijo con nostalgia.
La señora Sara cuenta que a sus hijos les costó tomar la decisión de emigrar, sobretodo porque no querían dejarla sola. Sin embargo “como madre venezolana, te tienes que hacer la fuerte por tus hijos, para poder sacarlos adelante, tuve que decirles con aplomo que debían pensar ahora en la familia que habían decidido formar, y tenían que darles lo mejor, si ello era lejos, pues valdría el esfuerzo”, afirmó.
“Acá en la zona sólo me quedaba mi hermana mayor, y algunas amistades que hice en la vida; mi hermana no tuvo hijos, ella vendió su apartamento y se vino a vivir conmigo, estamos ahora las dos, como cuando éramos solteras y vivíamos juntas”, manifestó.
En su historia, también hay varios cuentos de amistades que viven, de diversos modos, también la ausencia de familiares. “Sé que esto va a pasar, tengo fe que podré tener a mis hijos conmigo nuevamente, a mis nietos, que podremos estar juntos como una familia, como debe ser, entiendo que los hijos deben irse de casa, pero no así, no por esto”, confesó. “Sé que mi día de las madres estaré en casa con mi hermana, quizás nos reunamos con algunas amigas, pero eso será luego de recibir la llamada de mis hijos; ahora no suelto el teléfono, antes no me gustaba ese aparato, pero es la única forma que tengo para poder sentirlos cerca”.
“Podré aguantar la distancia por él”
Yuri Aguado, se casó hace dos años, y tiene un hijo de un año, su esposo decidió hace seis meses probar suerte en Colombia, y ella ahora está con su suegra preparando todo para salir en reencuentro con su pareja y hacer vida fuera de Venezuela.
“Nos casamos con mucha ilusión, sabíamos que no iba a ser fácil, es que nada lo es, pero ahorita es más complicado todo; a él lo llamaron unos amigos que se habían ido, y como les va bien le ofrecieron intentarlo. Gracias a Dios ya consiguió un buen empleo, nos toca a nuestro hijo y a mí entonces irnos”, relata Yuri.
“No soy de acá de Guayana, nací en Acarigua, en Portuguesa, me costó dejar a mis padres, ahora creo que será más fuerte, también me pegué con la familia de mi esposo, pero por nuestro hijo y los que aún queremos tener, debemos hacerlo, ojalá luego podamos regresar” expresó con ilusión.
Yuri dice que mientras su esposo ha estado lejos, le tocó ponerse a trabajar, nunca lo había hecho. “Sé que a donde voy tampoco están las cosas sencillas, pero el saber que puedo brindarle a mi hijo una mejor calidad de vida, para mí vale todo, mi mamá siempre me dice que uno por los hijos siempre debe luchar y de verdad sé que podré aguantar la distancia por él”. Expone que desde que llegó a Guayana hace seis años algunas celebraciones representan para ella encuentro de emociones, porque “cuando eres muy familiar te gusta tener a los tuyos cerca, verlos, tocarlos, y así como están las cosas, por las decisiones que se deben tomar, es fuerte todo, por una parte te sientes feliz y al mismo tiempo se te hace un nudo en la garganta”.
“Hay que darles alas para que vuelen”
Luna Rodríguez tuvo sólo una hija, se casó a mediados del año pasado y en febrero partió a Italia en compañía de su esposo, “a procurar tener y hacer lo que acá ahorita, para la gente joven, es muy difícil, sobretodo cuando están empezando una vida de pareja”, expresó. “Es que uno quiere que los hijos nunca se vayan de la casa, siempre van a ser nuestros bebés, pero hay que darles alas para que vuelen, no son de uno, y más cuando queremos verlos felices y cumpliendo sus metas”, dice en compañía de su esposo, que ahora quedan solos en su casa en compañía de sus mascotas.
“No voy a negar que he llorado mucho, solamente la tuve a ella porque así lo quiso Dios; y aunque éramos solamente los tres, cuando estábamos juntos la casa se sentía más llena de vida, pero uno debe resignarse por decirlo así; cuando nos dijeron que esos eran sus planes, casi nos morimos, pero me reconforta saber que están bien, que están trabajando y no están solos, mi yerno tiene primos que los están apoyando”.
“Yo los espero”
Gloria Valenzuela tiene cinco hijos, y ya ha tenido que despedir a dos de ellos que salieron a buscar otras oportunidades para mejorar su calidad de vida, y la de sus familiares. “Hace nueve días que una de mis hijas también se fue, con su esposo y sus hijos, yo los espero de vuelta pronto, porque de verdad me hacen falta”, confesó. “Soy una abuela que me gusta tener a mis hijos y nietos conmigo, compartir en familia, porque así me crié; reunirnos, apoyarnos, es algo que mi papá y mamá nos enseñaron a mis hermanos y a mí, y eso he procurado enseñarles a los míos también”.
“Mi papá vino de Trinidad y Tobago, y aunque éramos humildes, nunca nos tocó vivir lo que se está viendo ahorita; ahora dos de mis hijos les toca de inmigrantes, y yo sólo le pido a Dios que me los cuide en donde estén y puedan estar bien”.
Acá en la zona aún tiene otros de sus hijos acompañándola, y en ellos y los nietos que le quedan cerca, se refugia para no deprimirse. “Hablo casi todos los días con ellos, están poco a poco adaptándose, yo respiro profundo, y procuro sonreírles para que no se sientan mal. Yo por dentro estoy haciendo mi trabajo de pensar positivo, para no enfermarme tampoco”. “Espero el domingo hablar un rato con ellos, ya no será igual, pero vamos a tratar de cumplir con la tradición, mi deseo es que todas madres podamos tener nuestros hijos de regreso, despertar un día y saber que todo esto sólo fue un mal sueño”.
Por tiempos mejores
El éxodo masivo venezolano ha roto el tejido social en Venezuela. Familias enteras se fracturan con el despegar de un avión o el acelerón de un autobús, con la esperanza de algún día volver a reunirse todos.