En año y medio, debemos celebrar los comicios parlamentarios. Nadie los objeta, salvo que no será posible realizarlos con este CNE y las demás condiciones impuestas por la dictadura.
Dictadura que habla, incluso, de adelantarlos. Por supuesto, rebana la Asamblea Nacional por aquí y por allá, inhabilitará por cualesquiera causas a unos y a otros, diseñará y promoverá a su propia “oposición”, y el mandado está hecho en celoso resguardo de las apariencias.
Hechas las trampas en las regionales y municipales, por no citar el fraude constituyente, habrá los “realistas” que se rifarán las pocas curules que el régimen conceda a la oposición. De todos modos, sin los “allanamientos” ni las persecuciones ya consabidas, hubo quienes se hicieron ilusiones por la hermosa oportunidad que unas elecciones les brindaba para repetir o estrenarse como estrella en trance de fulgor en el firmamento político.
El régimen se sabe no sólo minoritario, sino gigantescamente pequeño – valga el oxímoron – en la Venezuela que lo ha sufrido y sufre, maniobrando incansablemente. Una minoría artillada, además, que se siente con el derecho de plebiscitarse como la mayoría que más nunca será.
¿Acaso los otrora “parlamentos” soviético, alemán o polaco, no exhibían las escasas curules de una oposición ornamental? Entonces, hoy, la idea de minimizar el quorum de la Asamblea Nacional, haciendo indispensable al chavismo arrepentido (con o sin comillas) para sesionar, abona aún más el terreno para un elegante zarpazo final, electoralizando la distracción.