Pocas cosas son inmunes al paso del tiempo. Mucho menos los humanos, pero sí su obra. Sin su trío protagonista y el genio detrás de las cámaras, «Con faldas y a lo loco» ha logrado sobrevivir, inmune, a las seis décadas de su estreno. Como su final, el broche de oro a una comedia perfecta en un mundo donde nada ni nadie lo es.
Por ABC.es
Decía Picasso que los buenos artistas copian y los genios roban. Billy Wilder no se despertó un buen día con la premisa de «Con faldas y a lo loco», vuelta de tuerca a la alemana «Ellas somos nosotros» (1951), remake a su vez de la francesa «Fanfare d’amour» (1935). Sí supo mejorarla, firmando una obra memorable. Cambió el hambre por la muerte, cuya amenaza obliga a los músicos protagonistas a travestirse para huir de la mafia tras presenciar la Matanza de San Valentín. Se burló del Código Hays y evitó la censura trasladando la acción del filme a un contexto temporal diferente, de los mojigatos cincuenta a los locos años veinte. Le salió una comedia redonda que critica, de forma sutil, el puritanismo de su presente en contraste con la opulencia de antaño.
Un rodaje caótico
Si nadie es perfecto, tampoco iba a serlo el rodaje. Hacerse pasar por Josephine fue «un verdadero desafío» para la virilidad de Tony Curtis, un playboy de la época. Menos le costó a Jack Lemmon, cuyo papel consagró al mejor de los payasos y el peor de los galanes. Agobiada por las facturas, Marilyn Monroe firmó sin leer. No se enteró de que el filme era en blanco y negro hasta el visionado de las primeras tomas. No le gustó, pero su despiste le obligó a explotar sus encantos a la antigua usanza, el único modo de disimular el exagerado maquillaje de los actores travestidos. Esa seguridad que desprende la actriz, que alterna sensualidad con inocencia al ritmo de sus caderas, poco tenía que ver con su verdadera esencia, de animal herido e inestable. Tras el tóxico rodaje de «La tentación vive arriba», el austriaco juró no reincidir con la bomba rubia, pero volvió a pecar, y ella, de nuevo, lo volvió loco. «El papel de Sugar era el más flojo, así que el truco era que lo interpretara la actriz más fuerte», dijo el cineasta para justicar su elección. Y pese a lamentarlo, volvió a rendirse a sus encantos.
Los nervios de la actriz y su fragilidad fueron una pesadilla. Pedía repeticiones, llegaba tarde. A sus altibajos emocionales, se sumó su incapacidad para concentrarse y su afición por el alcohol, con un termo de vermut siempre lleno. Para míticas escenas como «¿Dónde está el bourbon?» o «Soy yo, Sugar» necesitó más de 50 tomas. Wilder tuvo que ponerle una pizarra para que leyera las frases sin equivocarse, porque cuando lo hacía, lloraba, y obligaba al equipo a retocarle el maquillaje y perder un tiempo que escaseaba por su culpa.
«No estudio rápidamente. No tengo suficiente experiencia como actriz (…) Algunos actores pueden hablar y reír y luego meterse directamente en un estado de seriedad ante la cámara. Yo no», reconoció. El director, que ya había lidiado con otras estrellas, sabía cómo sacar oro de sus locuras. Bastaba atentar contra su ego, como hizo al pedirle a una de las actrices del reparto, Sandra Warner, que interpretara alguna de sus escenas. Marilyn respondía y lo hacía a la primera.
«Tenía una tía en Viena que habría llegado siempre exactamente a la hora en punto a los ensayos, habría dominado siempres sus textos de arriba a abajo. Nunca me habría arruinado una toma, nunca habría tenido el más pequeño enfrentamiento con ella. Pero, ¿quién querría verla? Además, mientras todo el equipo esperábamos a Marilyn Monroe, no perdíamos totalmente el tiempo. Sin ir más lejos, me leí “Guerra y paz” y “Los miserables», confesó el cineasta austriaco.
Pese a los caprichos, enredos y pataletas de la diva, por entonces embarazada, todos se rindieron a su encanto. sobre todo Wilder, que admiraba esa dualidad que Monroe imprimía a sus personajes y esa «vulgaridad elegante». Aunque después de esta cinta se negó a repetir con ella. Definitivamente. «He discutido con mi médico y mi psiquiatra y me dicen que soy demasiado viejo y demasiado rico para volver a pasar por esto». Cuando Marilyn se enteró, llamó a su casa y le dejó un recado a su esposa: «¡Que le jodan!».
El amor y el sexo basculan a lo largo de la película y planean sobre los diálogos, lo que dificultó el estreno del filme en algunos países. La cordura se impuso al final a la censura, y el ritmo e ingeniosos recursos cómicos como las maracas que agita Lemmon para espaciar los chistes sellaron una obra maestra. «”Con faldas y a lo loco” es una grieta en el conservador muro de la doble moral estadounidense sobre el sexo, el amor y el travestismo que quebró gran parte de los preceptos de censura para terminar arrasando en taquilla y convirtiéndose en una de las mejores comedias de la historia», escribe Teresa Llácer en el libro con el que Notorious Ediciones conmemora sus seis décadas. Tanto, que está considerada como la comedia perfecta. Y aunque nadie es perfecto, hay que reconocerle el mérito a Wilder.