Volví a la acción política tras treinta años de silencio. Abrumado por la deriva catastrófica que había comenzado a llevarse a mi amado país de adopción del paraíso posible que fuera hace cuarenta años a los infiernos en que hoy se encuentra. Y profundamente desencantado de esos años comprometido con alma, corazón y vida con la izquierda radical en la que perdiera, como tantos otros latinoamericanos, los mejores tiempos de mi juventud. Luego de años de estudios en las fuentes originarias de la teoría y la práctica del marxismo, tras de haber vivido en las cercanías de la tiranía socialista de la DDR de Walter Ulbricht y Erich Honecker – en el Berlín Occidental liberado, el de Willy Brandt- convencido espiritual e intelectual, teórica y prácticamente de que el marxismo era una estafa, Lenin y Stalin, unos asesinos, y Castro y las guerrillas latinoamericanas, unos matarifes. Ese regreso se lo agradezco a mis amigos periodistas de Expresión Libre, que me abrieron sus puertas al comienzo de esta tragedia. Con ellos comencé a comprender la aterradora gravedad de nuestra circunstancia.
Pero la vivencia de la peculiar e insólita revolución venezolana me abrió los ojos a una perspectiva que jamás hubiera imaginado durante esos, los mejores años de mi vida : la teoría y la praxis de la emancipación del hombre, el marxismo leninismo y todas sus derivaciones, comenzando en Plejanov, en Rosa Luxemburg y Antonio Gramsci podían terminar en las corruptelas más desaforadas, el tráfico semi clandestino de cocaína llevado a cabo por guerrillas castro comunistas y narcotraficantes en alianza con mafiosos generales venezolanos, máximos exponentes de la revolución bolivariana, mafias sinosoviéticas y contubernios con el terrorismo islámico. En pocas palabras: que lo que nació en 1848 en Londres como el más universal y liberador movimiento sociopolítico de la historia universal – la concreción histórica del espíritu hegeliano, síntesis del escorzo nacido en la Grecia clásica de los diálogos de Platón y La República de Aristóteles – a la que le entregaran sus vidas grandes artistas contemporáneos como Picasso o Bertolt Brecht, Neruda o Gabriel García Márquez, Julio Cortazar o Miguel Otero Silva, podía terminar en el más aterrador, brutal y homicida sindicato del crimen. ¿Karl Marx, el pensador de Treveris y máximo exponente del Hegel de La Fenomenología del Espíritu, sirviendo de mascarada al Chapo Guzmán, a Escobar Gaviria, a Marulanda? ¿Engels y los “abajo firmantes” cubriéndole las espaldas al carnicero Fidel Castro?
Si el Estado Islámico, (ISIS), el Hezbollá, las pandillas rusas y los asaltantes chinos, turcos e iraníes no hubieran encontrado los portones de Latinoamérica abiertos a sus desmanes globales, y la deriva criminal de esta revolución bonita no se hubiera convertido en una amenaza a la seguridad mundial, de la que hasta los habitantes del Polo Norte parecen preocupados, seguiría creyendo que este pantagruélico proceso de carnicería marxista leninista era un problema minúsculo, incluso aldeano y provincial, a ser resuelto en los arrabales de Tucupita o los alrededores de San Carlos, Estado Cojedes. Y de que un modesto muchacho guaireño, llegado a ingeniero titulado gracias al esfuerzo de su padre, como el mío, chófer de taxi, y de su madre, como la mía, ama de casa. El “problema venezolano” se hubiera mantenido constreñido a los límites de su subdesarrollo territorial, como el nicaragüense o el boliviano, que no salen de Managua, de La Paz y de sus ensangrentados barrios bajos.
El problema verdaderamente grave es que, dada la importancia geoestratégica de la Venezuela petrolera, su privilegiada posición geográfica que la sitúa sobre los hombros de América del Sur y de que aquí, sin que medie la menor voluntad de nuestros habitantes, se encuentra la primera reserva petrolífera del planeta tierra, el joven Guaidó, crecido a la sombra de un preso político en gran medida responsable por esta tragedia, dada su descarnada y desaforada ambición, no calza los puntos ni pesa los gramos como para dirigir la lucha por la liberación de Venezuela, madre de cinco repúblicas. Ante la inconmensurable magnitud de nuestra tragedia, que ya se mide en la devastación de nuestra otrora poderosa industria petrolera, el saqueo brutal de nuestras riquezas minerales y la muerte de cientos de miles de inocentes, por todo ello primera preocupación de las cancillerías del mundo y aterrador anticipo de lo que podría esperarles a otras naciones de la región, si no lo detenemos a tiempo, el joven Guaidó no mide la altura necesaria para representarnos en la principal tribuna de la ONU o sobre el podio del Parlamento Europeo, resulta más que evidente. No se le ofende si se le mide en sus exactas dimensiones. Comparado incluso con nuestros líderes reconocidos mundialmente por lo que valen y no simplemente por el azar de la representación que les ha tocado en suerte, forjados en la lucha callejera, una larga vida político partidista y los grandes escenarios mundiales, no deja de ser la minusválida expresión de una oposición coja, manca y tuerta. La triste y dolorosa verdad de un país que buscó con ahínco terminar en los albañales de su desgracia.
La grandeza individual continúa siendo, a tres milenios del comienzo de nuestra civilización y cultura, la medida de la grandeza de los pueblos. Venezuela debe hacer acopio de un gran esfuerzo, recurrir a sus estratégicas reservas individuales y sacando lo mejor de sí poner en la primera línea de la lucha por la liberación a nuestras grandes figuras intelectuales y políticas. No hacerlo por mezquindad partidista o ceguera política podría terminar por hundirnos en los peores abismos.