Recordarán ustedes –los pocos que me leen tienen edad para eso- aquellos tiempos que hoy nos parecen casi de leyenda, cuando todos decían lo que querían, incluyendo muy especialmente a los medios de comunicación y, aún más duramente, a voceros de los partidos políticos y a una raza que precedió a la hoy muy presente de analistas políticos, aquella que dieron en llamar “los notables”.
Venezolanos más sesudos o menos, todos frecuentes invitados a los programas de opinión en radio y en televisión, todos críticos tanto del gobierno de turno, como de la democracia nacional como sistema y de los partidos como principales muestrarios. Y todos, sin excepción que recordemos, desgranando largas argumentaciones para descarnizar –si éste es un verbo incorrecto pido disculpas- a personalidades de importancia, tanto políticos como de la economía.
Llegaron unos cuantos de ellos, incluso, a sembrar justificaciones al sangriento y mal llevado golpe de estado de febrero de 1992 e incluso al más estruendoso –por los aviones- de unos meses después. ¿Cómo olvidar a aquél Rafael Caldera que tras su largo desdén por un Congreso Nacional a cuyas sesiones no se presentaba, apareció de repente para explicar que el pueblo tenía hambre y padecía descuido y eso justificaba el alzamiento militar con su sangre y sus ridiculeces incluidas?
A Eduardo Fernández, que hizo lo correcto y se fue a Miraflores a respaldar al Presidente constitucional –bueno o malo popularmente electo- se le destrozó públicamente por hacerlo, y dueños de medios abrieron sus espacios a aquél Hugo Chávez esmirriado y siempre con sonrisas, comprensivo y predispuesto a los abstractos cambios de los cuales se hablaba, diciendo siempre lo que los demás querían oir.
Nadie hizo caso ni analizó adecuadamente aquel Gobierno de Carlos Andrés Pérez que empezó de la peor manera con un acto burlona y acertadamente calificado de “imperial” con exceso de petulancia y pompa y la ingenua invitación al más tradicional y peligroso tirano latinoamericano, Fidel Castro, pero que después impulsó un desarrollo económico que los partidos políticos, incluyendo al del mismo Presidente, criticaron duramente, que rescató al país de la ruina hacia la cual esos mismos partidos lo habían encaminado siempre empecinados en un estatismo controlador que sigue siendo una maldición venezolana.
A todo el mundo tomó de sorpresa aquella explosión de furia y de saqueo que dieron en llamar “caracazo”, pero se emocionaron con la excelente presencia personal del general con delicados lentes rayban que tomó control del desmadre que terminó con un montón nunca bien contado de muertos, y quedó flotando en el aire como ejemplo mal analizado y amenaza siempre presente. Poco se corrigió, en efecto, porque poco había que corregir excepto, quizás, cambiar a los ministros de la economía, excelentes expertos pero ignorantes políticos, por otros que tuviesen experiencia y habilidades para lidiar con dirigentes partidistas que no entendían lo que se estaba haciendo y sólo pensaban en siembras y cosechas electorales.
Finalmente, ignorando la verdad nacional, le metieron los colmillos al propio Presidente por un delito mas bien abstracto que luce chistoso al lado del desastre y la corrupción actuales, con la suerte para aquellos denunciantes y jueces parlamentarios de que Carlos Andrés Pérez no era una nueva edición de Rómulo Betancourt, que los hubiera metido en cintura a todos, ni mucho menos un jefe castrista que los habría sepultado a todos en cárceles sin juicio, por decir lo menos.
Todo para terminar llevando a Miraflores por falta de profundidad de los grandes partidos a aquél anciano mal encarado y rezongón que poco vaciló en dividir al partido que él mismo había fundado y conducido a los más altos niveles nacionales, para poder ser candidato nuevamente y por segunda vez Presidente para estancar a un país que no necesitaba complejos ni melancolías sino renovación, un reimpulso.
Hoy se le recuerda con el respeto debido a los muertos sólo por tres cuestiones: haber hecho del calificativo despectivo del grupo que lo apoyó, “chiripero”, nombre de un nuevo y desordenado partido, una crisis bancaria que con un poco de decisión pudo ser mucho mejor manejada y por haber dejado en libertad a los golpistas del militarismo chavista.
Ahora pareciera que andan buscando hacer mas o menos lo mismo con Juan Guaidó, y aclaro que no siento por este joven la misma admiración de unos cuantos millones de venezolanos hartos de la miseria y de los errores perversos de los incompetentes que esos mismos venezolanos, con apoyo e inspiración de aquellos “notables” y figuras de los medios de comunicación, eligieron en diciembre de 1998, y que se estrenó equivocándose por completo, en las narices de todos -empezando por las militares- con el manejo de la tragedia de Vargas.
Los mismos figurones civiles y militares que tras derrocar a Hugo Chávez, no supieron qué hacer y horas después volvieron a ponerlo en el lugar del cual lo habían sacado, ahora tratan de enmendarle la plana a Juan Guaidó. Que, como dije antes, no es santo especial de mi devoción, pero que está haciendo lo que puede y que tiene un coraje novedoso entre los políticos venezolanos, es un dirigente que reconoce sus errores, al menos los públicamente conocidos y ferozmente difundidos en ese nuevo campo minado que se llama “redes sociales”.
Juan Guaidó ciertamente es un líder diferente a lo tradicional, una especie de versión amable de María Corina Machado –o ella es, si ustedes quieren, la versión intransigente de Juan Guaidó-, un hombre joven que nadie pensaba ver al frente de la oposición y, seguramente para beneficio del país, ingeniero y víctima del deslave de Vargas, en vez de abogado culto y experto orador.
Nadie cree que haya algún dirigente mejor para la diaria rebelión popular contra la estrategia cívicomilitar castrista de ruina del país, pero en cambio le exigen que actúe como cada cual piensa a través de su teléfono móvil, que cambie la tragedia en cosa de días, que mande como si los partidos que sobreviven en la Asamblea Nacional y sin armamento no pensaran cada uno en sus propias percepciones, a lo cual tienen perfecto derecho democrático, les guste a los demás o no.
El hombre está actuando en medio de un pantano que no tiene nada de fácil. Justo es que se le critique, es derecho humano, pero inteligente es también que se le siga, no basta con decir “yo defiendo a Guaidó, pero…” y viene el tanganazo. Quizás Guaidó, sin que ninguno de los partidos de oposición lo haya frenado, que yo sepa, se ha precipitado en fechas y ofertas, quizás cayó por inocente el 30 de abril, pero se esta defendiendo en medio de todas las exigencias, acosado por grupos nacionales e internacionales y está actuando.
Déjenlo hacer, no pretendan que cambie en meses lo que a un veterano inteligente como Fidel Castro le costó años consolidar, ya tenemos el país perdido y poco más podemos perder. Pero Juan Guaidó es hasta el momento el único camino que nos parece llevar a ganar algo, aunque sólo sea la oportunidad de iniciar una reconstrucción que será, sepámoslo desde ahora, muy difícil, exigente y larga.