Desde hace al menos 10 años hay reportes sobre la trata de mujeres desde Venezuela hacia Trinidad y Tobago, un delito que se ha agudizado con la crisis económica del país y del cual, solo en 2018, quedaron 16 denuncias sin resolver en manos del Ministerio Público. El epicentro del “negocio” está en Güiria, en el estado Sucre, donde hasta las autoridades policiales y migratorias venezolanas están involucradas pues en la cadena de transportar a las mujeres escasea la ética y sobran los dólares.
Que fueron los miembros de una red de trata de mujeres los que secuestraron las dos embarcaciones que salieron de Güiria -en el estado Sucre, al oriente de Venezuela-, el 23 de abril y el 16 de mayo fue la versión que rápidamente corrió entre los habitantes del pueblo. No hacía falta una versión oficial para dar el veredicto. Allí todos saben que las mujeres están “en venta” y que cuestan 300 dólares cada una.
Luego, los hechos reforzaron la hipótesis que pasaba de boca en boca: no hay enseres flotando en el mar, no aparecen cuerpos. No hay rastro de muertos. Lo que sí hay son 60 familias que insisten que sus parientes están secuestrados y exigen que los busquen.
El 23 de abril naufragó el peñero Jhonnalys José. De 35 personas que lo abordaron, solo aparecieron 8 vivas y el cuerpo de una adolescente de 16 años que se ahogó. Patricia(*) había decidido ir por segunda vez a Trinidad y Tobago -había ido el año anterior- y le pidió el aventón a Noel Tortolero, conocido en el pueblo como “Noelito” y por trasladar mujeres hasta Trinidad y Tobago.
Ella lo conoce desde hace años y asumió que no corría peligro. No era la primera vez que la llevaban gratis y el 23 de abril vió lo de siempre: que a las chicas, en su mayoría menores de edad, les tomaban fotos antes de zarpar. Era de noche cuando abordó el bote y no logró fijar los rostros de las personas que estaban ese día en la embarcación. Para ella solo eran más mujeres que cruzarían a la isla. Como siempre.
El motor falló desde que arrancaron de Güiria, pero continuaron hacia Trinidad. Al llegar a Isla de Patos finalmente se paralizó y el agua empezó a inundar la embarcación. Todos se aferraron al bote hasta que se volteó y no tuvieron otra opción que entregarse al mar. Unas se subieron a las pimpinas plásticas de gasolina y otras se sostenían del bote que dio la vuelta, pero se mantenía a flote.
Patricia vio a una de sus vecinas en Güiria quitándose la ropa para empezar nadar. La mujer le pidió compañía para no desvanecer en el agua. Se veía una montaña y tenían fe que podían llegar a algún lugar donde agarrarse. Y llegaron. Estuvieron sobre una piedra un día y medio.
Por un instante pensaron que las buscaban para rescatarlas cuando vieron un drone acercarse a la zona donde naufragó el bote. Luego una embarcación se acercó y se alejó. La vista no las dejó distinguir si rescataron a otras personas. Gritaron pidiendo ayuda, pero no las vieron. El barco siguió la marcha hasta Trinidad y Tobago.
Luego de día y medio sentadas en una piedra, finalmente fueron rescatadas por pescadores de Güiria que llevaban una búsqueda incansable para encontrar rastros de las personas en el agua. Tras acompañarse en el naufragio hoy estas dos mujeres evitan hablarse y se mantienen bajo resguardo en sus casas. Saben que ya se salvaron una vez del agua y también que quizá no cuenten con la misma suerte de salvarse en ese pueblo.
Las sobrevivientes de la primera embarcación han reconocido por fotos a otras adolescentes que viajaban por la ruta ilegal. Una joven de Carúpano de 17 años de edad se fue de su casa diciendo que estaría de vacaciones en San Cristóbal con una amiga. Llamó en dos oportunidades a su mamá desde un número de teléfono desconocido diciendo que se quería devolver, pero que tenía una deuda de 200 dólares que intentaba resolver. “Ella me decía que no me preocupara, que estaba buscando la manera de regresar”, cuenta su madre que quiere mantener su identidad bajo resguardo.
Cuando su hija no se comunicó más, puso la denuncia ante las autoridades. Las llamadas que hizo la adolescente nunca fueron desde Táchira sino de Güiria. Su foto fue identificada por algunas de las sobrevivientes de ese primer bote que naufragó. “Me dijeron que mi hija lloraba y no quería subirse al peñero. Les decía que su mamá pagaría la deuda. Su amiga iba sentada en sus piernas en la embarcación”, dice la mujer
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