Boris Johnson el controversial líder del partido conservador, exalcalde de la ciudad de Londres y otrora Ministro de Asuntos Exteriores del gabinete de Theresa May, cargo al cual renunció el verano pasado por estar en desacuerdo con la manera en la cual la premier británica estaba conduciendo las negociaciones sobre el Brexit con la Unión Europea, acaba de ser demandado, en el peor momento de su carrera, cuando se ha convertido en el principal candidato a sustituir a May en el 10 de Downing Street.
El polémico dirigente de los tories fue uno de los más conspicuos representantes del Brexit, con una posición sobre la salida de Europa que lo llevó a hacer campaña a su favor, por todo el Reino Unido, con un bus rojo en el cual se podía leer en letras grandes: Nosotros enviamos 350 millones de libras a Europa, todas la semanas. Un dinero que según Johnson podría financiar el sistema nacional de salud británico conocido en inglés por sus siglas NHS. La cifra, que no era correcta, pues la verdad es que no llega a doscientos millones, tampoco tomaba en cuenta el reintegro que le hacía la Unión Europea al Reino Unido como socio de club.
Su cruzada a favor de la salida de la Unión Europea fue tan exitosa, que influyó decisivamente, junto con la de otros conocidos lideres del movimiento Brexit como el ultranacionalista Nigel Farage, para que los británicos votaran por abandonar Europa en junio del 2016, en un referendo que apenas se decidió por un estrecho margen del dos por ciento.
Que los dirigentes y lideres de un gobierno cualquiera e incluso de la oposición, sin importar el bando, hagan demagogia, manipulen datos y mientan descaradamente, es un comportamiento tan usual en política que cuando un ministro o un presidente lo hacen, nos hemos habituado a que sean las urnas las que decidan su suerte; lo cual casi nunca sirve para hacer justicia política. Guiados por la fuerza de la costumbre, nos hemos conformado con eso por mucho tiempo; convirtiéndonos en ciudadanos incapaces de vislumbrar otras opciones. En la creencia de que no se puede hacer nada más, lo consideramos imposible; cuando otro tipo de sanciones como, por ejemplo, una fuerte multa y la inhabilitación para la política por un tiempo, podrían convertirse en mejores y más certeros aliados.
Bajo esta óptica, las penas privativas de libertad para el político que estafe a sus votantes, parecen impensables dentro de nuestra percepción de la política como una actividad de manos libres que solo pueden atarse y conducirle a la cárcel cuando roba los dineros púbicos o recibe sobornos. Pero la corrupción es algo mas que eso, porque cuando un político miente intencionalmente al elector, solicitándole el voto bien para él o para un tercero, lo está estafando, es decir, engañándolo en su buena fe para obtener su voto. Y la estafa es un delito en cualquier parte del mundo.
Pero afortunadamente, siempre hay alguien, más tarde o más temprano, que ve las cosas de otra manera y con otra perspectiva. Es el caso de Marcus Ball un abogado y activista británico que acaba de interponer una demanda contra el líder del partido conservador, pero que tiene fuertes implicaciones sobre el Brexit. La misma se fundamenta en el mal uso hecho por Johnson de las estadísticas oficiales, mintiendo repetidamente y engañando a los británicos respecto al coste de pertenecer en la UE, al asegurar que el Reino Unido pagaba cada semana 350 millones de libras (casi 400 millones de euros).Una cifra que sabia no era cierta pero que sin embargo utilizó como eslogan de campaña. Por lo pronto, la juez del caso le ha dado curso a la petición enviándola a una audiencia preliminar cuya fecha está por fijarse. Para financiar el juicio Ball también hizo su propia campaña, llegando a recolectar unas doscientas mil libras.
Los abogados de Johnson que suponemos estarán buscando alguna salida procesal que permita apelar o demorar el asunto, ya han dicho que se trata de una estratagema con objetivos meramente políticos y que están tranquilos pues ninguno de los hechos reivindicados ante el tribunal se produjo cuando él era alcalde, ni como consecuencia del ejercicio directo de su representación parlamentaria; sino en el curso de una campaña política nacional, ajena a sus obligaciones propias como diputado. Es decir, que curiosamente tenemos, por una parte, a un demandante civil tratando de judicializar una actividad política y, por la otra, a los defensores del demandado intentando politizar una reclamación judicial de naturaleza civil.
No sabemos si después de esa vista preliminar la demanda pasará a juicio o será desestimada, pero el hecho de que sea esta la primera vez que alguien se propone ponerle coto legal a los excesos de los políticos a la hora de dirigirse a su público, nos parece sano y adecuado, pues a nuestro modo de ver no limita en nada la actividad y naturaleza de la política, que no queda de manera alguna en riesgo, ni comprometida en su libertad de expresión y acción. Cuántas guerras y calamidades en el mundo se hubieran evitado si los líderes del momento no hubiesen mentido deliberadamente.
Pero, aunque es muy difícil que prospere el reclamo contra Johnson, probable primer ministro, debemos recordar que hablamos de Inglaterra, tierra de fuerte raigambre política y sólidas instituciones; cuna del parlamentarismo, de los derechos civiles, donde se decapitó un rey y se produjo una gran revolución un siglo antes que en Francia. Una tierra de magia y de magos, donde todo es posible.
@xlmlf