El vestido blanco, los músculos y el cigarro de Sergimar llamaban la atención en medio de una calle inhóspita de La Florida, una zona acomodada del municipio Libertador, uno de los más peligrosos de Caracas, que en el año 2017 registró al menos 720 asesinatos, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de Violencia.
Por Veda Everduim / Infobae
La avenida Libertador era recordada por las meretrices que ahí hacían vida nocturna. Hoy, pocas son las que se logran ver en la noche, muchas migraron para el horario diurno y otras se unieron a la ola de migración masiva producto de la crisis. La inseguridad y la penumbra en las que se encuentra la ciudad son factores que se unen al cambio en el programa.
Ella llegó a eso de las 3 de la tarde. Era nueva en el negocio, tenía alrededor de tres meses en el mercado.
En un país como Venezuela, donde la inflación podría llegar a 10.000.000 % a finales del año, las tarifas son claras. Un servicio sexual completo cuesta alrededor de 10.000 bolívares soberanos si se cancela en efectivo (USD 1,61 al cambio paralelo de la última semana), pero si se hace en un hotel, vale alrededor de 15.000 bolívares soberanos (USD 2,42) . El método de pago podría llegar a subir la cifra final. Una transferencia bancaria genera un incremento de 5.000. En el caso de cancelar con dólares, puede llegar a costar entre $10 y $20.
Pero la crisis diversifica el mercado. Ahora no solo aceptan bolívares o dólares, sino que las cajas o las bolsas del CLAP, la comida que entrega el gobierno de Venezuela, se convirtieron en un método de pago, una opción viable, y que muchas lo toman como algo cotidiano en medio de la crisis que ha llevado al país a una disyuntiva social, política y económica cercana al abismo.
Sergimar contó cómo ha tenido que cambiar sus servicios sexuales por comida. Cuando eso sucede tiende a pedirle al cliente que la lleve cerca de su casa para dejar la caja de alimento para que no se la roben en la calle, en su puesto de trabajo.
A los 19 años, Sergimar optó por el camino de la prostitución. Quería estudiar, pero no pudo. No podía costear los estudios y decidió viajar desde su pueblo natal hasta Caracas. Un desconocido en Internet fue su trampolín, quien desapareció poco después de su llegada.
Luego de esto, decidió vender contenido sexual a través de una pagina de pornografia local hasta iniciar tiempo completo en La Libertador luego de que un cliente le robara el teléfono.
Intentó buscar trabajo en tiendas, y le fue imposible. En Venezuela, los transexuales no están protegidos por la ley. No cuentan con igualdad de derechos. La ausencia de reconocimiento de la identidad, algo que existe en casi todos los países de latinoamérica, se le suma a sus desventajas sociales.
Venezuela reconoció la identidad de las personas transexuales por vía judicial desde el año 1977 al 1998, con los estándares de la época, cuando el reconocimiento tenía lugar luego de operaciones.
Tamara Adrián, diputada a la Asamblea Nacional de Venezuela y activista de los derechos de la comunidad LGBT, explicó a Infobae que desde el año 1998 hasta ahora no existe ninguna modificación en la identificación de la identidad para ninguna persona trans en el país. Aunado al agravante de que todos los países de la región hicieron pasos agigantados para reconocer la identidad de las personas trans y establecer programas de protección contra el bullying escolar, para que no deserten del sistema educativo, y contra la exclusión laboral.
En Chacaito, cerca del área de los hoteles, estaba Luisa. Un metro ochenta, mal encarada. Usaba una falda colorida y una franelilla que dejaba al descubierto sus músculos y una cartera que movía a diestras y siniestras. Ella tenía pareja, pero cuando él viajaba por trabajo, ella optaba por dar vueltas en busca de clientes en la zona para ganar dinero.
Ese no había sido su mejor día. No había tenido clientes y se rehusaba a aceptar comida a cambio de sus servicios. Cobraba en dólares, de USD 5 en adelante.
“Cuando el cliente no tiene con qué pagar, yo lo robo. No acepto comida”, enfatizó con mirada desafiante y moviendo el bolso que llevaba en la mano. Dio la espalda y se perdió en la oscuridad.
Una semana después, en la penumbra que alberga Caracas, estaba Valentina, una joven de 16 años, que no había tenido una vida fácil. Nunca fue al colegio y vive en la calle. “Era de la pista”, contó.
En una esquina se bajaba la falda y mostraba las nalgas. Sonreía. Algunos carros que pasaban le hacían juego de luces en señal de saludo. Para ella, La Libertador resulta la primera opción a la hora de “rebuscarse”. La segunda era en Parque Miranda, 12 kilómetros más adelante, donde hoy en día merodean vagabundos y el hampa hace de las suyas, al igual que en gran parte de la ciudad.
“Aquí se hacen las lucas”, aseguró refiriéndose a que podía “hacer dinero rápido”. En un día normal de trabajo cobraba 10 mil por un oral y 20.000 por “sexo normal”. Sin embargo, contó que el dinero no le alcanza para nada.
Dos harina pan, dos kilos de arroz y un aceite fueron su último pago. Con eso soluciona la comida que tiene que preparar en fogón en algún rincón de alguna calle que consiga. Y mientras se apresuraba para atender a otro cliente, expresó sonriendo y sin tapujos: “Por culpa del maldito de Maduro ¿por qué más?”