No sé qué es más preocupante, si lo dicho por el canciller estadounidense, o el que lo dicho se haya filtrado a la opinión pública. Pues en cualquiera de los casos, la que resulta gravemente comprometida no es la dictadura; es la oposición venezolana in totto. De cualquiera de sus sectores y a cualquiera de sus alturas. De Juan Guaidó y Leopoldo López, a Julio Borges, Ramos Allup y María Corina Machado. Pues refleja dos verdades inmensas como un templo: la desunión aparentemente irreparable de la clase política sobreviviente al deslave provocado por el chavismo, que terminó arrasando con toda la institucionalidad política del país, y hoy vegeta en partidos y organizaciones de la sociedad civil reducidos a su mínima expresión, con cuatro millones de sus eventuales seguidores y adherentes en el exilio. Y que también cargarán en sus mochilas con ese latente mal de la desunión. La de aquellos que rechazan todo entendimiento, compromiso, diálogo o acuerdo con la tiranía. Y la de quienes no sólo lo llevan adelante, sino que esperan contribuir a constituir un gobierno de transición combinando las dos grandes fuerzas en pugna. Es más: ¿no constituye esta extraña convivencia de una dictadura castro comunista con todas las de la ley con un llamado gobierno democrático interino una mordiente e inexplicable contradicción insalvable? ¿Dónde se vio contubernio más aberrante, si no en un país inexplicable, consumido por su feroz enemistad y sus liderazgos devorados por insaciables ambiciones presidencialistas?
De allí que la mordaz y sarcástica observación de uno de los propagandistas del guaidosismo sea completamente cierta: quienes han recogido el guante de la hiriente confesión de Pompeo con mayor seriedad han sido precisamente los sectores más marginados por la fracción opositora dominante: los llamados “radicales”. Pues los elementos de esa eventual y tan necesaria unidad son precisamente los que muestran diferencias irresolubles en la comprensión y el entendimiento de la naturaleza dictatorial, incluso tiránica del régimen, y quienes se niegan a aceptar dicha caracterización y llevan veinte años intentando una componenda imposible. Que hoy, tras veinte años de tragedia, se conforman con un impotente interinato. Mientras la nación deriva hacia su naufragio y hundimiento total.
Dicho con todas sus letras: la única unidad de que es cuestión en la Venezuela tiranizada no es la unidad de víctimas y victimarios, defendida a capa y espada aún a consciencia de que es absolutamente imposible por quienes conforman el cogollo de la oposición oficial, aceptada por la tiranía castro comunista dominante, y desesperada por algún acuerdo con la dictadura, que obviamente no es ni puede ser la unidad propuesta por el gobierno republicano de Donald Trump, sino la unidad de dichos factores opositores, hoy representados por Juan Guaidó, y los sectores que apuestan al desalojo del régimen, liderados por María Corina Machado, Antonio Ledezma y Diego Arria. Por mencionar tan solo a los más notables. Es la de unidad que reconcilia el deseo de millones y millones de venezolanos que exigen la inmediata salida del tirano con quienes tienen la obligación de darle forma y contenido. Así algunos de sus dirigentes hagan lo imposible por evitarla.
¿Cómo habrían de unirse con Nicolás Maduro quienes exigen su salida inmediata del poder, tal como lo expresara en su primera proclama el presidente Guaidó? ¿Cómo podría llegarse a algún acuerdo en Oslo entre quien estableció como sus tres primeras prioridades acabar con la usurpación, conformar un gobierno de transición y llamar a un proceso electoral de todas las autoridades y quienes ejercen la usurpación de manera brutal, negándose por principio a dejar el poder y permitir la transición, en donde no caben por su propia naturaleza totalitaria?
Llevo diecinueve años, los mismos que tiene el régimen, luchando por una salida constitucional, vale decir: democrática, pacífica y electoral del régimen que en muy mala hora se dieran los propios venezolanos. Incluso a sabiendas, por mi parte, tal como los expresara y escribiera, desde el primer día, que dicha salida era absolutamente ilusoria, irreal e imposible dada la esencia marxista, castro comunista, guevarista y totalitaria de Hugo Chávez y el chavismo venezolano. Muchos de cuyos promotores ideológicos, programáticos y electorales se incorporaron pronto a las filas opositoras, integrando esa extraña amalgama de comeflores y radicales. Esa diferencia ha sido ontológica, estructural e insuperable. Y la grave deriva terminal del régimen se ha debido a que uno de los factores definitorios de ese conflicto, Leopoldo López, jugó, simultáneamente, a radicalizar las posturas y a buscar el entendimiento. Y quien, a pesar de tener en sus manos la posibilidad de resolver ese grave conflicto uniéndose a María Corina Machado, Antonio Ledezma y Diego Arria, permitiendo elevar las protestas de calle a su máxima expresión, prefirió acomodarse con las viejas fuerzas del sistema, usar a Zapatero como puente de entendimiento con el socialismo europeo y el castrismo cubano y conquistar este poder ilusorio representado por quien, en lugar de desalojar al régimen, lo está consolidando. Tanto nadar en la incertidumbre para terminar ahogado en manos de un interinato.
Es esta tragedia disfrazada de comedia shakesperiana la que se desnuda en la pedrada de Mike Pompeo. Una oposición seria y responsable, como la que nuestros mártires y los millones de dolientes nos reclaman, la tomaría en serio. No hay otra salida: firmar un pacto de entendimiento nacional de las dos grandes corrientes opositoras. No hacerlo, profundizará la tragedia y nos hundirá en los abismos.