El objetivo de la política es la búsqueda de una sociedad más justa, con la mejor calidad de vida y la mayor libertad. Su sentido moderno consiste en desarrollar esta justificación social y humana, ganando poder gracias a la superioridad de sus estrategias y el buen empleo de sus fuerzas. Sin la acumulación exitosa de estos dos recursos los tiempos de cambio no abren.
El nuevo pico de desafío al régimen autoritario, encabezado por Guaidó, cubre apenas un 3% del dominio político chavista. Durante veinte años la sociedad ha mostrado una extraordinaria resiliencia frente a una autocracia que ha incorporado a sus tecnologías de control y dominación los más sofisticados avances experimentados en el cambiante ataque planetario contra la democracia.
Una peculiaridad de la actual tragedia venezolana es que el desmantelamiento de la democracia y la economía privada comenzó por una victoria electoral. Un líder carismático que personalizó esperanzas colectivas, cumplió la anhelada proeza revolucionaria de colonizar pacíficamente al Estado. Sobre este origen se montaron madejas de intereses, corruptos y delictivos, que distorsionaron el proyecto y lo condujeron a una voraz rapiña sobre la renta, a la calculada confiscación de los derechos políticos, el desconocimiento de la Constitución y la destrucción del país.
Sólo la indetenible reacción de la gente a la brutal confiscación de sus condiciones de vida y la indignación ante el enriquecimiento masivo puede explicar que, desde sus ruinas, Venezuela esté unida en el rechazo a Maduro. Su régimen ilegítimo y acosado por las presiones de las democracias del mundo, se niega a soltar poder. Aunque desde su seno han aparecido señales para participar en la modelación de una transición hacia la democracia. Signos que aumentarán mientras la aprobación de Maduro cae al piso.
Guaidó y los diputados de la Asamblea Nacional, con el apoyo de la comunidad internacional y la movilización popular, montaron un reto al poder que lo colocó al borde de la sobrevivencia y dando brincos para sortear vulnerabilidades. Tiene aún fortalezas que no hay que subestimar y puede mantenerse, no un empate, sino en una agonía destructiva con graves costos que deben ahorrárseles al país.
La tarea fundamental de los demócratas es contribuir a realizar elecciones justas, con un nuevo CNE, la desaparición de la Asamblea Constituyente y la formación de un gobierno de Unidad. En esa perspectiva hay que aumentar las bases consensuales para introducir los cambios que requiere la estrategia de cambio, ampliar la coalición alternativa y dar un giro en el liderazgo de Guaidó que lo eleve a unificador del país. Tres capacidades que no son monopolio de un partido. Y no es por las minorías, obligadas también por el interés de conjunto, por donde hay que comenzar a reclamar y desunir.
Se mantiene retóricamente el cese de la usurpación, aunque la vida ya resolvió ese debate. Ahora, con todas sus tensiones internas, las distintas variantes opositoras, incluidas las extremistas, están obligadas a imaginar contribuciones y minimizar desacuerdos. Es la condición para vincularse al país que necesita entenderse, votar y no levantar barreras al futuro y a las soluciones que debemos construir juntos para recompensar los retrocesos materiales sufridos y sanar las heridas al alma de la nación.