Al experimento de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela le quedan seis meses para alcanzar el éxito o el fracaso definitivo. Pero ¿qué se pudiera considerar como uno u otro? Cualquier logro, como por ejemplo que haya un llamado a elecciones, sería un resultado positivo. Pero, ¿entraría en el rango de exitoso?
Si se considera que las expectativas eran sacar a Maduro y restablecer el orden constitucional, según consta en el Acuerdo de la Asamblea Nacional, sobre la Declaratoria de Usurpación de la Presidencia de la República por parte de Nicolás Maduro Moros y el Restablecimiento de la Vigencia de la Constitución, así como en el Estatuto que rige la transición para la defensa y el restablecimiento de la vigencia de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, ambos aprobados a principios de este año, es evidente que no. Y si lo decimos tan categóricamente es debido que en dichos documentos se toma como punto de partida la innegable realidad de que Maduro debe entregar el poder o irse, antes de entrar en la siguiente fase de esa ruta de transición en la cual se designaría un gobierno provisional de compromiso con el fin de convocar unas elecciones libres y realmente democráticas. La ayuda internacional para paliar la emergencia social y humanitaria que viven los venezolanos es otro de los objetivos allí señalados.
Hasta ahora los dos grandes momentos del experimento fueron los vividos el 22 de febrero en la ciudad colombiana de Cúcuta con el llamado “Venezuela Aid Live” y el martes 30 de abril en las inmediaciones de la base aérea militar de La Carlota. Sin embargo, en ninguno de los dos se cumplieron las metas más importantes como era la entrada al país de la ayuda social y humanitaria, así como el fin del gobierno de Maduro; no obstante que el concierto con los artistas internacionales en la frontera colombo venezolana consiguió sus objetivos y que en el segundo evento se logró la liberación, para sorpresa de todos, de Leopoldo López.
Al día de hoy, nada de lo planificado en esa hoja de ruta por la Asamblea Nacional se ha podido hacer realidad de la manera planeada y mucho menos en el tiempo previsto. Esto último sumamente importante dada la interinidad que tiene Guaidó y que afecta por lo mismo la vigencia del reconocimiento de su cargo hecho por cerca de cincuenta gobiernos de la comunidad internacional.
Ante tales circunstancias y vista la posición de retroceso asumida por el gobierno del señor Trump en las últimas semanas, a la cual nos hemos referido en artículos anteriores, cualquier otro resultado posible va a depender de las negociaciones en curso, actualmente en Suecia, y que hasta hace unos días tuvieron a la capital de Noruega como escenario. Pero ya nada es igual. No solo la ruta ha cambiado, pues ya no es la originalmente trazada, sino también las metas y el modo de implementar los objetivos o llevarlos a la práctica. Y es que no es lo mismo una convocatoria a elecciones con Maduro en el poder, aunque se hagan algunas concesiones a la oposición para democratizar un poco el proceso electoral, a que se convoquen sin Maduro en el gobierno. O que se hagan con Maduro fuera de Miraflores pero con el mismo Consejo Nacional Electoral tutelándolas. O que Maduro o alguno de los miembros del actual régimen sancionados internacionalmente, puedan participar como candidatos en esa elección presidencial, o alguna otra posterior a realizarse para llenar una plaza pública. Y así pudiéramos enumerar una lista enorme de puntos en los cuales su materialización cambiaría radicalmente dependiendo de la participación o no que el chavismo gobernante pueda tener en su implementación y grado de influencia en los resultados.
Por eso el único resultado positivo posible en la nueva hoja de ruta, asimilable a un logro exitoso es una negociación donde no se hagan concesiones a la justicia, y las elecciones presidenciales se efectúen sin la presencia de Maduro o algunos de las personas señaladas por corrupción dentro del chavismo con expedientes penales abiertos actualmente en los Estados Unidos, España o cualquier otro país. Con un periodo de transición para depurar el padrón electoral y el CNE; determinar unas reglas comiciales claras que faciliten el sufragio, y fundamentalmente, establecer condiciones igualitarias de participación, recursos y medios para todos los candidatos, sin ventajas para ninguno.
Solo de esa manera cualquier negociación que se efectué puede calificarse de algo más que positiva. Pero obtener sin dar a cambio, no es precisamente lo que conforma la esencia de una negociación o un acuerdo entre posiciones antagónicas.
En estos momentos, cuando amenazas como: “todas las opciones están sobre la mesa”, ya están descoloridas y nadie cree en ellas, la coyuntura en la cual se dan las negociaciones igualmente ha cambiado, pues las condiciones no son las mismas de antes y fortalecen la posición, en la mesa, del gobierno de Maduro.
Una negociación por Venezuela, que pudiera significar un giro de ciento ochenta grados para sentar las bases del inicio de una auténtica transformación del país. O, por el contrario, de trescientos sesenta grados, con un simple cambio de rostros y de estilo, pero no de intenciones ni de propósitos abyectos, que nos colocaría, en un muy poco tiempo, en el mismo lugar donde estamos ahora.
@xlmlf