Soy Victoria Marulanda, tengo 19 años y soy la hija mayor de José Alberto Marulanda Bedoya, quien es el mejor médico infantil del país pero siendo inocente se encuentra recluido en Ramo Verde, una cárcel militar ubicada en Los Teques. Mi papá es el hombre que más amo en el mundo, es mi mejor amigo y confidente. Un hombre y padre excepcional que merece volver al lado de sus hijos.
Mi hermanita Ana tiene 17 años y mi hermanito Gustavo apenas 13, somo como los tres mosqueteros: “todos para uno y uno para todos” y sin d´Artagnan, nuestro padre, nos sentimos perdidos, solos y muy tristes. De hecho, siento que desde que papá está preso hemos envejecido muchísimo. Mamá hace todo lo posible por animarnos pero sabe que lo único que deseamos es abrazarlo en libertad.
Esta pesadilla empezó el 19 de mayo de 2018 cuando unos encapuchados armados hasta los dientes llegaron a su apartamento para detenerlo sin orden ni motivo. Uno de ellos le dijo que recibían ordenes de la vicepresidencia, le quitaron su celular y lo llevaron a la Dirección General de Contrainteligencia Militar para interrogarlo entre otras cosas por Emmy Da Costa una Capitán de Navío con quien estaba saliendo.
Como no les dio ninguna información sobre una supuesta conspiración comenzaron a golpearlo fuertemente en el estómago, tórax y genitales. Al confirmar que era médico brincaron sobre sus manos y le apretaron más las esposas hasta lesionarle los dedos, lo acostaron boca abajo para saltarle encima, le pusieron una bolsa plástica para asfixiarlo por lo que se desmayó 4 veces y cada vez lo despertaron para volver a entrarle a golpes y patadas, trataron de arráncale las uñas con una pinza y perdió la audición en el oído derecho por una patada que le dieron allí directamente y aún así lo siguieron torturando.
El 23 de mayo le permitieron comunicarse con nosotros pero no fue hasta 15 días después que logramos verlo. Para ese momento ya lo habían trasladado a Ramo Verde y en un tribunal militar lo acusaron de traición a la patria e instigación a la rebelión. En nuestra primera visita se nos aferró como un niño pequeño y entre lágrimas nos insistió que era inocente. Nunca antes lo había visto llorar y por un momento sentí que los roles habían cambiado, que aquel hombre frágil y torturado no era mi padre sino más bien mi hijo. Sentí que el dolor consumía todo mi cuerpo, sin embargo, de algún lugar brotaron palabras de consuelo, ternura y amor.
El rato que estuvimos a su lado pasó muy rápido, unos militares nos exigieron que nos fuéramos sin escuchar nuestros ruegos, todos llorábamos y gritábamos para que nos devolvieran a nuestro papá, sin ser escuchados.
Desde entonces ha pasado más de un año, su deterioro físico, psicológico y emocional sigue en aumento sin recibir una atención médica adecuada. Siento mucho miedo de lo que puedas pasarle. Ana está por graduarse de bachiller y Gustavo de tener su Confirmación, él siempre ha estado presente en los momentos más importantes de nuestras vidas y ya no sé cómo consolarlos cuando yo misma no puedo con tanto dolor.
@nasbly
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