Alfredo Maldonado: Los partidos, abajo

Alfredo Maldonado: Los partidos, abajo

Es la pregunta que realmente debemos hacernos. ¿Qué está pasando en los partidos, abajo? No en las cúpulas que siempre tienen un micrófono escuchando, sino abajo, en el perraje. En las arenas de la lucha, que diría Rafael Caldera.

Porque los dirigentes tienen la exposición, la fachada, el acceso y, en ese sentido, algo de poder aunque estén en la oposición. Pero esas masas habitualmente llamadas “militancia” o “simpatizantes” o “seguidores”, sólo cuentan con los oídos y las esperanzas, los sueños.

Sean militantes del partido de Gobierno, sean de los partidos del entorno oficialista –todos micropartidos, organizaciones de dirigencias poco conocidas y militancias escasas-, sean los partidos, hoy incontables en número, que se pelean y se sacan las tripas a dentelladas, a veces suaves, alguna que otra vez feroces, en ese mundo variopinto llamado oposición venezolana, la de los cuarenta aspirantes presidenciales a los cuales se refería Mike Pompeo, todos ellos se supone que son entes con un par de oídos para escuchar alardes e instrucciones, un par de brazos para levantar puños y pancartas al aire, un par de piernas para caminar manifestando. Algunos incluso tienen gargantas y bocas para gritar, a veces consignas, a veces por el dolor de los perdigonazos. Lo que no tienen son nombres propios.





Es allí, en esas extensas arenas de la lucha, donde está el país que se va diluyendo, que sufre angustias, hambre y empleos siempre mal pagados, que sueña cambios porque no le queda más remedio. Es allí donde está esa Venezuela demasiadas veces estafada por sucesivas generaciones de líderes partidistas, es allí donde esperan los mismos votos de siempre, los que entregan cargos y oportunidades a los líderes que, pendejos no son, se aferran a sus cargos y apenas llegan a uno de ellos, olvidan el principio democrático de la alternabilidad.

Millones de ciudadanos similares en todos los países de esta constantemente engañada América Latina, que son también, hay que reconocerlo, desmemoriados, porque tropiezan constantemente con las mismas piedras, se soban el topetazo, se levantan y vuelven a caminar en busca de la siguiente piedra fácilmente reconocible porque es igual a las de los tropezones anteriores. Desmemoria genética que pasa sin mayores cambios de padres a hijos a nietos, que hace coincidir en similitud a hombres y mujeres de todos los niveles socioculturales.

Excepto en los más ricos y poderosos, porque a ellos recurren los dirigentes en procura de aplausos, complicidades y recursos para las causas, que no son cuestiones de ideologías sino de mutuas conveniencias. Ahí las promesas no son vagas y populistas, son propuestas de negocios, toma y dame de las repúblicas tanto democráticas como autoritarias. Los grupos medios y bajos –en la Venezuela actual habría que decir los grupos pobres y más pobres- crecen en personas hambreadas, los altos en ladrones y corruptos que se incorporan. Afortunadamente para la conciencia nacional siempre son menos, aunque desgraciadamente esos menos cada vez son más en este socialismo fervientemente capitalista.

Es allá abajo, en esas multitudes, donde está la Venezuela real, la de verdad. En ella el castrismo chavista primero y seguidamente el castrismo madurista, han sembrado siempre promesas y esperanzas y con espeluznante eficiencia, sólo su indescriptible torpeza -¿o su indiferencia?- ha podido erosionarlas. Es allí donde las cosas importantes pasan sin que a las cúpulas diversas les importe demasiado mientras la maldita “disciplina partidista” se mantenga y los “simpatizantes” sigan acudiendo a las manifestaciones.

Pero a veces tiene uno la sensación de que con ellas ocurre como con las aguas del mar antes de un tsunami, que se van retirando de las playas sin que por ello disminuyan su volumen, aguas que retroceden convocadas por la ola gigante en crecimiento. Es cuestión de tiempo, la pregunta es si ese tiempo será suficiente para llegar a acuerdos y aplicar decisiones en conjunto por los diversos dirigentes.

Porque las masas esperan, pero no analizan. Si llegan a la ola, regresarán arrasadoras a la costa. Es cuestión de tiempo que, independientemente de los husos horarios, avanza sin parar en Oslo, Estocolmo, Moscú, Pekin, Centroamérica, Lima, Bogotá o donde sea que dialoguen y negocien los líderes.

Los golpes de estado se preparan, los “caracazos” estallan.