Un régimen que secuestra, tortura y asesina, en pleno siglo veintiuno, en el corazón de la civilización occidental, sin vergüenza ninguna, a plena luz del día, sin medida, sin sonrojo. Sus víctimas son variadas, en eso no discrimina, desde un concejal hasta un capitán. Su estrategia del terror no es nueva, cada víctima es un mensaje, como los empalados de Drácula o los crucificados romanos. Son trofeos que dicen en su placa “Somos capaces de todo” y que se exhiben para dejar claro su superioridad en maldad. El resultado es un país entero convertido en campo de concentración y una población entera convertido en rehén.
Pero, ¿Cómo se llega hasta aquí? Bastaría recordar a Montesquieu para responder desde una perspectiva política, sintetizada por la famosa frase de Lord Acton: “todo poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. En Venezuela no existe Estado de Derecho, en cambio hay un poder ejercido de forma absoluta y sin límites por parte de una élite corrupta y corrompida. Por lo tanto, todo puede pasar, como en efecto pasa. Un diputado da un discurso en un debate parlamentario y en la noche es capturado por la policia politíca quien lo desaparece por varias semanas y lo deja preso sin juicio alguno. Un gobernador en ejercicio intenta viajar fuera del país y en el aeropuerto le anulan el pasaporte. Un concejal retorna luego de ir a una sesión de la ONU y a su llegada lo secuestran para torturarlo hasta lanzarlo por el décimo piso de un edificio público. Una jueza dicta una sentencia y acto seguido es capturada y torturada por orden presidencial. Un joven marcha pacíficamente y es asesinado con un tiro a quema ropa.
Todos estos casos son reales, pero lamentablemente no son excepcionales, al contrario, representan apenas la punta del iceberg, ya que detrás de cada víctima famosa hay una estela de anónimos que ya no son ni cifras y que no consiguen siquiera notoriedad, al punto que ya se normalizó la operación exterminio llevada a cabo por un cuerpo policial llamado Faes que desaparece gente en los barrios del país para atemorizar al pueblo humilde que sufre la peor crisis humanitaria de la historia de la Región.
Pero no escribo sobre este tema, que me duele en cada letra, solo para hacer un diagnóstico o para narrar la tragedia cotidiana de la que tanto se ha hablado ya. Mi único propósito esta vez es hacer preguntas que hago al viento esperando que lleguen a donde tienen que llegar a lo largo y ancho de la comunidad internacional: ¿Cómo podemos evitar la próxima víctima? ¿Qué consecuencias concretas tendrá este nuevo asesinato? ¿Qué pasará si hay otro? ¿Qué pasará con los que siguen secuestrados y están siendo triturados hoy? ¿Es lógico pedirle a este régimen solamente elecciones imparciales sin reparar en la ausencia total de garantías constitucionales y derechos humanos? ¿Es moral equiparar víctimas con victimarios calificando el caso de Venezuela como un conflicto entre dos partes en vez de condenar el genocidio que está llevando a cabo un régimen contra su propio pueblo? ¿Cuándo la tolerancia se convierte en complicidad?
JOSÉ IGNACIO GUÉDEZ YÉPEZ
Presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana (ACADEMIA)
Twitter: @chatoguedez