A los venezolanos les gusta bromear con que sus apreciadas arepas son tan populares que los bebés salen del vientre de su madre con estos panes de harina de maíz ya en la mano.
Ahora que millones de personas huyen de la crisis en su país, se llevan con ellos su platillo más ubicuo.
En la capital de Colombia y en ciudades de todo el mundo están apareciendo humildes puestos callejeros y restaurantes de mes y mantel que sirven arepas. Muchos están encontrando en estas masas de harina de maíz una forma ideal de ganarse la vida en un país extranjero. Otros cambian los rellenos tradicionales por sabores locales, en un guiño a sus países de adopción.
“Para nosotros, la arepa representa Venezuela”, dijo Alejandra Castro, que abrió un negocio de arepas en Buenos Aires, Argentina. “Nuestra cultura, nuestro alimento del día a día. Lo que más extraña y lo que más anhela es una arepa”.
El auge de las arepas a nivel internacional coincide con un declive de su consumo en su país de origen, sumido en una dura crisis financiera peor que la Gran Depresión de Estados Unidos, y que ha hecho hui a unos 4 millones de personas.
En todo el mundo, los migrantes han llevado consigo sus tradiciones culinarias como una especie de antídoto para la nostalgia. Los cubanos que huyeron de la revolución de Fidel Castro en la década de 1960 cocinaban clásicos como la ropa vieja y el picadillo en sus pequeños apartamentos de la Pequeña Habana de Miami.
En algunos casos, las recetas tradicionales se mantienen mejor fuera que en casa.
Sin embargo, lo más habitual es que los migrantes vayan fusionando los sabores del país que dejaron atrás con el que ahora llaman hogar. Los inmigrantes chinos y japoneses modificaron de forma crucial la cocina peruana, creando un delicado híbrido con influencias incas y europeas que se ha labrado elogios en todo el mundo. La influencia de inmigrantes libaneses que preparaban shawarma en México llevó a la creación de los tacos “al pastor”, con cerdo asado.
A menudo, los migrantes se ven obligados a alcanzar un compromiso entre la añoranza por el sabor auténtico de casa y la necesidad de ganarse la vida y ofrecer sabores más locales, señaló Jeffrey Pilcher, profesor de historia en la Universidad de Toronto.
“De modo que la gente hace toda clase de adaptaciones para equilibrar esos dos deseos en cierto modo contradictorios”, dijo.
Ahora, los venezolanos en Bogotá sirven arepas con sabores colombianos como el chorizo local y frijoles rojos. En Lima rellenan las masas con lomo saltado, una ternera marinada y salteada típica de Perú. Y en Argentina, una empresa añade un toque de salsa chimichurri.
Edgar Rodríguez se convirtió en uno de los primeros embajadores de este alimento cuando llegó a España hace una década y abrió un restaurante de arepas. Ahora tiene varios productos de fusión en el menú, que incluyen ingredientes básicos españoles como el jamón serrano.
“Como se dice en Venezuela, la arepa aguanta todo”, señaló.
La historia de la arepa comienza antes de la llegada de los colonizadores españoles, cuando los indígenas en Colombia y Venezuela molían el maíz blanco hasta formar masas redondas y las horneaban en planchas de arcilla. Hoy, las arepas colombianas son relativamente anchas y planas, mientras que las venezolanas son más pequeñas, gruesas y rellenas de forma similar al pan de pita. En ambos países son una pieza clave de la dieta.
Cuando Venezuela era uno de los países más prósperos de América Latina, ricos y pobres comían dos o tres arepas al día. En la década de 1990, la producción de maíz blanco en el país alcanzó las 800.000 toneladas anuales, señaló Carlos Paparoni, legislador de la oposición que documenta la crisis agraria del país. Pero el año pasado, la producción cayó a 140.000 toneladas, señaló.
Empresas Polar, la empresa privada de alimentación más grande de Venezuela, señaló en su último reporte financiero que había recibido en torno a la mitad del maíz crudo necesario para mantener los niveles de producción de su harina de maíz de primera calidad.
El gobierno proporciona cajas de comida subvencionada, que ahora incluye harina de maíz mexicano como la que se utiliza para las tortillas, y que tiende a producir unas arepas irreconocibles.
Los venezolanos, dados a buscar el humor en medio de la crisis, comparten en medios sociales las creaciones, en ocasiones cómicas, que resultan de la harina mexicana.
Una mujer intentó hacer tacos llenos de ingredientes predilectos de los venezolanos, como frijoles negros y plátano macho, y terminó con un plato de tortillas color beige con los bordes crujientes y una consistencia gomosa. Otra persona hizo una tarta de mal aspecto.
Hace poco, las llamadas cajas CLAP para los pobres en Venezuela llegaron con granos de maíz en lugar de harina, desatando una oleada de indignación.
“El régimen pretende que nos sentemos a ver toda esta destrucción con cotufas (palomitas)”, tuiteó enfadado una persona que recibió la caja.
Los primeros migrantes que huyeron de la escasez en Venezuela tuvieron problemas para conseguir harina de maíz blanco en tierras lejanas como España y Argentina. Pero en estos tiempos, cada mes abren nuevos restaurantes de arepas en el extranjero y reciben palés de ingredientes venezolanos, a menudo producidos en Estados Unidos y otros países.
“Ha resultado la inesperada y hasta ‘sabrosa’ contraparte gastronómica de una tragedia humanitaria”, escribió hace poco la periodista venezolana Vanessa Rolfini.
Sin embargo, no todo el mundo encuentra una buena aceptación para las nuevas versiones de arepas.
Jorge Udelman intentó poner ingredientes mexicanos como cochinita pibil, un plato de cerdo asado despacio, en las arepas. Los clientes dijeron que les gustaba la comida, pero ya tenían restaurantes a los que iban desde hacía décadas para probar sabores tradicionales.
“No podemos competir con tres generaciones de familia haciendo las mismas recetas. No lo tengo en mi ADN”.
Ahora se atiene a recetas tradicionales venezolanas en su restaurante de arepas en Ciudad de México.
En cierto modo, estas experiencias reflejan los obstáculos que encuentran los venezolanos al intentar integrarse en nuevas culturas.
“Desde luego no hay garantía de que la aceptación de la comida vaya a llevar a sentimientos positivos en torno a los propios migrantes”, señaló Pilcher.
Pero Gerson Briceño tiene una historia de éxito.
En Venezuela dirigía una empresa de publicidad, pero huyó a Colombia después de que su esposa y su hija pequeña fueran brevemente secuestradas a punta de pistola. Primero abrió un negocio de celulares, pero en diciembre de 2017 abrió un puesto de arepas ante un centro comercial cuando sintió el deseo de rendir homenaje a su amada patria.
Hoy, Arepas Café tiene ocho sucursales en Bogotá.
“Siempre extrañaba el sabor de la comida de nuestra tierra”, dijo.
Briceño dijo estar orgulloso de ver a clientes colombianos que se convierten en habituales y piden clásicos como la reina pepiada, con pollo, ensalada y aguacate. También ha creado dos nuevas arepas llenas de sabores colombianos. Una está rellena de queso y salchicha, mientras que la otra incluye la mayoría de los ingredientes de una bandeja paisa, un plato típico de Medellín que incluye un huevo, frijoles rojos, filete, cortezas de cerdo y un plátano macho.
La colombiana Martha Patricia Chaparro y su hija lo probaron hace poco, maravilladas por el poco ortodoxo invento.
“¡Yo creo que nosotros no nos habíamos imaginado ver una bandeja paisa en la arepa!”, comentó.
Por Christine Armario /AP