No es por azar que los países mencionados cuenten con sólidos liderazgos políticos, y que Venezuela deba conformarse con hampones y aprendices. Y que sus intelectuales críticos sean reprendidos por los “intelectuales” apologéticos. No son “abajo firmantes”. Son firmantes de abajo.
Contrariamente a los deseos de quienes aplicaron el mote pensando en su sacralización, el término “abajo firmantes” se convirtió en una mala palabra: el sinónimo del coprófago seudo ilustrado venezolano. Un mismo lodo en que se revolcaron historiadores de postín, como Manuel Caballero y Elías Pino Iturrieta, con charlatanes y buhoneros del quehacer mediático y especular que creyendo que anotándose a la lista de adoradores al tirano cubano subirían de categoría, entrarían a la nómina ilustrada de “gente importante”, que a falta de alguna ocupación podían asumir la de aquellos que, según Sartre, solían mezclarse en asuntos que no les competían.
Entraron a la historia menuda de la infamia neofascista venezolana el 2 y 3 de febrero de 1988, cuando El Nacional y 2001, traicionando su hermosa tradición liberal, se convertían en tribunas privilegiadas del golpismo caudillesco y militarista venezolano publicando ese pérfido e insultante manifiesto de bienvenida al tirano más cruel y desaforado de la historia republicana de América Latina. Infinitamente peor y más siniestro que Santa Ana o Juan Vicente Gómez. Todavía libre del estigma gansteril y delincuencial que hoy lo caracteriza en el mundo entero. Luego de mostrar sus entrañas al desnudo pariendo y explotando al Frankenstein narcotraficante y terrorista venezolano salido de sus entrañas: Hugo Chávez.
Que después de treinta años, muchos de esos 911 “abajo firmantes” vuelvan por sus fueros, extendiendo una inquisitorial prohibición a criticar a un diputado por el Estado Vargas que en muy mala hora recibiera de los dioses de la zarrapastra parlamentaria nacional el encargo de proceder como “presidente interino” de Venezuela, una extraña figura constitucional inventada por el chavismo constituyente y plebiscitario, abrogándole títulos de representación sin un solo poder ejecutivo real, causaría asombro si Venezuela no fuera una privilegiada república bananera y macondiana, que no soportó cargar sobre sus hombros una democracia liberal, viéndose empujada por sus instintos de barbarie colonial a volver al chamán omnipotente de la tribu. Quien haciendo uso del poder de vida o muerte a él conferido por una sociedad ignorante, analfabeta y minusválida reventó todos los mecanismos de seguridad dejando brotar del cloacal fondo de sus determinaciones los peores instintos africanos de quinientos años de pasado.
Una faena digna del Corazón de las Tinieblas, de Joseph Conrad, o de El Reino de este Mundo, de Alejo Carpentier. Una zambullida en el lustro más ominoso, sangriento y sórdido de la historia del siglo XIX venezolano, los cinco años de La Guerra Federal, que sumieran al país en llamas, muerte y desolación. Con absoluta razón reivindicada por quien se creía la reencarnación del usurero esclavista que la dirigiera a la cabeza de los federalistas, Ezequiel Zamora. “Oligarcas temblad, viva la libertad.”
Quiso una historia bicentenaria reacia a la razón y al pensamiento, seducida desde su nacimiento por hombres de armas y alérgica a los doctores, que esos instintos bestiales no encontraran la contrapartida de una intelectualidad culta, lúcida, comprometida y capaz de intervenir en el debate y la lucha políticas con sus debidos correctores. La apología ha aplastado toda perspectiva y visión crítica. El delirante culto al hombre de armas, la reposada admiración y el respeto al hombre de ideas. Andrés Bello fue rechazado por Bolívar. El doctor Vargas fue apartado de un manotazo del primer gobierno electo de la república. Cecilio Acosta vivió sin pena ni gloria. Y quienes destacaron, lo hicieron siempre bajo el paraguas de la política, como Uslar Pietri y Rómulo Gallegos. Venezuela nunca contó con una auténtica, autosuficiente y poderosa clase intelectual, como la tuvieran y continúan teniéndola países como Chile, como México, como Argentina o Colombia. La agrafia y el analfabetismo continúan siendo nuestros pecados capitales.
No es por azar que los países mencionados cuenten con sólidos liderazgos políticos, y que Venezuela deba conformarse con hampones y aprendices. Y que sus intelectuales críticos sean reprendidos por los “intelectuales” apologéticos. No son “abajo firmantes”. Son firmante de abajo.
@sangarccs