En la década de los 80, el grupo de narcotraficantes colombianos liderados por Pablo Escobar, que se hacían llamar “Los Extraditables”, tenía un lema que resumía sus temores ante la posibilidad de ser juzgados por una corte estadounidense: “Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos”.
A pesar de que Escobar murió hace ya más de 25 años y sus socios también murieron o fueron capturados, ese temor se mantuvo vivo en las entrañas de los principales carteles de la droga.
Y este miércoles, la sentencia a cadena perpetua (más 30 años) de otro capo del narcotráfico –Joaquín Guzmán Loera, más conocido como El Chapo– confirma nuevamente el rigor con que las cortes estadounidenses proceden en este tipo de casos.
Guzmán se une a la lista de jefes de la mafia que en su momento se enfrentaron a la Justicia de EE.UU. y que fueron condenados a pasar el resto de sus vidas en una cárcel de ese país.
Y no en una tumba en sus países de origen.
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