Francisco Olivera: Aliados contra el Foro de San Pablo

Francisco Olivera: Aliados contra el Foro de San Pablo

Bolsonaro es como Trump: difícil que rompa el silencio sin provocar. Su paso por la 54a Cumbre del Mercosur, que se hizo esta semana en Santa Fe, fue protocolar solo en público. En privado, delante de funcionarios argentinos que volvieron en esta visita a constatar su respaldo a la reelección de Macri, deslizó una pretensión que excede el bloque regional y sus acuerdos: hay que empezar a pensar en un “anti-Foro de San Pablo”. La idea no cayó mal entre los asistentes. Al contrario: Mario Abdo Benítez, presidente paraguayo, se ofreció a colaborar: “Podríamos hacerlo en Paraguay”, propuso.
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Cambió el viento. Siempre hay alguna convocatoria contracultural. En 2005, mientras transcurría en el Hotel Provincial la IV Cumbre de las Américas con George W. Bush, se hizo en el estadio mundialista de Mar del Plata. Se llamó III Cumbre de los Pueblos y fue multitudinaria: la organizó Chávez con el apoyo de Néstor Kirchner. “No a Bush y no al ALCA” era la consigna. “Si viene, yo paro”, decía un volante de la CTA que mostraba la cara del presidente norteamericano.





Ahora es solo una postal de esos años. Y apenas un recuerdo para Evo Morales, presente entonces como candidato a la presidencia de Bolivia y participante esta semana como jefe de Estado en Santa Fe. “Se lo vio sonriente: él quiere pertenecer al Mercosur”, dijeron en el macrismo. Si prosperan las propuestas de Bolsonaro, el líder boliviano deberá hacer equilibrio. Su partido, el MAS, es miembro del Foro de San Pablo, que se reunió por última vez en 2018 en La Habana. Esa cumbre paulista es desde hace casi 30 años un think tank regional de la izquierda. Nació en 1990, un año después de la caída del Muro de Berlín, impulsada por el PT, el partido de Lula. En 2010 se hizo por única vez en Buenos Aires y tuvo a Cristina Kirchner como oradora en la clausura. En 1996, en San Salvador, llegó a participar Raúl Reyes, miembro de las FARC, que leyó un mensaje de su comandante en jefe, Manuel Marulanda.

Bolsonaro está dispuesto a encabezar ahora una reacción conservadora. En Santa Fe enumeró algunas condiciones que deberían darse. Una de ellas parece de índole personal: que se acepte la postulación de su hijo Eduardo como embajador en Estados Unidos. No es sencillo, porque la tradición del Palacio de Itamaraty indica, al contrario de lo que ocurre en la Argentina, que esos cargos no se reservan a políticos, sino a diplomáticos de carrera.

Eduardo, un abogado de 35 años, es diputado por el estado de San Pablo. Llegó a la cámara en 2015 con 1.814.443 sufragios que lo convirtieron en el legislador más votado en la historia de Brasil. Tiene una buena relación con los hijos de Trump y con Jared Kushner, el influyente yerno del líder republicano, y les cae bien a los macristas. En mayo, invitado al Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales a dar lo que en el mundo académico se conoce como clase magistral -método docente unidireccional sin preguntas de los asistentes-, dijo que este era un país al que le tenía afecto y en el que, de joven, había llegado a ganarse la vida como guía turístico y coordinador de viajes de egresados a Bariloche. Su exposición arrancó con una foto de Karl Marx y una enumeración: Cristina Kirchner, Lula, Chávez, Evo Morales, Mujica y Rafael Correa. “El marxismo no es una ideología. Es un movimiento que va cambiando de nombres: a veces es socialismo, otras progresismo, otras bolivarismo, y siempre el discurso se va acomodando”, dijo.

El gobierno argentino está dispuesto a respaldar esa designación, que debe ser aprobada por el Parlamento. “Es un hombre latinoamericanista y con una visión clara de las relaciones de nuestra región con Estados Unidos. Puede sumarnos a todos”, lo definió esta semana el canciller Jorge Faurie. Esta devolución de gestos -la Casa Rosada le agradece a Bolsonaro su rol en el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur- exhibe a la vez el eje global a que la Argentina busca pertenecer. El decreto que permite incluir a Hezbollah entre las organizaciones terroristas que el Gobierno acaba de publicar fue un pedido de la Casa Blanca que hasta llegó a generar dudas en la Cancillería: Faurie habría preferido seguir con la lista aprobada en el Consejo de Seguridad de la ONU. En realidad, el más convencido de la iniciativa, que estaba prevista inicialmente en un proyecto de ley del diputado Luis Petri y después se apuró en un decreto, era el propio Macri. John Bolton, consejero de Seguridad Nacional norteamericano, lo celebró ayer en su cuenta de Twitter, al señalar que Estados Unidos “aplaude” la decisión argentina de declarar a Hezbollah, que responde a Irán, organización terrorista. “Continuaremos con los esfuerzos conjuntos para cortar las finanzas de Hezbollah y la capacidad de Irán de planear ataques terroristas. Es hora de apagar las luces en el llamado ‘Partido de Dios'”, afirma el mensaje.

Macri confía en que esa medida y el congelamiento que la UIF les aplicó a los activos de la organización contribuyan a evitar más muertes. Así lo dijo anteayer, durante la presentación del libro Justicia perseguirás, sobre los 25 años del atentado contra la AMIA, en el Museo de la Casa Rosada, donde recibió el aplauso de un público conformado por parientes de las víctimas y empresarios como Eduardo Elsztain (IRSA) y Adrián Werthein, presidente del Congreso Judío Latinoamericano. “A mí no me asusta la grieta: estamos en el camino correcto”, dijo Werthein luego de compendiar los enfrentamientos ideológicos argentinos de la historia.

El rumbo elegido incluye un horizonte económico que Macri juzga como única alternativa de viabilidad para el país. Ahí coincide más con Paulo Guedes, ministro de Economía brasileño, que con Bolsonaro. Guedes presentó esta semana su proyecto de reforma previsional como el camino que deberá seguir la Argentina. “La proximidad de Macri y Bolsonaro encaja muy bien con esta visión de modernización de las economías. Si alguno de los dos no siguiera no sería posible esta reforma”, dijo en una entrevista con El Cronista. Horas después fue el presidente brasileño el que se lo dijo a los funcionarios argentinos: “Ustedes no pueden volver atrás”.

El fondo del asunto trasciende en realidad las relaciones personales: es una cruzada ideológica que, como Trump, Bolsonaro predica hasta en Twitter. El mes pasado hablaba de Cuba y escribió en su cuenta: “Sin el Foro de San Pablo, el país comunista habría entrado en colapso hace mucho tiempo. ‘El socialismo dura hasta que se termina el dinero de los demás’. Margaret Thatcher”. Inoportuna al gusto argentino, la cita pretendió describir lo que ha ocurrido en la región. Hace 15 años, con los términos de intercambio más favorables en décadas, a ningún candidato le habría molestado que lo llamaran, como Pichetto a Kicillof, marxista. “Soy peronista y keynesiano”, se defendió el involucrado.

En política no hay dogmas: es el contexto lo que determina qué es elogio o insulto. Habrá que admitirle al compañero de fórmula de Macri una destreza: sus adjetivos describen climas de época.

Publicado por lanacion.com.ar