Habían pasado dos meses de los ataques del 11-S a las Torres Gemelas y al Pentágono. Era comienzos de noviembre de 2001 y Osama bin Laden, el líder de Al Qaida, la organización terrorista que ejecutó el mayor atentado sufrido por EE.UU. en su historia, se despedía de tres de sus hijos a la sombra de un olivo en las inmediaciones de Jalalabad, en Afganistán. Uno de ellos, Bakr, se distanciaría de Al Qaida. Otro, Khalid, moriría una década después tratando de salvar la vida de su padre. El tercero, Hamza, se convertiría con el tiempo en su sucesor aparente. No lo llegará a ser, porque esta semana se ha conocido que ha muerto.
Por lapatilla.com
Así lo reseña abc.es
La escena la dibujó en 2017 Ali Soufan, un ex agente especial del FBI que estuvo en la primera línea de batalla contra Al Qaida, en un perfil sobre Hamza bin Laden publicado en 2017 por el Centro para el Combate del Terrorismo de West Point, la academia militar de élite de EE.UU. En aquel entonces, Hamza se había convertido en una de las voces principales de Al Qaida y en candidato preferente para tomar algún día las riendas de la organización. Ese mismo año, EE.UU. le colocó en la lista de «terroristas globales». En febrero de este año, el Departamento de Estado ofreció una recompensa de un millón de dólares a quien diera con su paradero. Naciones Unidas también le incluyó en su lista de sancionados. Ahora se cree que la recompensa y las sanciones estaban muertos: probablemente murió en algún momento de 2017 o 2018.
Hamza, del que se cree que nació en 1989, era el favorito de entre las dos docenas de hijos que se cree que tuvo Osama bin Laden. Estaba destinado para serlo, ya que su madre, una psicóloga infantil de buena familia saudí, era también la mujer preferida por el líder terrorista.
Seguidor de la yihad
Hamza y el resto de la prole siguieron a Osama y su yihad: de Arabia Saudí a Sudán y, de allí, a Afganistán, donde Al Qaida encontró apoyo y refugio entre los talibanes. La familia se estableció en Kandahar y Hamza pronto cobró protagonismo en las actividades de su padre: apareció en vídeos de propaganda -hasta hace poco, la última imagen que había de él era de una de esas grabaciones-, recibió entrenamiento militar de los yihadistas, pronunciaba sermones agresivos y deleitaba a sus familiares con poemas y lecturas de rezos.
La vida de los bin Laden cambió con los atentados del 11-S. Osama se convirtió en el objetivo número uno de EE.UU., se desató la guerra de Afganistán y todo el clan corría peligro. El líder buscó cobijo en las cuevas de Tora Bora, cerca de la frontera con Pakistán, y la familia se desbandó. Muchos, entre ellos Hamza y su madre, encontraron refugio en Irán. Teherán no era el destino lógico: Irán es la gran potencia chií y los bin Laden y Al Qaida son de fuerte inspiración suní. Pero para los líderes iraníes, la presencia de los bin Laden podía funcionar como moneda de cambio con EE.UU. u otros países. Hamza permaneció oculto durante años en su cautiverio iraní. Su entrada en la edad adulta reforzó la cercanía ideológica con su padre. Se casó con la hija de uno de sus lugartenientes -se cree que después se casó también con la hija de Mohammed Atta, el cerebro del 11-S- y la correspondencia entre ambos mostró una lealtad completo a la jihad y una adoración por parte del padre hacia el hijo.
Irán soltó a Hamza y a otros hermanos en 2010 en un intercambio con un diplomático iraní que había caído en manos de Al Qaida. Se establecieron en Waziristan, donde había un grupo de efectivos del grupo terrorista. No era el lugar más seguro: uno de sus hermanos, Saad, murió por un misil estadounidense. Osama bin Laden vivía escondido en Abbottabad, en el lado paquistaní de la frontera con Afganistán. Cuando la decisión de que Hamza se reuniera allí con su padre estaba tomada y los preparativos listos, las fuerzas especiales de EE.UU. asaltaron el refugio de Osama y acabaron con su vida y con la de otro de sus hijos, Khalid. Hamza se salvó del mismo destino «por semanas o incluso días», aseguraba Soufan.
Hamza, el sucesor
El hijo favorito de Bin Laden volvió a salir a la luz en 2015, cuando Al Qaida había perdido buena parte de su empuje y Ayman al-Zawahri estaba al frente de la organización. «Es un joven león de la guarida de Al Qaida», le presentó al-Zawahri. Rápidamente, se convirtió en una de sus principales voces, con mensajes que llamaban a los musulmanes de todo el mundo a atacar intereses occidentales y judíos, a la expulsión de la monarquía en Arabia Saudí, a la liberación de los palestinos y, también, a la venganza de su padre. A pesar de no tener apenas experiencia en el campo de combate ni en la gestión de redes terroristas, su pedigrí le colocó como posible sucesor de al-Zawahri.
«Su ascenso es un reflejo de la debilidad de Al-Qaida», asegura ahora en un artículo Daniel Byman, del Centro de Política en Oriente Medio de la Brookings Institution. El grupo terrorista había perdido influencia respecto a grupos en expansión como Daesh y Hazman podría ser una voz atractiva, por su conexión con Osama bin Laden, para captar apoyos en las generaciones jóvenes.
Pero lo cierto es que no tenía la consideración de líderes como Musab al-Zarqawi, de Al Qaida en Irak, o Abu Bakr al-Baghdadi, de Daesh, ambos curtidos en la primera línea de combate. Su ascenso, y caída, son reflejos de la pérdida de fortaleza de Al Qaeda, que no ha conseguido atacar intereses en Occidente en más de una década.