Luis Alberto Buttó: Paredes y barbarie

Luis Alberto Buttó: Paredes y barbarie

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

Que un edificio sea considerado patrimonio artístico e histórico y bien de interés cultural del país tiene que henchir de justificado orgullo a todos los habitantes de la nación y más con sobrada razón a quienes ven transcurrir su cotidianidad entre las calles de la ciudad donde se encuentra asentada la construcción en cuestión. Que ese sin duda hermoso edificio sea además la sede del rectorado de una de nuestras más antiguas y prestigiosas universidades es motivo para alimentar el pundonor y la honra de todos los universitarios nacionales y, por supuesto, mucho más de aquellos que en sus bolsillos o bolsos portan un carné que los identifica como miembros particulares de la comunidad del saber que en concreto representa dicha universidad.

Así las cosas, de cara a ciertos actos vandálicos recientemente escenificados en la llamada ciudad de los caballeros, queda más claro que el agua quién siempre es y quién nunca será. Desdijeron mucho de su condición de venezolanos, de andinos, de merideños, de universitarios y/o de miembros de La Universidad de Los Andes (ULA), aquellos que arteramente se refugiaron en las sombras de la madrugada para mancillar con pintura la fachada y pisos del rectorado de la ULA. En verdad, dan pena ajena ya que en su actuar evidenciaron a gritos que no tenían la más mínima idea de la soberana estupidez que cometían. Quizás haya que recordarles donde terminarán parados. Pasados los años, la prestancia de una institución como la ULA permanecerá incólume, tan inquebrantable como se mantendrá la incultura de los que creyeron que atemorizaban la dignidad universitaria garrapateando la amenaza «vamos por ustedes».





Hay un inmenso grado de barbarie acumulado en la mentalidad de quienes viven evidenciando con cada acto que desarrollan cuán imbuidos están del infeliz contenido de la creencia en la tierra arrasada. Para decirlo con la decencia que debe mantenerse cuando se escribe para el público y no para uno mismo, son mentes estrechas que actúan apegados al primitivismo de las hordas perdidas en los malos recuerdos de la historia. Su razonamiento pernicioso parte de la simplicidad del que se siente vencido y por ello desespera: lo que jamás podrán conquistar de buenas maneras tratan de destruirlo hasta los cimientos para que no pueda ser justamente utilizado y aprovechado por quienes sí se ganaron el derecho de proceder en ese sentido. La estela de sus pasos es la destrucción infame del que es incapaz de construir cualquier cosa. Si es cierto aquello de que por sus obras los conoceréis, gente como ésta sufrirá indefectiblemente la condena del anonimato y el olvido. Nada, absolutamente nada, pudieron materializar en su paso por el tiempo en que les tocó andar. Desgracia y tragedia dejaron tras de sí. No más.

Así las cosas, en este cuento, no sólo las paredes del rectorado de la ULA es lo maltratado. Esas pintas desfasadas e improcedentes forman parte del cúmulo de feos símbolos que descarnadamente dan cuenta de la destrucción de todo el país, del desmoronamiento sistemático y preestablecido de lo bueno y noble que en algún momento llegó a tener la nación, en tanto y cuanto con denuedo y constancia lo edificó el concurso de gente dedicada y buena, venezolanos (nacidos o sembrados aquí) que esperanzados miraron al futuro soñando la grandeza de la patria y decidieron poner de a poquito y sin cansancio los ladrillos que hicieron posible levantar muros de modernidad allí donde alguna vez los hubo. Como en otros momentos de la historia, a las afueras del imperio del progreso se asentaron los bárbaros y acecharon esperando con malévola paciencia el momento de horadar la resistencia.
Hay que reconocerlo: hoy se atreven a manchar paredes patrimonio porque previamente fueron victoriosos en la tarea de derribar los puentes que conducían al mañana.

Sólo la cultura puede contraponerse a la barbarie. Que cada quien haga la lectura pendiente.

@luisbutto3