El presidente Guaidó hizo el pasado domingo un anuncio terrible para la marcha de los asuntos públicos en las horas de tribulación que vive Venezuela. Comunicó a través de las redes sociales la iniciativa que va a poner en marcha la dictadura para disolver la AN y para perseguir en forma inmisericorde a los representantes del pueblo.
Debe tener información precisa sobre la proximidad del atentado, porque de lo contrario no hubiera turbado a la ciudadanía con una novedad de esa envergadura. Por consiguiente, de la noticia se desprende la obligación que tiene la ciudadanía de estar preparada frente a un atentado contra los pocos fundamentos de república que todavía subsisten.
La antirrepública, en su afán de liquidar lo que queda de cohabitación civilizada y democrática entre nosotros, se valdrá de la institución menos republicana que la representa e identifica: la autonombrada asamblea nacional constituyente, un engendro espurio que tejió el Ejecutivo a su medida para el sostén de su dominación. Fabricada fuera de lapso y en contravención de los principios del sufragio universal y de la participación de las mayorías, tiene como prioridad el apuntalamiento de la usurpación. Ahora le toca, de acuerdo con las denuncias del presidente Guaidó, ocuparse del único cuerpo colegiado que limita su actuación debido a su procedencia de la voluntad popular y a su proveniencia de la soberanía nacional.
Debe quedar claro a través de estas líneas que el usurpador y sus secuaces no programan ahora un ataque de grandes proporciones contra los partidos políticos de la oposición, ni profundizan la persecución de dirigentes incómodos. Les tienen el ojo puesto y son los primeros en la lista de los aniquilables, desde luego, pero el desafío que nos ocupa se dirige contra la institución que históricamente representa las reglas decentes y equilibradas del juego político a través del tiempo en Venezuela. Quieren ejecutar la operación de mayor calado contra los restos de republicanismo que han subsistido después de atroces ataques, un manotazo criminal contra un entendimiento liberal y respetuoso de los temas relacionados con el bien común que viene desde los orígenes de la patria en 1811.
Si quiere hacer una comparación que informe sin posibilidad de dudas sobre la gravedad de lo que puede pasar en breve, el lector debe recordar el feroz atentado de José Tadeo Monagas en 1848 contra el Parlamento dominado por sus opositores, un ataque de terror y sangre. El suceso se recuerda como «el asesinato del Congreso» y representa el primer paso del autoritarismo personalista para liquidar las instituciones liberales creadas por el voto de los ciudadanos en el arranque del Estado nacional.
Tome las distancias que el paso del tiempo sugiere, respetado lector, y terminará mirándose en el mismo espejo de traiciones y desmanes contra los fundamentos de una república que merece un destino realmente enaltecedor. De allí la trascendencia del espeluznante plan que nos desveló el domingo el presidente Guaidó.
Publicado originalmente en El Nacional