Algo se han decantado ya las aguas, setenta y dos horas después de la tormenta causada por la divulgación en redes sociales del video en el que el exjefe negociador de las Farc, alias Iván Márquez, en compañía de un puñado de antiguos comandantes de esta exguerrilla anuncian su decisión de retomar las armas.
Se debe resaltar de entrada un hecho positivo: el rechazo a este discurso amenazante ha sido unánime en tiempos de polarización. Aunque es cierto que los argumentos han variado. De manera acertada, el presidente Iván Duque advirtió sobre la verdadera naturaleza de este grupo minoritario, haciendo énfasis en la necesidad de no dejarse engañar por falsos ropajes ideológicos. Como corresponde, ordenó a la Fuerza Pública perseguirlos, al tiempo que reafirmó el compromiso de su gobierno con el cumplimiento de lo que le corresponde al Estado en la tarea de acompañar el regreso a la vida civil de los excombatientes y milicianos, más de 11.000, que siguen del lado de la paz.
Un reconocimiento merece también la postura asumida por Rodrigo Londoño y otros líderes del actual partido Farc, quienes calificaron la actuación de ‘Márquez’ como una equivocación delirante, al tiempo que insistieron de forma clara y contundente en que su compromiso con el proceso es indeclinable.
Y es que, como ya se dijo desde estos mismos renglones, sería necio negar que se trata de un sacudón fuerte al proceso de paz, pero esta realidad no obsta para hallar en el insuceso una oportunidad de aglutinar apoyos en torno a esta causa y lograr un nuevo impulso en clave de unión nacional. Tarea en la que poco ayudan esas lecturas, vistas también, en las que el Gobierno aparece como corresponsable de la decisión de ‘Márquez’ y su gente.
En este orden de ideas, la hoja de ruta a estas alturas no admite mayor discusión. La Jurisdicción Especial para la Paz debe actuar con celeridad, expulsando a quienes aparecieron en la pieza audiovisual, desafiantes, esgrimiendo armamento, para que pueda proceder contra ellos la justicia ordinaria. A nivel diplomático, se debe dejar muy claro que es la codicia propia de la extracción de rentas ilegales y no una ideología lo que mueve a esta disidencia. Al tiempo, hay que repetir una y mil veces que la dictadura venezolana la apoya, brindándole refugio en su territorio y permitiéndole, como al Eln, traficar con drogas y minerales indebidamente extraídos.
Igual o más importante que lo anterior es no bajar la guardia en la ejecución de los programas y políticas que les han permitido a más de 8.000 excombatientes avanzar en su proceso de regreso a la vida civil. Ellos tienen que recibir el mensaje de que el Estado cumplirá con todos sus compromisos. Aquí caen bien las palabras del presidente Duque, pero sobre todo se requieren acciones que no dejen margen de duda sobre la seriedad con la que el Gobierno está asumiendo el cumplimiento de sus compromisos. Por fortuna, como lo hemos repetido, las noticias son muy halagadoras en este frente.
En la ruta de la construcción de la paz, tras la firma del acuerdo del Teatro Colón, falta mucho camino, no sobra recordarlo. Por eso, tampoco ayudan las voces que pretenden desandar lo recorrido, ignorando todo lo bueno que ha traído la paz, comenzando por la dramática reducción de la cifra de muertes en las filas castrenses. Todo lo anterior apunta, entonces, a alcanzar un escenario de unidad en torno al cuidado de los logros que ha traído el final de las Farc y a renovar el voto de confianza en la institucionalidad que surgió de los acuerdos, así como en la disposición de todos los actores para que su concreción no se detenga.
Y si se pide unión en el ámbito político alrededor de los ejes fundamentales de la paz, hay que pedir también que el Ejército, el encargado de mantener a raya a los enemigos de la paz, cese la discordia. De cara a la amenaza que supone el posible actuar terrorista de la disidencia de ‘Márquez’ y compañía, es urgente abandonar cuanto antes las sombras de duda que han dejado episodios recientes que apuntan a liderazgos en direcciones divergentes. Si bien esta agrupación está todavía lejos de ser una amenaza para la seguridad nacional de la magnitud de la que en su momento constituyeron las antiguas Farc, no deja de encarnar un desafío serio frente al cual el Ejército debe estar preparado. Escenario que obliga a pasar ya la página de las facciones que vienen sembrando discordia.
Que este episodio sea un campanazo para tener muy claro qué es lo prioritario en este momento para el país. Urge consolidar y blindar lo ya construido en materia de implementación de los acuerdos. Hay que evitar el fuego amigo y también las apuestas por dar pasos hacia atrás, en busca de réditos políticos pasajeros. No hay razón para no cristalizar un marco de consenso en el que quepan todas las fuerzas y tendencias: el de que la paz no puede tener reversa.
EDITORIAL
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