Las FARC están de vuelta. Un grupo disidente anunció su rearme y el inicio de una “nueva guerrilla”. Es liderada, entre otros, por Jesús Santrich, acusado por narcotráfico, e Iván Márquez, jefe de la delegación que negoció el acuerdo de paz en La Habana.
De ahí que no estén tan de vuelta porque nunca habían partido, dicen algunos, dando sustento además a la hipótesis que su voluntad de abandonar las armas no era genuina.
Es decir, al carácter básicamente criminal de la organización, donde la narrativa de la “violencia insurreccional” y la “guerra popular prolongada” han sido meras pantallas. Recuérdese que los cargos más recientes contra Santrich son por diez toneladas de cocaína. Todo lo cual pone al “Partido FARC” en un aprieto.
Ocurre que aquellos que dicen haber abandonado la violencia—y que ocupan curules parlamentarios, nada menos—tienen que hacer mucho más que “pedir disculpas’ y expresar “vergüenza”, como hizo Rodrigo Londoño, alias Timochenko, o criticar a los disidentes por su vanguardismo—en argot de guerrilla, de mal gusto—como hizo el Senador Julián Gallo, alias Carlos Antonio Lozada.
Deberían empezar por entregar todas las armas, tema que permanece en una zona de indefinición, y a los disidentes junto con ellas. Es que si esos disidentes no aceptan la decisión de la conducción, pues la conducción debe ponerse decididamente del lado del Estado y la legalidad. Cualquier otro lugar que ocupen será complicidad, sea explícita o camuflada.
Sería una exquisita ironía que el célebre concepto “agudización de las contradicciones” les cayera encima a ellos mismos ahora. Sería también necesario para poder creerles.
Por ponerlo de otro modo, el día que sus casas sean atacadas por la nueva guerrilla como lo fue la de Gerry Adams—blanco del “New IRA”, fracción disidente justamente—entonces podrán certificarle al mundo que se convirtieron en un partido político normal al igual que Sinn Fein. Así funciona un verdadero plan de paz con grupos insurgentes, pero claro que el Ejercito Republicano Irlandés no se ha dedicado al negocio de la cocaína. Los carteles de narcos nunca practican la paz.
Esta crisis que comienza no es solo de Colombia. En la declaración, la nueva guerrilla culpa al gobierno de “falta de compromiso” y anuncia una alianza con el ELN, grupo que ha recibido protección por parte del régimen de Maduro, controla una buena parte de la minería ilegal y tiene presencia en 13 estados de Venezuela, con alta concentración en la zona limítrofe occidental, portento de compromiso.
Se trata, virtualmente, de una confesión de parte. Es decir, la guerrilla se rearma para desestabilizar al gobierno que se ha cargado al hombro el grueso de la crisis migratoria venezolana, pues dicho éxodo—una población joven, pobre y vulnerable—constituye además un objetivo obvio para el reclutamiento de nuevos adherentes.
El continente va quedando chico para los sufrientes migrantes. Ecuador acaba de imponer visa y las Naciones Unidas continúan sin otorgarles el status de refugiados, lo cual les daría más recursos y los pasaportes que el propio Estado venezolano les niega. El ELN ya estaba en operación en dicha región, la entrada de las FARC ahora hace todo más complejo y más trágico.
Naturalmente, Caracas está detrás de todo esto. El video de la nueva guerrilla se grabó en Venezuela y, de hecho, Maduro ya había anticipado la noticia en julio pasado. En ocasión del Foro de São Paulo, dio la bienvenida a todos ellos, sin distinción entre “disidentes” o “legalistas”, por llamarlos de algún modo. A propósito, el Senador Gallo también fue parte de aquel evento, expresándole al chavismo su compromiso de “acabar de construir la patria bolivariana que ustedes han iniciado”.
Y si Caracas está detrás de las FARC, La Habana está detrás de ambos y siempre cautivando con facilidad al progresismo europeo. Las cancillerías de Cuba y de Noruega emitieron un comunicado conjunto dando su respaldo al proceso de paz que ellos mismos garantizaron y expresando su “profunda preocupación acerca de la reanudación de la lucha armada por parte de algunos miembros de las FARC-EP”.
Hipocresía a la N, las FARC no dan un paso sin pedir permiso a Cuba, ello mientras Noruega se ocupa del diálogo en Barbados entre el régimen de Maduro y Guaidó. Sabemos que la mentira es constitutiva del quehacer político, pero cuando es exagerada puede causar malestar estomacal.
Y a propósito, la canciller de Canadá Chrystia Freeland estuvo en La Habana con su par Bruno Rodríguez, el tercer encuentro de ambos desde mayo. Allí, una vez más, escuchó el pedido del canciller cubano de interceder ante el gobierno de Estados Unidos para que levante las sanciones impuestas al régimen de Maduro.
Se desconoce si conversaron sobre las sanciones de Cuba a Venezuela, entre 50 y 60 mil barriles de petróleo diarios subsidiados o gratis. Es que para La Habana no se trata de sanciones sino del pago en especies por servicios: control de aeropuertos, pasaportes y documentación de la población, el armado del padrón electoral, contrainteligencia militar y torturas.
Publicado por infobae.com