Recientemente estuve en el Zulia. Una región de nuestro país que recordamos pujante, productiva y luminosa, que se encuentra sumida hoy en un grado inhumano de destrucción y abandono, diseñado maquiavélicamente para someter en forma definitiva al ciudadano. Los que vivimos en otras regiones del país, cuando escudriñamos los detalles de la crisis zuliana, nos preguntamos ¿cómo es que aún los zulianos, particularmente los maracuchos, con esa pasión regionalista que los caracteriza, no se han levantado, no han armado un buen lío?
No tengo la respuesta a esa pregunta. Pero lo que viví en estos días en el Zulia más bien me llenó de ánimo y de una gran responsabilidad con estos ciudadanos, de cara al proceso de rediseño institucional y republicano que nos tocará desarrollar una vez alcanzada la libertad que anhelamos. Fue un balde de dignidad humana zuliana que confieso que me tomó por sorpresa.
Hay una profunda claridad en cuanto a las causas que nos trajeron hasta aquí. Dolor y mucha rabia también, por supuesto. No es fácil procesar, en un país de tradición de afecto, confianza y camaradería como el nuestro, esta ruptura emocional que ha significado el desmembramiento de las familias, de las comunidades, de las raíces. Hay heridas que costará mucho sanar.
Además, este sistema criminal que intenta someternos, diseña cada una de sus acciones, sus discursos, para hacernos sentir ínfimos, que no valemos lo suficiente para merecer más, que está mal aspirar a otra cosa mejor para nosotros y nuestras familias y que tenemos que conformarnos, igualándonos a todos hacia abajo.
Afortunadamente, estamos rodeados de venezolanos que están muy claros en lo que estamos viviendo. Entienden que no hay soluciones mágicas, que para que logremos alcanzar la libertad que anhelamos, es imprescindible arremangarse las mangas y trabajar duro. Acompañar al que tenemos cerca, hacerle saber que no está solo. Explicarle lo que no alcance a comprender de la cotidianidad. Informarlo, en un país en el que los medios de comunicación y peor aún, la libertad de expresión han desaparecido por completo.
Estos ciudadanos entienden que la lucha es existencial, y que hay que darla incansablemente en cada minuto de nuestra vida, en cada espacio disponible que tengamos. Cuando hablan, nos dan lecciones inmensas, que nos llenan de fuerza, pero también de una gran responsabilidad. Gente que ante la clásica afirmación que surge comúnmente en cualquier conversación de “qué país le vamos a dejar a nuestros hijos”, nos increpan respondiéndonos que el enfoque es al contrario, que en medio de este sistema plagado de antivalores y de referencias éticas e institucionales, el trabajo que debemos hacer es arraigarnos en los valores, porque la pregunta correcta es ¿qué hijos le vamos a dejar a Venezuela?
Tengo que confesarles que esa pregunta me estremeció. Porque ciertamente, la condición ciudadana que necesitamos en nuestro país para que la libertad tan anhelada sea sostenible y se mantenga en el tiempo, conlleva mucho más que “el espacio en el que se habita y las leyes que lo definen”. El ciudadano que buscamos es un ciudadano con profunda conciencia de su dignidad humana, del valor de la libertad sin condiciones, y al mismo tiempo de la gran responsabilidad que conlleva ejercerla.
Quiero decirles que en todas las reuniones en las que estuve, en las comunidades con las que compartí, me encontré venezolanos trabajando desde su espacio para ir construyendo esa capacidad ciudadana. Iniciativas espontáneas de venezolanos que entendieron que ese es el esfuerzo en el que mejor inversión de tiempo podemos hacer, porque conjuga varios elementos que necesitamos robustecer para avanzar en la ruta del coraje, y que son condicionantes tanto para ejercer la presión ciudadana tan mencionada, como para establecer las bases de las siguientes fases.
Por una parte, la búsqueda del arraigo en los valores como mecanismo para afianzar la fortaleza espiritual imprescindible; y por la otra, la profundización de la articulación entre las capacidades de las organizaciones sociales y los espacios políticos, como mecanismo generador de alianzas verdaderamente sostenibles que comiencen el trabajo de cohesión requerido para una sociedad vigorosa, que tendrá una tarea laboriosa en el acompañamiento al rediseño institucional que sostenga la República.
Nosotros, en Vente Venezuela hemos venido trabajando en ello. Y reconforta enormemente constatar que no estamos solos. Que cada vez somos más, y estamos en más rincones del país. Que esa energía brota de la propia ciudadanía, harta ya de tanto el régimen como el estatus quo intenten seguir subestimando su inteligencia y sus capacidades de autodeterminarse.
Por ello, estamos convencidos de que nuestra labor es seguir acompañando esa cruzada imprescindible, vital, emocional, espiritual, que ya comienza a ser un hecho cotidiano, y que constituye nuestra responsabilidad ciudadana y de liderazgo. Nuestro compromiso, al lado de estos venezolanos decentes, nobles y trabajadores, que quieren echar pa´lante y prosperar a partir de su esfuerzo y su trabajo, es seguir, sin descansar ni desviarnos. Hasta alcanzar la libertad, pero más aún, hasta haber logrado asentar en Venezuela, desde sus raíces, los pilares de la República Liberal Democrática por la cual trabajamos.
Volviendo a la interrogante por la cual comenzamos esta reflexión, creo que los zulianos se están preparando para estar listos en el momento que haga falta ejercer esa presión ciudadana, y además lo están haciendo mientras aprovechan para hacer el trabajo que va a las raíces. Sienten que en esa línea de acción, lo que hacemos en Vente Venezuela es lo que hay que hacer, es lo que corresponde. Y más que eso, cierro con lo que una de las empresarias maracuchas me dijo al despedirnos: esta educación ciudadana es el mejor legado que Vente Venezuela y María Corina le podrán dejar a nuestro país.
Que inmensa y honorable responsabilidad!
Coordinadora Nacional de Asociaciones Ciudadanas de Vente Venezuela