Paul Valéry (1871-1945) se quedó corto cuando estableció que: “La historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto. Sus propiedades son muy conocidas. Hace soñar, embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsos recuerdos, exagera sus reflejos, mantiene sus viejas llagas, los atormenta en el reposo, los conduce al delirio de grandezas o al de persecuciones, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas.” En el caso de la Historia de Venezuela estamos en presencia de un relato cautivo basado en la mentira mundana como “Razón de Estado”, reiterativa y agresivamente manipuladora. La Historia de Venezuela es un tratado del encubrimiento de la realidad del pasado siendo a su vez un bosquejo del Poder como propaganda.
Por Ángel Lombardi
El que estudia la Historia de Venezuela desde un entramado escolar domesticado lo hace desde una ficción patriótica falaz. Ideología y Propaganda, de eso va la Historia de Venezuela. Un encriptado pomposo cuya épica pálida denota el poco entusiasmo que produce en sus jóvenes lectores. Cada hegemonía política o caudillo militar o civil en nuestro medio recurre al pasado reinventado para encubrir sus propias ineptitudes en el presente. El camuflaje ha sido casi perfecto porque se nutre de realidades paralelas que ya nadie sabe distinguir su trucaje.
El Mito Bolívar (1842), como dijo en una oportunidad el historiador estadounidense John V. Lombardi (1942), sirvió de coartada para reconfigurar un difuso pasado en donde la anécdota indígena, el insignificante africano y el enemigo hispánico debían ser abolidos. Desde entonces nuestra identidad histórica es un completo laberinto de iniquidades y falsificaciones (Ángel Bernardo Viso). El republicanismo es un estado imaginario de anhelo social superior mil veces traicionado. La Independencia idealizada es el invernadero estático y broncíneo de un pasado como religión de Estado que invita a la feligresía a repetir sus letanías sin reparar en su monstruoso despropósito amnésico.
Lo indígena, entre 10.000 años antes de Cristo y Colón en 1498 es la Era de la Indiferencia. Lo indígena es un romanticismo evocador de una barbarie idílica, de una inocencia histórica mil veces despreciada en el trato que la sociedad hoy le confiere a esos sobrevivientes, ciudadanos de primera en las leyes y de segunda en los miserables hábitats en que vegetan.
La Era de la Oscuridad. Los oprobiosos tres siglos coloniales: S. XVI-XVII y XVIII. La denuncia a ese accidente de la naturaleza en idioma castellano y bajo los rituales de un catolicismo acendrado nos confirma las dobleces de una confusión omnipresente en el ser venezolano. Nuestra relación con lo hispánico se nutre del rencor por un ultraje que terminó siendo mestizo y auto-infligido. Perdonar esas heridas para alcanzar la paz en los recuerdos y la reconciliación de una memoria devastada y rota en mil pedazos representaría el desmontaje de la pseudo historia nacional hoy vigente.
La Era de Oro. 1810-1820. Los 200.000 fallecidos de una población de un 1 millón de almas dan la nota de una épica fundacional construida alrededor de una guerra civil feroz y destructiva. Veinte años en que se derrumbó todo un mundo de certezas monárquicas y crepusculares para dar paso al sueño libertador, al de una nueva nación: Venezuela. La Independencia es equivalente a una Tierra Prometida siendo nuestro Moisés el Libertador Simón Bolívar. Una edad feliz que nos remite a la autocomplacencia en los recuerdos obviando todas las miserias y contradicciones que sus principales personajes y situaciones suscitaron.
La Era del Tiempo Perdido. Siglos XIX-XX y XXI. Nuestra era republicana terminó traicionando las aspiraciones de una metafísica de la Independencia. En vez de “liberar” 5 naciones terminamos invadiéndolas y empequeñeciendo el propio territorio en manos de nuestros terrófagos vecinos, muy especialmente, de parte de nuestra “aliada” Inglaterra. El proyecto constitucional moderno fue sólo retórico y formal. Los tiranos son la trama de la Historia según el rumano Emil Cioran (1911-1925) y en Venezuela éste precepto tiene una validez cercano al 80%. La violencia se instaló e hizo del país un desierto beduino sin camellos aunque sí con muchos sátrapas despiadados y corruptos. El petróleo, en los inicios del siglo XX, fue una lotería, un momento de placidez desperdiciado. Hoy, sigue la razzia y la desgracia de un país cuya historia es una vana ilusión.
ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
@lombardiboscan