El problema del hambre nos acoquina día a día a todos los venezolanos. De nada ha servido la información recurrente acerca de la desnutrición, el vernos unos a otros perder kilos, las fotos de compatriotas desesperados hurgando en bolsas o cajas no de las dádivas que lanza complacida la tiranía, sino de los desperdicios, cuales zamuros roñosos. Tenemos hambre. Estamos desprovistos de todo lo humanamente necesario para la subsistencia. También sabemos que salir de esta situación, superar la hambruna impuesta desde el poder, pasa por quebrar la resistencia a dejar ese poder por parte de la camarilla delincuencial que ocupa esos espacios físicos, materiales y simbólicos.
Así que el tema del hambre universitaria no es exclusivo. Forma parte de una situación en la que todos estamos imbuidos, de un proyecto que busca denodadamente acabar con lo que queda del Estado y sus procesos fundamentales, contemplados en la constitución: trabajo y educación. Y que, como ha señalado profusamente Michelle Bachelet, desconoce todos los derechos fundamentales de los seres humanos que hemos decido quedarnos a enfrentar, a resistir, en Venezuela, la canallada diaria de la satrapía adueñada, como malandros que son, del poder.
En ese proceso de destrucción del Estado, la educación ha sido uno de los procesos que el despotismo ha querido destruir desde su llegada. No le ha sido nada fácil. Debe vérselas contra maestros, profesores, educandos, contra representantes y egresados y contra la sociedad toda. De allí que sea un pilar fundamental para el ataque alevoso, pero también para la sobrada resistencia y la rebelión.
Allí en esta lucha tenaz, las universidades han sido nuevamente provocadas. Las universidades han respondido valientemente, como corresponde a su valor histórico, ante el afán por su destrucción. La defensa de la Autonomía Universitaria, recogida en la constitución, luego del artero ataque propinado por el régimen, usando para ello su espurio TSJ, para que se hagan elecciones impuestas por los déspotas, se perfila como pivote para la proyección más contundente hacia la libertad de la nación entera. Cada instante en este devenir hacia la libertad parece crucial. Éste es un momento estelar de la universidad para conmover al país desde ese arraigo social y cultural que la caracteriza. Desde su altísima imagen moral como institución educativa y política, luce como inmarcesible contra la tiranía que procura manchar el inmenso historial de aquella. Es la hora cívica de la oposición entre la universidad por la democracia y la dictadura por mantenerse desolando y hambreando, matando, al país. Apuesto que saldremos campantes en esta singular y cuasi definitiva batalla de Carabobo civil por los derechos a la subsistencia y el desarrollo en paz. El hambre universitaria más que de alimentos, es simbólica y política: es un hambre infinita de libertad.