El caudaloso río Arauca, que en cerca de 300 kilómetros de su cauce marca el límite entre Colombia y Venezuela, es el paso olvidado de la frontera común y una remota vía de escape para quienes huyen de la crisis en el país petrolero.
El foco nunca ha sido puesto allí a diferencia de lo que ocurre en la ciudad colombiana de Cúcuta, principal cruce fronterizo, que desde que comenzó el éxodo de venezolanos recibe visitas de autoridades nacionales y extranjeras, principalmente estadounidenses, y representantes de organismos internacionales.
También ha tenido mayor visibilidad el departamento de La Guajira, que colinda con el venezolano de Zulia y hasta donde llegó en junio pasado la actriz Angelina Jolie, enviada especial del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Pero en la frontera araucana la dinámica es otra por estar situada en una región de difícil acceso, cerca de la cuenca del Orinoco, y con una fuerte presencia del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Hay un paso terrestre por el puente internacional José Antonio Páez, que comunica la ciudad colombiana de Arauca, capital del departamento homónimo, con la localidad venezolana de El Amparo, en el estado de Apure, pero la gente prefiere pasar por el río.
Decenas de lanchas que transportan personas y carga, mucha de ella de contrabando, van y vienen por al río Arauca de día y de noche sin control de ningún tipo, tanto que las autoridades de Colombia han denunciado que el ELN perpetra ataques en su territorio y huye por el río a Venezuela.
En el lado colombiano el principal punto de llegada es el Malecón de Arauca, hasta hace poco un lugar turístico y ahora ocupado por centenares de inmigrantes venezolanos.
Pese a que duermen en hamacas y en precarios campamentos y cocinan con leña a orillas del río, los recién llegados tratan de mantener limpio el lugar y de llevar una vida normal.
Las ventas ambulantes, las barberías callejeras y los puestos de comidas rápidas llenan las riberas a las que llegan las embarcaciones cuyos pasajeros y mercancías entran a Colombia sin pasar el control aduanero.
Esa informalidad hace parte del día a día de los migrantes pendulares -que vienen y van- muchos de las cuales cruzan por el río para evitar los controles de las autoridades colombianas que no permiten la entrada de quienes no cuentan con cédula del país, pasaporte venezolano o un permiso especial de tránsito.
Entre los miles de personas que pisan la playa del río Arauca está Johanna, una venezolana que con una mano empuja el coche de su bebé de nueve meses y con la otra carga una bolsa llena de productos adquiridos en Colombia.
La mujer vive en Guasdualito, pueblo ubicado a más de 22 kilómetros de El Amparo y desde el que viajó a Colombia para comprar víveres.
“Yo soy madre soltera y tengo que buscarme la manera de comprar las cosas a mi bebé”, contó Johanna a Efe antes de abordar la lancha que la llevaría de vuelta a su país.
La joven cuenta los minutos para cruzar pues cae la tarde y teme que se oscurezca porque no sabe qué se pueden encontrar en el recorrido.
Johanna viajó con Alexander Ferreira, a quien pagó 2.000 pesos colombianos (unos 50 centavos de dólar) por llevarla en su lancha, habilitada para llevar “26 pasajeros con asiento”.
“Hay mucho pasajero que no tiene el permiso para pasar por el puente, no tienen el carné de migración y les toca pasar obligados por el río, que es más rápido”, añadió Ferreira, que vive en El Amparo.
El puente José Antonio Páez está a unos dos kilómetros de distancia y tampoco es el preferido de la gente porque está lejos de los centros de Arauca y de El Amparo.
Desde el puente se alcanza a ver el puesto naval de El Amparo, donde están las lanchas de la Armada venezolana y decenas de otras embarcaciones que dan un aspecto pintoresco al paisaje.
A diferencia de lo que ocurre en el malecón fluvial, allí sí hay presencia de las autoridades. Migración Colombia tiene una carpa por la que deben pasar todos los transeúntes, pues el paso de vehículos está prohibido desde 2015 por orden del presidente venezolano, Nicolás Maduro.
También hay policías e incluso un puesto de vacunación para los venezolanos que cruzan con niños.
Por allí suele pasar el colombiano Rubén Darío Dinas, nacido en Arauca y residente en El Amparo, que viene a su país en bicicleta para conseguir el alimento que no encuentra en Venezuela y para visitar familiares.
Dinas, que está desempleado, sabe que el cruce por el río es más corto pero dice que por esa ruta “está la Marina venezolana molestando”.
María Barrera también regresó a su casa en Venezuela por el puente tras haber ido a Arauca con su hija y su nieta a comprar “algo para el sustento de la familia”.
“Esta semana tengo que volver, estoy enferma de la tensión y me están haciendo unos exámenes para darme unos medicamentos”, añadió la mujer que ve en el lado colombiano del río Arauca la posibilidad de encontrar un poco del bienestar que ya perdió la esperanza de hallar en su país. EFE