Es innegable que Nicolás y sus aliados latinoamericanos hicieron todo lo posible por incidir en la crisis política y social en el Ecuador, pretender negarlo sería tan absurdo como atribuirle a una maquinación del Foro de Sao Paolo el origen y desarrollo de los acontecimientos en ese país.
No es verdad que la ejecución de planes de esas características funcionen como un mecanismo de relojería, existe una especie de mito en cuanto a la capacidad de organizar acciones masivas al detalle, desconociendo así las causas que originan esas movilizaciones de gran descontento popular. La fantasía también está presente en quienes al analizar “el caracazo”, pretenden asignarle a una rigurosa planificación los sucesos de febrero del año 89, desconociendo el carácter espontáneo de esa inmensa conmoción social.
A ese mito también ha contribuido la versión del chavismo, cuando sitúa los acontecimientos del inicio del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez como antecedentes de la acción golpista de febrero del 92, nada más lejos de la verdad, ese cuento solo es un pretexto para pretender justificarse, parte importante de los oficiales que actuaron en el golpe, tres años antes participaron de la sangrienta represión desatada en las zonas populares caraqueñas.
En Ecuador las protesta de los indígenas tenían un basamento real, independientemente que a posteriori algunos sectores la han distorsionaran efectuando actos de vandalismo, como suele suceder cuando se producen estas explosiones sociales, donde la delincuencia intenta valerse del conflicto para hacer de las suyas.
El desenlace del conflicto ecuatoriano-hasta el momento- ha demostrado la existencia de razones válidas que motivaron las protestas, la propuesta del presidente Lenin Moreno de dialogar con las comunidades indígenas, hasta el punto de llegar a un acuerdo para derogar el decreto cuestionado y diseñar uno nuevo. En la negociación mediaron la ONU y la Conferencia Episcopal, donde se designó una comisión integrada por representantes del gobierno y de los indígenas para elaborar el nuevo decreto.
Con esta inteligente flexibilización, el presidente da un paso atrás, que le permitirá retomar la iniciativa política, avanzar en su proyecto obteniendo consensos, poniendo fin a la confrontación y aislando a Correa quien pretendía sacar provecho del cuadro político planteado.
La comprensión de la naturaleza de las crisis, de la necesidad de propiciar alternativas resulta fundamental en la resolución de conflictos, algunos de ellos para no prolongarse causando perjuicios innecesarios requieren de una salida negociada. No nos cansamos de repetir que en última instancia la solución a la gravísima crisis integral de nuestro país será a través de un proceso de negociación, mientras más tarde se produzca mayor será el sufrimiento de los venezolanos.
Está suficientemente demostrada la incapacidad de Maduro y compañía de producir un cambio de rumbo que nos permita superar el desastre actual, ello sólo será posible con el cambio político, las fuerzas democráticas de la Asamblea Nacional que respaldan a su presidente formularon una propuesta en las negociaciones de Barbados, que puede constituir la solución, ella está en sus manos y se ha hecho del conocimiento público; al ser presentada se levantaron de la mesa y hasta ahora -que se sepa- no han dado repuesta.
La actitud inteligente del primer mandatario ecuatoriano debiera ser emulada por estos lares, lamentablemente Maduro y el grupo más próximo, en su obsesión por aferrarse al poder, pretenden -por ahora- seguir el ejemplo de quienes aún a costa del sacrificio de sus pueblos, se enorgullecen de resistir a toda costa en función de su más preciado objetivo. El panorama que se vislumbra no le permitirá resistir y más temprano que tarde, se verá obligado a negociar una solución como la que ha sido propuesta.