Esta historia comienza en un barrio residencial en la Bruselas de entreguerras, cuando Europa no se terminaba de levantar de la Gran Guerra, y ahí nomás empezaba a germinar el nazismo. El 17 de octubre de 1933 nació Jeanne-Paule Marie Deckers, a la que todos llamarían Jeannine.
Por Susana Ceballos / infobae.com
La niña no tuvo la mejor de las infancias. Días grises, los recordaría de adulta, pero no solo por el humo de las bombas pasadas ni las por venir. Gris, además, también por la tristeza de crecer con un padre, Henri-Lucien, al que adoraba pero veía poco –y nada cuando estalló la guerra y se alistó en la Resistencia-, y una madre, Gabrielle, que la maltrataba física y psicológicamente.
Jeannine no había sido una hija deseada como su madre se lo hacía saber cada vez que podía.
La pequeña recibió educación religiosa y en las niñas exploradoras encontró un poco de paz. Alguien le alcanzó una guitarra y sin esfuerzo comenzó a tocar. Fue en esa época que tuvo una visión, iba a ser monja: los caminos entre la música y la religión no estaban tan alejados, pero ella no lo sabía. La escultura parecía ser su verdadera vocación y durante cinco años enseñaba en la universidad.
En un campamento conoció a Annie Pecher, diez años menor y se hicieron amigas. Un día se perdieron el rastro. Mientras tanto, Gabrielle ya tenía diagramado el futuro para su hija: una boda por conveniencia. Pero Jeannine no quería saber nada y en 1954 tomó una decisión de esas de las que no hay retorno. Entró como aspirante a monja en el Instituto Dominicano de Sainte-Anne.
Decir que el convento le cambió la vida a Jeannine sería, además de un lugar común, quedarse demasiado corto. Como todavía se acostumbra en algunos conventos y como signo de que iniciaba una nueva vida debió cambiarse el nombre. Pasó a ser Luc-Gabrielle.
No fue fácil adaptarse a la vida de religiosa. Es que Dios, incluso para los creyentes, a veces pude ser muy silencioso. En esa soledad encontró una sola compañera, su vieja y querida guitarra. Indudablemente Jeannine poseía lo que los cristianos llaman dones y los agnósticos, talento. Su capacidad para componer era notable. Así empezó escribir sus propias canciones. Un crítico diría que eran melodías suaves, aniñadas, religiosas. Pero si se las escuchaba en un ámbito eclesial y bajo el prisma de la fe eran composiciones hechas para honrar a un Dios al que se sentía Padre y al que se le consagraba la vida. Jeannine o la hermana Luc-Gabrielle escribía para alabar al Dios en quien creía, jamás pensó en convertirse en un éxito pop, eso era algo que ni siquiera sabía que existía.
Pero los encuentros alrededor de Luc-Gabrielle eran cada vez más concurridos. Su fama trascendió el claustro y productores empezaron a interesarse en el tema.
La madre superiora arregló un contrato discográfico con la Phillips, compañía de las más importantes de la época. Había algunos puntos a negociar, en los que la artista no tenía decisión. No debía aparecer ni su rostro ni su imagen en la portada del disco. Además, como había realizado los votos de castidad pero también los de pobreza y obediencia, renunciaba a las regalías por derechos de autor, que cedía al convento. A Luc nada de esto le importó, si podía con su voz acercar más gente a Dios se sentía feliz. Para cuidarla confiaba en las hermanas y la Divina Providencia.
En lo más parecido a una operación de marketing, religiosas y ejecutivos acordaron un seudónimo para la estrella en ciernes. Así Jeannine recibió su tercer nombre sería “Sor Sonrisa”, que a juzgar por su futuro podría juzgarse una ironía. Es que aunque por sus votos debía ser pobre y sobre todo obediente las condiciones del contrato no la dejaron muy feliz, como contó en sus memorias publicadas en 1968. “Las fundas de mis discos no llevarán foto; mi cara jamás será fotografiada y debo adoptar un pseudónimo para proteger mi nombre religioso. Encuentro todas precauciones un poco estúpidas. Todavía más estúpido el pseudónimo de Sor Sonrisa que ha sido escogido”.
El disco se grabó en Bruselas y la canción que decía “Dominique Nique Nique” no tardó en viralizarse cuando todavía el término no se había inventado. Inspirada en santo Domingo de Guzmán –fundador de la orden de los dominicos- registró versiones en once idiomas, incluidos castellano, japonés, hebreo entre otros.
Trepó a lo más alto de la Billboard, por encima del Rey Elvis y ganó un Grammy a la canción de góspel o religiosa. Al día de hoy, es el único número uno de un artista belga en el chart americano. Todos tarareaban la melodía, pero nadie conocía su cara, y mucho menos, imaginaban que pudiera haber una personalidad tan conflictuada detrás de esa voz tan dulce.
Mientras tanto, del otro lado del mundo, el presentador Ed Sullivan había caído rendido ante la canción. Era un fenómeno global, y como tal, tenía que tener a la artista en su show. Puso a funcionar la maquinaria y consiguió lo que todos querían: la exclusiva con la religiosa, pero no iba a ser en su piso, escenario de tantos hitos de la cultura de entonces. El propio Ed encabezó una comitiva que voló hasta Fishermont para entrevistar a la nueva estrella de la canción.
El 5 de enero de 1964, un mes antes que cuatro flequilludos de Liverpool, Ed Sullivan entrevistó a la artista que todos querían tener. Pero como en un cuento de hadas, sin final infeliz, la cara de Sor Sonrisa decepcionó a sus fanáticos. No era el rostro que habían imaginado para esa voz tan dulce. Pese a eso su éxito era tal que en 1966 se decidió realizar una película con su vida, Dominique, la interpretaba Debbie Reynolds y era una adaptación biográfica con esas licencias que tanto le gustan a Hollywood y que no siempre reflejan la realidad.
Para cuando la película llegó a los cines, la vida de la monja estaba empezando una nueva metamorfosis. Retomó los estudios en la Universidad Católica de Lovaina, donde se reencontró con su vieja amiga Annie Percher y empezaron a pasar mucho tiempo juntas. También comenzó a cuestionarse cada vez con más firmeza su vocación religiosa.
Un espíritu rebelde afloraba y no lo podía contener. Las discusiones con sus superioras se repetían con frecuencia hasta que en 1966 en medio del estreno de la película con su vida ella decidió… dejar los hábitos. Pero no solo eso, además se fue a vivir con su amiga y empezó de cero una vez más. El mundo estaba cambiando a pasos agigantados y ella no iba a ser una mera espectadora.
Sor Sonrisa, Luc Gabrielle o Jeannine tuvo su cuarto nombre. Pero esta vez lo decidió ella, su nombre artístico fue Luc Dominique, una decisión mordaz en la que empezaba a mostrar de qué iba a ir su propuesta. En la canción “Luc Dominique” decide comenzar su nueva vida matando a… Sor Sonrisa, “una sonrisa que debemos desmitificar. Retrato un poco rápido, retrato inacabado”, dice en su letra. Su pluma se impregna de las ideas del Concilio Vaticano II y su repertorio se inscribe en el cancionero testimonial y de protesta.
Y si necesitaba un acto para romper definitivamente con su pasado, llegó con su canción “La píldora de oro”, donde canta cosas como “Gloria al Señor por la píldora dorada”. No había que ser muy inteligente para asociarla con el método anticonceptivo que revolucionó la época. A la Iglesia no le gustó este cambio de rumbo y debió suspender actuaciones en Canadá. Era momento de un nuevo truco.
Como artista, Luc Dominque jamás pudo recuperar el éxito de Sor Sonrisa. Sin embargo, y paradójicamente, vivió lo más cercano a la felicidad.
Ya encaminada su relación con Annie, pusieron una escuela para niños autistas en Wavre. Seguía vinculada con la música dando clases de guitarra y con algún retorno exitoso a escena. Así transcurrieron los años más felices de su vida, hasta que volvió el fantasma de la monja, esta vez bajo la forma de recaudadora de impuestos.
En 1974, el fisco comenzó a reclamarle una importante suma de dinero en concepto de impuestos por los beneficios obtenidos por “Dominique”, la canción que la había hecho mundialmente conocida dos vidas atrás. La batalla legal duró casi una década. La cantante argumentó que no había obtenido ningún beneficio por la canción, ya que debido a los votos de pobreza, las ganancias por derechos de autor se le había entregado al convento de Fichermont. Incluso, con ese dinero se habían realizado obras de caridad en Bélgica, el Congo y Chile. Pero no había forma de probarlo.
La presión fiscal la obligó a cerrar la escuela y fue un golpe durísimo para la pareja, que empezó un camino depresivo entre el alcohol y los somníferos. En un manotazo, intentó relanzar su carrera musical, con una versión disco de “Dominique” y utilizando de nuevo el seudónimo “Sor Sonrisa”, aclarando que la que sonríe es la música, no la artista. No había retorno y Jeannine y Annie tomaron una trágica decisión cuando sintieron que ya no podían ser felices.
El 29 de marzo de 1985 los cuerpos de Jeanne Deckers, de 52 años de edad, y Anne Pecher, de 41, fueron encontrados sin vida en su vivienda de Wavre. Habían ingerido un cóctel mortal de barbitúricos y alcohol. Junto a ellas, dos notas explicando los motivos de suicidio y pidiendo ser enterradas por el rito católico. Pese a que durante siglos la Iglesia consideró a los suicidas como condenados después del Concilio eran nuevos tiempos y se cumplió su voluntad.
Jeannine y Anne descansan una al lado de la otra en el pequeño cementerio de Wavre, la localidad belga donde vivían. El destino guardó un guiño macabro para el final. El día de su muerte, la Sociedad Belga de Autores, Compositores y Editores había recaudado un dinero suficiente para resolver sus problemas con Hacienda, recuperar su escuela y vivir sin problemas.
Hoy y a casi 35 años de su muerte, la historia de Sor Sonrisa continúa inspirando a nuevas generaciones. Su vida se volvió obra de teatro, y su hit “Dominique” aparece en el soundtrack de American Horror Story Asylum, que hace que jóvenes internautas visite día a día su obra. Su rebeldía es tomada como bandera por los movimientos feministas. Si existe ese Paraíso en el que creía Jeannine seguramente andará tomada de la mano con Annie mientras Dios sonríe con ganas. Y si no existe ese lugar, ojalá hayan encontrado un poco de paz.