Claudia López (Bogotá, 1970) luce infatigable. La candidata llega con retraso al improvisado escenario en el segundo piso de su sede de campaña, una antigua casona salpicada de rústicas bancas de cartón y madera reutilizados en el norte de Bogotá. Se abre paso entre decenas de representantes de colectivos femeninos. Con ellas —“la diversidad de mujeres que habitan y tejen la Bogotá del siglo XXI”—, la combativa exsenadora que podría convertirse este 27 de octubre en la primera alcaldesa de la capital colombiana se dispone a firmar el último de los 18 pactos que ha sellado con diversos sectores, de ambientalistas a usuarios de bicicleta. “Nosotras sabemos lo que es dar batallas difíciles”, apunta, ligeramente ronca por el trajín de la contienda, en un llamado a la acción colectiva. “El voto de los jóvenes y las mujeres va a decidir esta elección”, las arenga embriagada de optimismo.
Por Santiago Torrado | ElPais.com
De pelo corto, con zapatos deportivos, blusa y pañoleta amarrada en el cuello, como de costumbre, la aspirante del partido progresista Alianza Verde, abanderada de la lucha contra la corrupción y la defensa de la igualdad, necesita cosechar el voto de las fuerzas alternativas. En la recta final ha apuntalado respaldos clave en un momento crítico. Entre ellos el de otra excandidata a vicepresidenta, Ángela María Robledo, a su lado en el evento del martes, un ejemplo de las jornadas frenéticas que decidirán la Alcaldía. En las presidenciales de mayo de 2018, López fue la fórmula del aspirante de centro Sergio Fajardo, mientras Robledo acompañó a Gustavo Petro, líder de un sector de la izquierda que se ha resistido a apoyarla.
Durante meses, López lideró las encuestas por un amplio margen, pero se vio superada hace un par de semanas por Carlos Fernando Galán, hijo del asesinado caudillo liberal Luis Carlos Galán. En el tramo decisivo ha recuperado el impulso, y al domingo de elecciones llegan prácticamente igualados. “La elección en Bogotá siempre es reñida”, apunta esta hija de una maestra de escuela en diálogo con EL PAÍS. Aunque celebra que los dos favoritos se alejen de los extremos del espectro ideológico, marca distancia con su principal rival. “Yo vengo de abajo. A diferencia de Carlos Fernando, no me he ganado nada en la vida por mi apellido, por cuna, ni por familia política”, señala.
“El gran desafío de Colombia es ser capaces de tener acción colectiva. De trabajar juntos. Colombia ha estado mal gobernada por élites tradicionales, familistas, muy de derecha, bastante conservadoras, profundamente corruptas y clientelistas, porque las mayorías ciudadanas por el cambio siempre terminan divididas”, valora. “Por eso mi gran esfuerzo en estos cinco años en política electoral ha sido hacer un llamado a escoger lo que nos une y no lo que nos divide”.
Ser mujer y lesbiana la ha convertido en blanco de insultos, pero no le ha impedido conquistar espacios que en otros tiempos le estarían vedados por su género o su origen social. Se comenzó a involucrar en la vida pública con el movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta, que desembocó en la Constitución de 1991. Profesional en Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, sus méritos académicos son sobresalientes. Obtuvo una maestría en Administración Pública en Columbia, en Nueva York, y más recientemente, ya siendo congresista, un doctorado en Ciencia Política en Northwestern, en Chicago. Se hizo reconocida como investigadora cuando, al estudiar votaciones atípicas, destapó a partir de 2005 los vínculos de políticos con grupos paramilitares y narcotraficantes.
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