Joker es una de las películas más reveladoras del estado global de las cosas en 2019, un año surcado por levantamientos antisistema de toda clase y pelaje. La máscara del personaje que interpreta Joaquin Phoenix es un nuevo símbolo para las protestas sociales que, por distintos motivos y en distintos contextos sociopolíticos, se producen/produjeron en Hong Kong, Líbano y más cerca nuestro en Ecuador y Chile.
Por Guillermo Pintos / Infobae
La resonancia del film de Todd Phillips con la actualidad y su poderoso simbolismo hacen que pueda ser considerada un aporte coherente a la cultura visual de la protesta. Una buena cantidad de fotos tomadas en estos últimos días, en las calles de Santiago y otras ciudades chilenas especialmente, muestran espontáneos manifestantes maquillados “a la Joker”. No es casual: hay una conexión ahí. Resulta interesante partir de ese presupuesto y buscar respuestas, opiniones, especulaciones alrededor del naciente fenómeno que está sucediendo aquí y ahora.
“Despierta tantas discusiones porque habla de algo que es real: un sistema que no brinda igualdad de oportunidades”, dice la escritora y licenciada en Filosofía Tamara Tenenbaum. “Se trata de las consecuencias de un paisaje nihilista”, definió el actor inglés Russel Brand en su canal de YouTube.
Para la periodista y conductora Valeria Delgado, “al ver la película vi una conexión directa con la realidad de nuestra región porque el personaje responde a la violencia que sobre él ejercen”.
El cineasta Michael Moore escribió en su perfil de Facebook “le agradecerás a la película por conectarte con un nuevo deseo de no correr a la salida de emergencia más cercana para salvar tu propio trasero, y en vez de eso, ponerte de pie, pelear y centrar tu atención en el poder no violento que tenés en tus manos todos los días”. Al escritor y investigador Diego Sztulwark le resulta “llamativo que Hollywood vaya tan adelante de las propias vanguardias latinoamericanas. La película ofrece unas posibilidades de lectura que no tiene ningún documental de la región”.
Desde su estreno mundial, precedido por inquietantes trailers, rumores de violencia psíquica al borde de la tolerancia y con el aval del premio mayor en el Festival de Venecia, el film de Todd Phillips suma espectadores (dos millones ya la vieron en Argentina) y genera polémica entre críticos y espectadores.
Pero tal vez inesperadamente, sintoniza con el estado de agitación social que emergió en Ecuador y Chile, y también con los movimientos de masas en lugares más remotos para nuestra mirada occidental como Hong Kong y Líbano. La máscara de quien en América latina se dio en llamar “Guasón” (herencia del doblaje mexicano de la serie camp de los 60) va lentamente ganando lugar como el rostro de la protesta.
Desbancando así a la de V de Vendetta o más acá en el tiempo, la de La casa de Papel. Por cierto, la película de Phillips se ubica por encima de éstas otras obras audiovisuales, por variados motivos artísticos y estéticos que aquí se detallan.
Varios medios tradicionales y digitales alrededor del mundo dieron cuenta del creciente fenómeno durante estos días. La revista francesa Les Inrockuptibles publicó esta semana una nota titulada justamente “La máscara del ´Joker´, nuevo símbolo de las protestas sociales”.
Allí detalla el síntoma de “proyección” que el villano genera en aquellos que salen a la calle: “El personaje de la película parece ser el último símbolo de estos movimientos porque la película habla de problemas sociales extremadamente actuales”, razona la periodista Eponine Le Galliot. Y citado por la web del canal de noticias france24.com el historiador especialista en cultura popular William Blanc opina que “la película de Todd Philipps tiene un poder evocador real. Se hace eco de una forma de protesta contra un sistema político que la gente cree que es inflexible y no los escucha”.
Una nota del diario Liberation se pregunta: “¿El Joker, nueva figura de protesta urbana en todo el mundo?”. Allí aparecen opiniones como la de la historiadora Mathilde Larrère, quien afirma que “dado que las revoluciones son hechas por las clases trabajadoras, se utilizan elementos de su cultura: son movimientos más o menos nuevos, que no están enmarcados por un viejo movimiento político y que, por lo tanto, desarrollan su propia cultura interna”.
Y en el periódico web de izquierda leftvoice.org, el periodista e historiador Nathaniel Flakin en su nota titulada “Joker: la desesperación del capitalismo y la esperanza de disturbios”, escribió que la película “de hecho, cumple un papel enormemente progresivo al enfatizar la línea que divide a las élites liberales de los trabajadores oprimidos y enojados. Esto puede ayudar a explicar por qué, la recepción del público ´hasta ahora ha sido mucho, mucho más positiva´ que la respuesta crítica”.
Otra posible clave del creciente fenómeno se explica a partir de la repercusión mediática: una asociación entre el personaje de una película con gran popularidad mundial (y actual), la temática que la obra aborda, la empatía del público con un costado “justiciero” que sugiere la trama y el interés de los medios por buscar nuevos ángulos de visión para un síntoma de la realidad cotidiana en muchos países y sus sociedades.
Desde la web portuguesa c7nema.net, el crítico especializado Jorge Pereira afirma que “la verdad es que la presencia de un elemento de la cultura pop acentúa la cobertura mediática internacional de los problemas locales. El caso libanés es descarado. ¿Habría menciones sobre las manifestaciones si la máscara de Joker no fuera noticia para la prensa mundial? Ciertamente no, y la elección de este nuevo rostro para protestar es un éxito”.
Tamara Tenenbaum, quien casualmente estuvo en Santiago de Chile durante los primeros días de los disturbios y escribió desde allí, le dijo a Infobae Cultura que “no hay un vínculo causal entre la película y este levantamiento, pero sí en la idea del pobre resentido: esa manera despectiva con que califican las derechas y las clases altas a quienes protestan. Yo diría que ese resentimiento es comprensible, lógico e incluso sano frente a una sociedad en donde los ricos son cada vez más ricos. Algo insostenible. El villano es malo porque ha sufrido en carne propia un sistema de exclusión y en crisis política. Por eso la película resuena en muchas personas que salieron a la calle en Ecuador y Chile”.
Desde su canal de YouTube , que cuenta con más de 1 millón 900 mil suscriptores, el comediante inglés Russell Brand así habló de la película: “su punto central es que proporciona la voz a algo que no se está entendiendo y abordando correctamente y creo que ese es el descuido de una parte específica de la sociedad … Esta cultura de consumo reemplazó las ideologías que podrían dar un sentido de conexión y virtud a las personas”.
Para Valeria Delgado, conductora de radio en AM 750 y Mega 98.3 FM, “el estreno de Joker fue sumamente oportuno en esta realidad latinoamericana. Casi que podemos decir que se anticipó, por lo menos, unas semanas a lo que ahora estamos viviendo. Cuenta la historia de una persona que queda fuera del sistema y una sociedad hostil, con un Estado ausente, que no lo contiene. Pero lo más perturbador es que Ciudad Gótica no es ciencia ficción. Más bien se parece mucho a las sociedades en las que vivimos, con ricos cada vez más millonarios y pobres que sobreviven, cada vez más excluidos, en la indigencia. Y que salen a la calle a pelear por lo que creen que es justo. En ese sentido, otra cosa interesante de la película de Phillips es que deja latente la idea de que la salida nunca es individual, siempre es colectiva”.
Más enfocado en la realidad de su país pero sin desviarse del eje “social” de la película protagonizada por Joaquin Phoenix, el documentalista estadounidense ganador de 2 premios Oscar y una Palma de Oro en Cannes Michael Moore (el de Bowling for Colombine, Fahrenheit 9/11 y Sicko entre otras) escribió a principios de este mes en Facebook ) que “en esta historia hay una pregunta desconcertante: ¿Qué pasa si un día los desposeídos deciden rebelarse? (Y no me refiero a aparecer con una planilla ofreciéndole a la gente registrarse para votar). La gente se preocupa de que esta película sea demasiado violenta para ellos. ¿En serio? ¿Considerando todo por lo que estamos pasando en la vida real?”
El escritor e investigador Diego Stulwark (coautor del libro de conversaciones con Horacio Verbitsky Vida de perro) concluye que es “es interesante ver la película en relación a las imágenes de Chile que todos vimos en medios y redes sociales. Surge algo ahí. Y lamentablemente para nosotros, Hollywood no está permitiendo entenderlo mejor… Porque creo que tiene menos que ver con algo literal, esa idea del tipo pobre cansado del liberalismo. Esa es una lectura muy fácil. La genialidad de la película pasa por mostrar que el personaje que tiene un síntoma (y que no es la pobreza), no sabe obedecer al mandato neoliberal sobre cuándo llorar o reir. Su risa como un dolor imposible capta muy bien situaciones que todos nosotros también tenemos: querer disfrutar del mundo pero querer rebelarnos, saber que no cuajamos en el sistema pero no saber cómo romper todo”.