La otra cara: “Del oasis al espejismo” Por José Luis Farías

La otra cara: “Del oasis al espejismo” Por José Luis Farías

José Luis Farías @FariasJoseLuis

Llama la atención que quienes han criticado acerbamente lo sucedido en Chile en los últimos días, hayan concentrado sus denuestos e ironías en los sucesos violentos e ignorado olímpicamente “la marcha más grande de Chile”.

Por supuesto, todo demócrata debe repudiar el vandalismo como forma de manifestar su descontento contra un gobierno o una determinada situación, son prácticas que no se avienen con la democracia.

De acuerdo con algunos datos, fueron más de mil los locales comerciales saqueados y varias decenas de estaciones del Metro destruidas por la ira de varios miles de jóvenes con procedimientos delictivos en el que coinciden el hampa común y determinado radicalismo izquierdista.





Pero el viernes 26 de octubre se produjo “marcha más masiva desde el retorno de la democracia”, en términos absolutamente pacíficos e incluso “alegres”, según reseñaron los medios, un evento sin precedentes que mostró otro rostro de Chile

“Una multitudinaria marcha tomó este viernes las calles del centro de Santiago de Chile para protestar por la desigualdad social en el país y exigir la puesta en marcha de profundas reformas sociales”, según reseñó la BBC.

“De acuerdo con cifras del gobierno citadas por medios locales, más de 1,2 millones de personas se concentraron en la Plaza Italia, un centro neurálgico de la capital chilena”, añadió el medio londinense.

Llama la atención que dicha manifestación fuera completamente ignorada tanto por el radicalismo delirante como por el apaciguamiento complaciente, solazados exclusivamente en la condena del vandalismo. Cosas del congenio entre los extremos.

Las coincidencias no se quedan en el siempre justificable repudio de la violencia, se sumergen en destruir los argumentos sobre las causas que dieron abono a las protestas.

Para radicales y apaciguadores no había razón para el descontento en “el país más próspero de Latinoamérica”, Chile redujo la pobreza del 40% al 10 % por lo tanto, en opinión de ellos, no había motivo para el descontento.

El nuevo invento es que la desigualdad social es un invento “posmo”, una criatura de la sociología pedante que en el fondo no existe. Para el radicalismo delirante quien hable de desigualdad social es un “resentido”, para al apaciguamiento complaciente es un “envidioso”. Dios los cría y ellos se juntan.

Por supuesto, ambos pasan de largo por las propias declaraciones del presidente Sebastián Piñera. Ni las mencionan. No existen salvo para hacerlo merecedor de algún insulto en privado.

Nuestros distinguidos críticos no se detienen a considerar que “La multitudinaria, alegre y pacífica marcha hoy, donde los chilenos piden un Chile más justo y solidario, abre grandes caminos de futuro y esperanza”, fue así reconocida por el propio Piñera.

Ni siquiera los más adictos a las redes sociales repararon en el tweet del mandatario chileno cuando afirmó: “Todos hemos escuchado el mensaje. Todos hemos cambiado. Con unidad y ayuda de Dios, recorreremos el camino a ese Chile mejor para todos”.

Radicales y apaciguadores solo desmenuzan cuanto le conviene, hurgan por los rincones de la realidad chilena para encontrar el famoso “dato a propósito” y llevarlo al crematorio de su discurso destructivo.

No paran mientes en el campanazo de la abstención chilena que en en los últimos comicios rondó el 54% como tampoco lo hizo Piñera ni la clase dirigencial de Chile. De hecho, el propio primer triunfo de Piñera fue un llamado de alerta contra la Concertación.

El garabateo de sandeces para tratar de ocultar la profundidad de la crisis chilena detrás de la abominación a la violencia no repara en el tema, deberían tomar lecciones del mismo Piñera. “Es verdad que los problemas se acumulaban desde hace muchas décadas y que los distintos Gobiernos no fueron ni fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud. Reconozco y pido perdón por esta falta de visión”, dijo el presidente.

Chile creció como ningún otro país latinoamericano en mucho tiempo, pero con ese crecimiento también crecieron las expectativas de los chilenos, surgieron nuevas necesidades y legítimas aspiraciones de los ciudadanos.

La anécdota que al respecto relata el expresidente Ricardo Lagos al periodista argentino Andrés Oppenheimer, es por demás elocuente. “Me dijeron ‘¿Cómo pudieron construir estas viviendas sin lugares para estacionar el auto?, recordó Lagos. “Yo les respondí: ‘¿Usted pensó hace 20 años que tendría un auto? Y cuando me dijeron que jamás lo habían pensado, les dije, ‘Bueno, yo tampoco lo,pensé'”.

Al igual que la llamada “ilusión de armonía” de Venezuela tuvo punto final el 27 de febrero de 1989, el famoso “milagro chileno” devino de “oasis” en un cruento “espejismo” en octubre de 2019.

Los sesgos atrabiliarios de delirantes y complacientes respecto a los sucesos de Perú, Ecuador y sobre todo de Chile han servido de narrativa útil para que Maduro y Diosdado le metan miedo a los venezolanos y para ignorar que la política se mueve a un ritmo que a veces sorprende.