Tal ha sido la sabia sugerencia que el Cardenal Urosa Savino le hizo el pasado viernes a la cúpula del régimen.
Una muy sabia sugerencia, sin duda. Aunque lo más seguro es que sea desoída por sus destinatarios, enfermos de poder, ahítos de riquezas y confiados en su supuesta invulnerabilidad. Creen que seguirán en el poder de por vida, que aquí nada cambiará y que este país los va a soportar por siempre. La historia, sin embargo, siempre ha demostrado que nada de eso es posible en ninguna parte y que los cambios forman parte de su marcha indetenible hacia el futuro.
Por eso, insisto, harían bien en hacer suya la sugerencia del Cardenal Urosa Savino. Deberían mirarse en el espejo de otras experiencias trágicas como la nuestra, aunque la mayoría no lo han sido tanto como la que sufrimos los venezolanos hoy.
Sin ir muy lejos, allí está la del dictador Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, cuando después de negociar con el Alto Mando Militar decidió despegar en la Vaca Sagrada y salvar su pellejo y sus dólares. Está el ejemplo de Pinochet y los militares chilenos en 1988 cuando aceptaron el triunfo de la oposición en el referéndum sobre la continuidad o no de la dictadura. Igualmente, en 1983, los militares argentinos, cuando su grado de desprestigio fue total, decidieron unilateralmente entregar el poder a los civiles demócratas, previa celebración de elecciones generales. Lo mismo hicieron luego sus colegas de Uruguay (1984) y Brasil (1985). Y en 1990 hasta los sandinistas de Daniel Ortega aceptaron su derrota en las elecciones que les ganara la opositora Violeta Chamorro.
En todos estos casos se trataba también de dictaduras criminales y sanguinarias, pero fueron los propios militares los que facilitaron la transición a la democracia, a diferencia de Venezuela donde su complicidad ha sido evidente. Y en todos estos casos también fueron salidas honorables para todos, como la que justamente sugiere ahora el cardenal Urosa Savino al régimen venezolano.
Harían bien, insisto, en hacerle caso. Ya tienen más de 20 años en el poder, han destruido el país y sus instituciones, contabilizan más asesinatos, presos y exiliados políticos que cualquier dictadura venezolana anterior. En el plano económico, financiero y social arruinaron PDVSA y todas las empresas del Estado, acumularon una deuda interna y externa como nunca antes, incrementaron exponencialmente el hambre y la pobreza, obligaron a huir a más de cinco millones de compatriotas, consumaron el más grande saqueo de las riquezas que un país haya sufrido en su historia y generaron la más gigantesca corrupción de todos los tiempos en Venezuela.
Por si fuera poco, diversas instituciones internacionales vienen denunciando la invasión de agentes cubanos, iraníes, chinos y rusos, guerrillas colombianas, bandas de narcotraficantes y explotadores de oro, coltán y diamantes, así como de terroristas musulmanes, todos indeseables y peligrosos para la paz y la seguridad nacional y del propio hemisferio. Todos ellos actúan en vastos sectores del territorio venezolano con total impunidad. Esto lo saben las potencias mundiales y nos ubica en una terrible condición geopolítica que puede amenazar la integridad territorial y la paz de Venezuela en cualquier momento.
En estos 20 años el chavomadurismo no resolvió ninguno de los problemas que consiguió al llegar al poder en 1999, sino que lo ha multiplicado. Lo peor es que han creado nuevas y más graves dificultades, como los ya señalados, que tendrán consecuencias colaterales en breve plazo. Aún así, quieren seguir mandando, porque en realidad ya no gobiernan si por tal se entiende la función de resolver los problemas de la gente y preparar un futuro mejor para todos.
Si realmente les doliera Venezuela y sus hombres y mujeres, hace tiempo debieron haber procurado una salida honorable para todos. No lo han querido hacer y siguen despreciando a los venezolanos y abusando de su paciencia. Ahora, mismo, por ejemplo, tienen una oportunidad para una salida honorable y razonable con la designación de un nuevo Consejo Nacional Electoral confiable para todos, que abra un nuevo registro electoral y convoque elecciones presidenciales y parlamentarias cuanto antes. Todo esto se lograría respetando el mandato constitucional que atribuye en exclusividad la designación del CNE a la Asamblea Nacional, lo que obligaría a esta a una amplia consulta, incluyendo al propio régimen.
El tiempo, en todo caso, opera en su contra. Más temprano que tarde y de cualquier manera, aquí habrá un cambio. Está en manos de ellos la posibilidad de que se realice en paz y de manera segura, si se abren sinceramente a un diálogo verdadero que permita a todos los factores políticos sentarse en una mesa de acuerdos y buscar soluciones factibles al actual conflicto venezolano.
Porque, entre otras cosas, nuestra tragedia sólo la podemos superar los venezolanos. No esperemos que de afuera vengan a salvarnos. La preocupación internacional y sus deseos de colaborar son importantes, desde luego, pero la decisión final es nuestra y de nadie más.