Tras protagonizar las dos guerras que devastaron al mundo en la primera mitad del siglo XX, Alemania se convirtió en una de las principales arenas del conflicto que atravesó a la segunda mitad. Durante cuatro décadas, Berlín fue el gran escenario de la Guerra Fría a nivel político, diplomático, cultural y hasta en el terreno del espionaje.
Por Darío Mizrahi | Infobae
Qué hacer con Alemania fue lo primero que debieron resolver Estados Unidos y la Unión Soviética, los dos artífices de la derrota del Tercer Reich en su breve período como aliados. Fue uno de los temas centrales de la conferencia de Yalta de febrero de 1945, en la que el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, el líder soviético Iósif Stalin y el primer ministro británico Winston Churchill discutieron los pasos a seguir tras el fin de la conflagración.
En la Conferencia de Potsdam, celebrada entre julio y agosto del mismo año, acordaron dividir el territorio alemán en cuatro zonas de ocupación. El este quedó bajo custodia del Ejército Rojo y el oeste se repartió entre las tres potencias occidentales: Estados Unidos, Reino Unido y Francia. Berlín, ubicada en el nordeste del país, se partió en dos con la misma lógica: el este fue ocupado por las tropas soviéticas y el oeste por los otros tres ejércitos.
Los cuatro conformaron el Consejo de Control Aliado como órgano de gobierno de Alemania. Se pensó como algo provisorio, hasta que todas las partes estuvieran de acuerdo en que el país podía volver a autogobernarse.
Sin embargo, la desconfianza entre las naciones occidentales y la URSS creció a gran velocidad. La competencia entre Washington y Moscú por convertirse en la potencia hegemónica en el nuevo orden mundial que empezaba a surgir, con modelos políticos, económicos y sociales antagónicos, frustró cualquier acuerdo. Alemania y Berlín sufrirían las consecuencias de ese enfrentamiento.
La división de Alemania… y del mundo
La Unión Soviética abandonó el Consejo de Control Aliado en 1948. Fue la señal más clara de que Alemania, lejos de ir hacia una reunificación, se dirigía hacia una partición en dos países diferentes, con sistemas opuestos.
Con la intención de convertir a “su” Alemania en un Estado vasallo, el Kremlin impulsó la fusión del Partido Comunista Alemán con el Partido Socialdemócrata, lo que dio lugar a la formación del Partido Socialista Unido de Alemania (SED por la sigla en alemán). Desde 1946 empezó a funcionar un gobierno local comandado por la nueva fuerza, que avanzó con un plan de nacionalizaciones, siguiendo los lineamientos de la economía centralizada.
La ocupación soviética terminó formalmente el 7 de octubre de 1949, con la fundación de la República Democrática Alemana (RDA) —Alemania Oriental—. Abarcaba los cinco estados del este que estaban bajo control ruso: Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Brandeburgo, Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia. De todos modos, el Ejército Rojo nunca abandonó el país y permaneció como una fuerza de última instancia para mantener el orden ante desbordes, como ocurrió con los levantamientos de 1953.
Si bien en los papeles no había un modelo de partido único como el de la URSS, en los hechos se estableció un sistema muy similar. Distintos partidos pequeños, sin un anclaje demasiado real en la sociedad, se sometían al liderazgo del SED en el marco del Frente Nacional, que no aceptaba oposición alguna ni elecciones libres.
Wilhelm Pieck asumió como presidente de la RDA el 11 de octubre de 1949. Fue el primero y el último, ya que el cargo se abolió tras su muerte en 1960. Pero la máxima autoridad política en términos fácticos era el primer secretario del SED, que entre 1950 y 1971 fue Walter Ulbricht. En 1960 asumió formalmente la jefatura de gobierno como presidente del Consejo de Estado. En 1971, el liderazgo pasó a manos de Erich Honecker, que permaneció como jefe del partido y hombre fuerte de la RDA hasta 1989.
La ocupación de las potencias occidentales sobre el oeste del país también terminó en 1949, con la formación de la República Federal de Alemania (RFA). Desde el punto de vista institucional y económico, siguió las pautas de la mayoría de los países del oeste europeo, con un sistema parlamentario con elecciones competitivas y una economía de mercado. Su capital pasó a ser la ciudad de Bonn.
Lo que no terminaba de resolverse era el estatus de Berlín. Al estar en su porción del territorio, la RDA la consideraba su capital y pretendía que las potencias capitalistas salieran de la mitad occidental, algo que no iban aceptar nunca. De hecho, sólo se fueron tras la reunificación. Berlín Oeste se incorporó a la RFA como un estado especial, cuyos ciudadanos podían presentarse a cargos públicos, pero no podían votar en las elecciones federales.
“Desde principios de la década de 1950, Alemania Oriental había intentado reforzar su frontera y criminalizar a los ciudadanos que trataban de salir del país sin el permiso del Estado. Sin embargo, Berlín Oeste, que era una pequeña isla controlada por las potencias occidentales dentro de su territorio, todavía ofrecía una salida. Las personas podían viajar a Berlín Este y luego utilizar el sistema de transporte público para huir hacia Occidente, o encontrar otra forma de cruzar de una parte de la ciudad a otra. Tanto la dirección de la RDA como la Unión Soviética vieron la presencia de Berlín Oeste como una amenaza para la continuidad del Estado socialista”, explicó David Clarke, profesor de estudios alemanes modernos de la Universidad de Cardiff, consultado por Infobae.
El 24 de junio de 1948 estalló una de las primeras grandes crisis de la Guerra Fría: el Bloqueo de Berlín. En represalia por la adopción del marco alemán como moneda de Berlín Oeste —lo que iba a fortalecer los vínculos comerciales con los estados occidentales y a perjudicar los lazos con los orientales—, la Unión Soviética bloqueó todas las vías de acceso terrestres a la ciudad.
Estados Unidos y sus socios replicaron creando un puente aéreo nunca antes visto. Durante más de un año, abastecieron a los berlineses occidentales con aviones enviando incluso más suministros de los que entraban antes por tierra. A comienzos de 1949 era evidente que el bloqueo había fracaso, y Moscú lo levantó el 12 de mayo.
El Muro
“La razón principal para construir el Muro de Berlín fue el gran número de refugiados que huyeron de la RDA hacia la RFA desde 1949. Dado que la frontera interior de Alemania había sido sellada por la RDA en mayo de 1952, la ciudad abierta de Berlín era el único lugar para escapar sin arriesgar la vida. En Berlín no había en los años 50 una frontera fuerte debido a su estatus político especial. Los refugiados eran un problema para la RDA, porque existía la posibilidad real de que el país se desangrara”, dijo a Infobae el historiador Thomas Flemming.
Con el correr de los años se fueron haciendo cada vez más grandes las diferencias en las condiciones de vida en las dos Alemanias. Aunque la RDA era bastante más próspera que otros países del bloque comunista, estaba bastante lejos del bienestar que empezaba a exhibir su contraparte occidental, que estaba apuntalada por el Plan Marshall. Más allá de los problemas de la economía centralizada, Alemania Oriental tenía que pagar millonarias indemnizaciones a la URSS en concepto de reparaciones por los daños causados en la guerra.
La distancia se magnificaba entre las dos Berlines, ya que la parte occidental estaba muy subsidiada por la RFA, que quería mostrarla como un modelo opuesto al soviético. Además, se convirtió en un polo artístico y cultural, con libertades civiles y políticas impensables en el este.
“Los alemanes orientales tenían derecho automático a convertirse en ciudadanos de Alemania Occidental, y los trabajadores, especialmente los más jóvenes y calificados, podían simplemente cruzar la frontera entre Berlín Oriental y Occidental para encontrar mejores empleos. En el contexto de las campañas de socialización de las pequeñas empresas privadas o de colectivización de las granjas, un gran número de estos trabajadores, esenciales para cualquier economía industrial, abandonaron el país”, sostuvo Peter C. Caldwell, profesor del Departamento de Historia de la Universidad Rice, en diálogo con Infobae.
El endurecimiento de los controles fronterizos alrededor de Berlín Oeste comenzó a mediados de los 50. Torres de control, cercos y obstáculos antitanque como “erizos checos” pasaron a cubrir los bordes de la ciudad para dificultar la salida de alemanes del este. Pero no era suficiente.
“Entre la creación de la RDA y la construcción del Muro, 2,7 millones de personas huyeron del país. La mayoría, a través de Berlín Oeste, porque las dos mitades de la ciudad estuvieron completamente unidas hasta agosto de 1961. Los refugiados que huyeron de la RDA eran sobre todo jóvenes cuya educación había sido financiada por el Estado. Ingenieros, trabajadores calificados, profesores, directivos y personal médico. Esto significaba una gran pérdida para la economía y la sociedad de Alemania Oriental. Para el régimen comunista, era una necesidad existencial controlar el flujo de fugitivos, bloquear la ruta de escape de Berlín Occidental”, dijo a Infobae el historiador Cyril Buffet, doctor en relaciones internacionales y estudios alemanes, y autor de El día que cayó el Muro (The Day the Wall Fell).
“¡Nadie tiene la intención de levantar un muro!”, bramó Walter Ulbricht en una histórica conferencia de prensa el 15 de junio de 1961. Dos meses después, el 12 de agosto, ordenó su construcción, que comenzó el 13 a la mañana. Se cercó la totalidad de Berlín Oeste, pero bastante adentro en territorio oriental, para no generar una disputa con el Oeste y dejar varios metros de espacio vacío que permitirían dispararle a quienes intentaran cruzar.
“La RDA proclamó oficialmente que el Muro de Berlín era una protección contra el fascismo, para mantener fuera las influencias occidentales y para sentar las bases de una coexistencia pacífica. En Occidente, sin embargo, los funcionarios señalaron el efecto práctico del Muro en la reducción del flujo de refugiados procedentes del Este. De hecho, para el régimen era urgente poner freno a la pérdida de talento humano y mano de obra”, afirmó la historiadora Margarete Myers Feinstein, profesora de la Universidad Marymount, consultada por Infobae.
El 17 de agosto de 1961 se empezaron a poner los ladrillos del muro. En los meses siguientes, los 43 kilómetros que separaban a las dos Berlines quedaron cubiertos de concreto, y los 156 kilómetros que rodeaban los bordes externos de la ciudad occidental se volvieron infranqueables. Sólo se podía pasar por unos pocos pasos fronterizos estrictamente vigilados.
“Una vez que se construyó el Muro, los soviéticos sintieron que habían resuelto el problema de la ciudad y estabilizado a la RDA —dijo Clarke—. Aunque siguió llamando la atención sobre la brutalidad del régimen oriental y soviético, especialmente cuando los ciudadanos de la RDA eran asesinados al intentar cruzarlo. Tal vez de manera más infame en el caso de Peter Fechter, que murió por heridas de bala en la ‘franja de la muerte’, a la vista de los medios de comunicación del mundo, en agosto de 1962. Además, proporcionó un telón de fondo para que los políticos occidentales reprendieran a los soviéticos por sus políticas opresivas. Sin embargo, después de la construcción, Berlín no volvió a ser sede de un estallido importante de tensiones en la Guerra Fría”.
El símbolo
“De Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático ha descendido una cortina de hierro a través del continente. Detrás de esa línea se encuentran todas las capitales de los antiguos estados de Europa Central y Oriental. Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía. Todas estas famosas ciudades y las poblaciones que las rodean se encuentran en lo que debo llamar la esfera soviética”.
Winston Churchill había dejado de ser primer ministro británico un año antes del recordado discurso que dio el 5 de marzo de 1946 en el Westminster College de Fulton, Missouri. El término “cortina de hierro” se popularizaría años después por la potencia y la claridad con la que aludía a la profunda división entre los dos mundos que emergieron tras la Segunda Guerra. Si esa fue la metáfora que mejor describió a la Guerra Fría, el Muro de Berlín fue su expresión material más acabada.
“Para ambos lados, el Muro simbolizó la Guerra Fría —dijo Feinstein—. En el Este, era un recordatorio de la amenaza del imperialismo capitalista y del fascismo. En Occidente, era una prueba de la crueldad y de la falta de libertad en Oriente. Berlín había sido un punto álgido desde que Stalin bloqueó el lado oeste en 1948 y las fuerzas angloamericanas respondieron con el puente aéreo. La preservación del estatus de Berlín Oeste fue un elemento central de la política estadounidense. No obstante, a pesar de la retórica occidental que lo condenaba, el Muro sirvió para estabilizar la situación en Berlín y reducir las tensiones”.
Los líderes políticos occidentales vieron con cierta satisfacción su construcción porque el orden vigente en Berlín entre 1948 y 1961 era demasiado inestable, y para la RFA empezaba a ser un problema recibir tanta gente de su vecino. Además, el costo de erigir esa barrera atroz lo pagaron exclusivamente la RDA y la URSS, lo que a largo plazo sería una gran victoria simbólica para Occidente.
“En pocos años, múltiples muros de concreto, alambres de púas, trampas para tanques, minas y guardias armados mantuvieron los dos lados muy separados —dijo Caldwell—. Fue una pesadilla de relaciones públicas para los alemanes orientales y para el bloque soviético, porque sin importar lo que dijeran, el Muro existía para impedir que la gente saliera de Alemania Oriental para ir a Occidente. Simbolizaba la incapacidad del socialismo de Estado para mantener voluntariamente a los alemanes en la RDA. Simbolizaba la falta de legitimidad del país y, con ello, la falta de legitimidad del propio socialismo de Estado”.
Por estas mismas razones, la caída del Muro fue el testimonio más visible del fin de la Guerra Fría, por más que la Unión Soviética se disolvió dos años más tarde. El gobierno de la RDA, cada vez más debilitado ante un creciente movimiento de protesta, y temeroso por las revoluciones que empezaron a propagarse en los países del este en 1989, se vio obligado a ceder.
Cuando el 9 de noviembre anunció que sus ciudadanos podrían visitar la RFA, el Muro dejó de tener sentido y miles de personas empezaron a tirarlo abajo. La demolición oficial se inició el 13 de junio de 1990 y el proceso culminó el 3 de octubre, con la reunificación alemana. En rigor, la RDA dejó de existir y sus estados se incorporaron a la RFA, adoptando su sistema político y económico.
“El Muro fue y sigue siendo el símbolo icónico de la Guerra Fría, aunque fue construido al menos 14 años después de su inicio. Marcó la realidad visual del conflicto Este—Oeste. Fue la encarnación en concreto y alambre de púas de la metafórica ‘Cortina de Hierro’ descrita por Churchill en 1946. Terminó simbolizando el propio sistema comunista. El Muro parecía ser la última construcción inhumana que encarcelaba a toda una población, privando de sus derechos básicos a los alemanes orientales. Por eso, cada una de las 140 personas asesinadas en el Muro de Berlín representa esta aspiración de libertad. La caída del Muro, hace 30 años, reforzó esta imagen porque significó el fin de la Guerra Fría, el fin de la división de una ciudad, de un país, de un continente”, concluyó Buffet.