Hoy en día Venezuela puede estar entre los países más caros del mundo, con la salvedad que no produce ni petróleo: todo lo importa. Hasta el dinero. Presos que los matan de hambre. Comunidades amenazadas de manera silenciosa. Cuerpos de represión que resguardan el statu quo.
Se acerca el día de todos los fieles difuntos. Mientras en el norte se celebraba Halloween y el día siguiente la celebración de Todos los Santos, en este país, Venezuela, la muerte ha acampado como si fuera su sucursal, siniestra franquicia, con una extraña mezcla de decadencia y sincretismo.
Las estadísticas de fallecidos, así como su causa, no se reporta. Los periodistas velan las morgues para hacer estimaciones de las muertes violentas. Levantar la data, años atrás, de enfermos de zika o chikungunya (virus transmitidos por zancudos), por no decir los decesos, era una labor propia de una ONG especializada.
Se sigue viendo con frecuencia carros accidentados con averías de motor o falta de un neumático de recambio
Cuando Venezuela disimulaba su enorme debacle ante las organizaciones multilaterales, no se sabía con certeza de la escasez de medicamentos. Los gremios hablaron de un 70 u 80% de fallas en el inventario. La desfachatez hace que ni disimulen ni se inmuten. Basta decir que es culpa de las sanciones. Como una forma de decir que no es asunto de ellos. Por más que los medicamentos provengan de países aliados, miembros de la Organización de Países No Alineados, como la India, al final la culpa será de las sanciones que excluyen de golpear tanto la importación de alimentos como de medicinas.
Las medicinas que se consigan en el mercado siempre tienen fijado su precio en la moneda norteamericana, que se pagará en bolívares al cambio del día. Y así ocurrirá con los servicios médicos o la compra de un repuesto o el servicio técnico para arreglar un televisor.
Es cierto que hay más tráfico vehicular que hace dos años. Pero se sigue viendo con frecuencia carros accidentados con averías de motor o falta de un neumático de recambio. Quienes se fueron mandan algo de dinero, como todos los emigrantes del mundo. Solo que hace un par de años, alguien vivía a cuerpo de rey con $150. Hoy en día Venezuela puede estar entre los países más caros del mundo, con la salvedad que no produce ni petróleo: todo lo importa. Hasta el dinero.
Según El País, de España, la mitad de la población tiene acceso a las divisas. Y los trabajadores ganan $ 7.5 al mes. Creo que el periodista o erró los números o se confundió de país. Ni la mitad puede manejarse en dólares y los trabajadores ganan $7,5 del primero de octubre… y no se sabe por cuánto tiempo (antes estaba por el orden de los $ 3,5; se debe recordar que el salario integral es la suma del salario mínimo – que sirve para calcular beneficios y prestaciones-, que es el 50%, y diversos bonos compensatorios, que es el otro 50%). El cálculo del cambio es muy inestable: con el decreto de subida del salario, suben todos los precios y servicios, si bien no el dólar. En estos días, por un exceso de liquidez en la calle, la tasa de cambio estaba presionando al alza.
Esta situación de muerte hace que, por ejemplo, los pacientes seropositivos tengan un déficit de antirretrovirales que se cuenta por miles: 70% de escasez en todo el país. Hay indígenas que no tienen acceso a ningún servicio. Un par de ONG en Barquisimeto, Red Venezolana de Hombres Positivo y Conciencia por la Vida, organizan la atención trasladando contingentes de pacientes hasta territorio colombiano.
Que quien tenga cáncer esté sentenciado en el corredor de la muerte. Que los privilegiados busquen traer sus medicamentos de fuera del país. Un trasplante de riñón es una aventura mortal ya antes de llegar al quirófano. Que Yoiner Peña, el adolescente especial herido en las protestas del 2017, muriese porque le decomisaron a su mamá el medicamento que traía de Colombia.
Una población que buscan diezmar, como la viruela diezmó a los nativos habitantes americanos. Presos que los matan de hambre. Comunidades amenazadas de manera silenciosa. Cuerpos de represión que resguardan no el orden, sino el statu quo.
Cementerios profanados, donde la modalidad de la cremación es una alternativa menos dolorosa al riesgo de no encontrar los huesos de los familiares en la tumba o el panteón familiar. Ritos que se combinan, con este gusto necrófilo, para ir disolviendo la propia identidad en un vaho pestilente.
Me preguntaba por los derechos de los difuntos. Esos que llamamos humanos. Como aquello de la digna sepultura, que en algunos casos ha sido el patio de la casa. O el cadáver puesto en las puertas de alguna alcaldía, para que ellos hagan lo que no pueden hacer los propios.
Idiosincrasia desecha, que no puede apelar a la tradicional solidaridad de los vecinos. Urna que se debe rastrear y casi prestar, como si fuera la bandeja reutilizable de un establecimiento de comida rápida. Simulacro de cajón que no alcanza ni a ser de metal ni a ser de madera, suerte de cartón que debe sujetarse bien por debajo, no vaya a enterrarse la urna sin el difunto.
Cultura de la muerte, que se impone por resignación. No como la del aborto o la eutanasia, sino como la que el fato griego. Ritos cristianos que quieren ser de rebeldía, del Dios de la vida. Un Jesús de Nazareth que es un Dios-con-nosotros y a pesar nuestro.
El mundo estalla en revueltas. Muchas razones hay. Falla el diagnóstico. Algo fatídico hay en todo ello. Para quien quiere el poder absoluto no le viene nada mal la decadencia.
No consigo que los muertos tengan derechos. No me aparece que hayan reconocido sus derechos. Debe ser que he fallado en la búsqueda.
Publicado originalmente en Actuall el 31 de octubre de 2019