Convengamos, la deliberación es uno de los elementos más importantes en una sociedad democrática. Cuando ella falla, está contaminada o, peor, es simulada, la conclusión luce demasiado obvia.
Por ello, el debate organizado y formal, convincente y eficaz, explica la existencia del parlamento. Una modesta aproximación al Estado, por lo menos, el constitucionalmente configurado en Venezuela, ratifica el reconocimiento y la jerarquía universales de la palabra compartida que, a su vez, explica a un órgano – además – independiente del Poder Público que, faltando poco, cuenta con la llamada irresponsabilidad de opinión de sus miembros.
Al dato sociológico y jurídico, debemos agregar el histórico, pues, hubo discusiones parlamentarias libérrimas y generadoras de consecuencias, por cierto, en leal competencia con las de una sociedad civil organizada que reconocía el valor de las instituciones públicas, como también experiencias fallidas en solfa con la prensa censurada, maniatada, disminuida y hasta inexistente. Hubo etapas luminosas del Congreso de la República del ´XX, todavía sin equivalentes en la Asamblea Nacional del ´XXI, añadido el intercambio constituyente.
Ciertamente, recompensado por las redes digitales, con sus altibajos y limitaciones, hay ya suficientes aportes académicos sobre la escasa calidad y maleada intensidad de la polémica pública, ahora degradada por lo que es, al fin y al cabo, todo un régimen que vela celosa y agresivamente por sus más íntimos intereses. Otra obviedad, salvo las excepciones de rigor, ha contaminado la propia polémica parlamentaria que fuerza a la sociedad a escenificar y ampliar la suya.
Por ello, surgen los foros parlamentarios de la ciudadanía, sin cortapisas. Quizá un antecedente, después de 2005, controlada absolutamente la Asamblea Nacional por la dictadura ya desenmascarada, varios diputados del período inmediatamente anterior realizaron frecuentes encuentros con los medios para darle salida al planteamiento de los problemas nacionales que no contaban con la escena ni el escenario adecuados, replicados prontamente con el llamado parlamentarismo de calle que ordenó Miraflores e, inexorablemente se convirtió o degeneró en sendos operativos asistenciales que se agotaron, como el mismo modelo de negocios que los inspiró.
En la actualidad, divorciada la Asamblea Nacional de los problemas nacionales que no logra traducir y, muchísimo menos, contribuye a solventar, afectada como instancia de conducción política de la oposición, tienen pertinencia los foros parlamentarios, con un mínimo de condiciones que aseguren su sobriedad, claridad y contundencia. Así, Vente Carabobo dio inicio, recientemente a la experiencia, en la parroquia Miguel Peña que contó con el concurso de los afiliados de municipios cercanos y el de una ciudadanía políticamente independiente.
Hubo discusión, debate o intercambio en los temas considerados más complejos, como el TIAR, el 187, la producción petrolera y las características que ha alcanzado la sociedad venezolana en los últimos años, por ejemplo. Esto ha significa, como lo hemos llamado en nuestras modestas intervenciones de cámara, la creciente parlamentarización de la sociedad que, más allá de las consignas, demanda sensatez, comprensión, racionalidad, argumentación, profundidad, seriedad, por muy modestos que sean los polemistas, a falta de la pertinencia y desarrollo real del Orden del Día