La situación de derechos humanos en Venezuela, la violencia, las amenazas y la escasez de alimentos ha provocado que más de 4,6 millones de venezolanas y venezolanos huyeran de su país para buscar una vida mejor en otros países del mundo, según la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela. Esa es la cifra que informan los gobiernos anfitriones. 3,8 millones de migrantes venezolanos viven en países de América Latina y Caribe, de los cuales 1.488.373 viven solo en Colombia. Más de 2 millones viven bajo otras formas legales en el continente, y hay 650.000 personas venezolanas que solicitan asilo en varios países del mundo. DW entrevistó a Olga Sarrado Mur, la portavoz de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) para la situación de Venezuela, sobre la situación actual de los refugiados venezolanos y las perspectivas para el futuro.
Por dw.com
Deutsche Welle:¿Cuáles son las cifras prospectivas de la actual emigración desde Venezuela, que han sido comparadas incluso con las de los refugiados sirios?
Olga Sarrado Mur: Calculamos que para 2020 habrá 6,5 millones de refugiados venezolanos en el mundo. La gran mayoría de ellos, unos 5,5 millones, en Latinoamérica y el Caribe. Es muy difícil comparar este fenómeno con otras crisis en el mundo. Pero observamos que este éxodo continúa. Hay cerca de 3.000 a 5.000 venezolanos que continúan saliendo cada día de su país, y cada vez en una situación de mayor vulnerabilidad, con más necesidades de acceso a la salud, a los alimentos y a la educación, y con altos niveles de trauma y estrés por la inseguridad y la violencia que están dejando atrás.
También se trata del desplazamiento interno más grande de la historia reciente de América Latina, y se lo puede comparar con otros grandes éxodos actuales en el mundo. Lo que nos preocupa es que, a pesar de la magnitud que tiene, se lo está invisibilizando.
Los países en la región han mostrado una gran generosidad al abrir sus puertas, y hay una voluntad política para acoger a los venezolanos, para que tengan sus derechos básicos cubiertos, pero se necesita más apoyo de la comunidad internacional, no solo para los venezolanos, sino también para los países que los están recibiendo, para que puedan mantener esa solidaridad.
Hay muestras de xenofobia en algunos países de acogida. ¿Cómo enfrentan esto los refugiados? ¿Qué medidas toman organizaciones como ACNUR?
Nos preocupan mucho las muestras de xenofobia y discriminación, y hemos observado que hay momentos en los que se incrementa la tensión contra los venezolanos, en Perú, Brasil, Colombia y Ecuador. Pero es importante recordar que son muestras de la actitud de una minoría, y que tanto la población en general, como las comunidades, siguen manteniendo los brazos abiertos a los venezolanos. Estamos tomando distintas medidas. A lo largo de toda la región se llevan a cabo campañas de integración, tanto para los venezolanos como para la población del país de acogida, para asegurarnos de que exista esa inserción social, y vemos que hay una respuesta muy positiva en toda la región. En ACNUR contamos historias personales, de habitantes que han abierto literalmente su casa, sus habitaciones, para acoger a migrantes venezolanos y darles un techo donde no lo tenían. También trabajamos con donantes privados. Hay un estudio publicado hace días por el Banco Mundial que muestra que los venezolanos representan un gran potencial para apoyar el desarrollo de la economía del país al que llegan.
¿Cómo funciona concretamente la inserción laboral de los venezolanos en los países de acogida en América Latina? ¿Hay avances en ese aspecto?
Sí, observamos que el sector privado, las cámaras de comercio y las pequeñas empresas se están dando cuenta del valor añadido que tiene integrar laboralmente a los refugiados venezolanos. Por ejemplo, en Colombia hay varias empresas pequeñas que están contratando venezolanos y que, además, hacen de portavoces, explicando a las otras empresas y a la sociedad los beneficios que ha traído la incorporación de migrantes venezolanos en sus compañías. Hay diferentes programas, como el que se lleva a cabo en Roraima, Brasil, apoyándolos a aprender el idioma, a lograr el reconocimiento de títulos, con ayuda económica para los primeros meses, y este programa se aplica en los diferentes países, en un esfuerzo conjunto.
Perú, Chile y Ecuador aplicaron requisitos para la migración, lo que creó un cuello de botella en Colombia. ¿Cómo afronta ese país el gran flujo migratorio desde Venezuela?
Esos nuevos requisitos nos preocupan, ya que pueden llevar a muchos migrantes venezolanos a usar pasos de frontera irregulares para seguir su camino. Esto conlleva grandes riesgos, por ejemplo, el de caer en manos de redes de trata o de grupos de delincuentes, y los mismos lugares de paso irregulares pueden representar un peligro físico grave. En cuanto a Colombia, en 2018 observamos que la mitad de los refugiados que entraban a Colombia continuaba su camino hacia el sur, hacia Ecuador, Perú, Chile y Argentina. Con estos nuevos requisitos, hay muy pocos que continúan ese camino, pero el flujo de llegada a Colombia se mantiene más o menos estable. Así es que la mayoría de las personas terminan quedándose en Colombia. Este país no acoge solamente a los refugiados venezolanos que deciden salir de su país, sino también a aquellos que viven en zonas fronterizas y que van a Colombia a pasar el día, para poder trabajar, acceder a alimentos en los comedores y poder ir al médico, a las clínicas que ofrecen atención y vacunación en la frontera.
Colombia está siendo muy generoso, y va a continuar con esta política de puertas abiertas, pero lo importante es que se apoye a este país, y que continúe esta responsabilidad regional de compartir esfuerzos para que el peso del flujo migratorio se pueda repartir mejor. Para eso existe, por ejemplo, el Proceso de Quito, por el cual se reúnen cada cierto tiempo los países de acogida para buscar soluciones conjuntas y asegurarse de que haya un reparto de responsabilidades entre todos. Eso es muy positivo y hay que mantenerlo para que no haya al final un cansancio, ya que cada vez hay más peso sobre las estructuras y servicios públicos de los distintos países, en especial, en Colombia.
Por ahora no se vislumbra el fin de la migración venezolana. ¿Qué medidas toma ACNUR junto con otras organizaciones?
Por ahora salen entre 3.000 y 5.000 personas al día, y no pueden volver. En ACNUR, como parte de la coordinación a nivel regional hemos hecho una planificación para 2020. Somos 137 organizaciones que hemos elaborado un plan de acción para responder a las necesidades más urgentes de los refugiados y migrantes venezolanos, y también de los países de acogida. Se trata del Plan Regional de Respuesta para Refugiados y Migrantes 2020 (RMRP), que se presentó en Bogotá. Su objetivo es beneficiar a 4 millones de personas, incluyendo a refugiados y migrantes venezolanos, y a las comunidades de acogida en 17 países. Este plan requiere de 1.350 millones de dólares hasta 2020, para poder asegurar esa respuesta. Lo más importante es que esos fondos lleguen pronto para poder iniciar esas actividades coordinadas a lo largo de la región. Este año, a finales de noviembre, solo se ha financiado un 50 por ciento del plan. Eso significa que las actividades consideradas claves para cubrir esas necesidades básicas de los migrantes no se han podido llevar a cabo, dejando a personas sin la seguridad ni la protección que necesitaban. Es por eso que hacemos entre todos este llamado importante a la solidaridad de los gobiernos, de la población, y de los donantes, porque el flujo continúa, y las necesidades de los migrantes son mayores, porque están en mayor situación de vulnerabilidad, y es importante que podamos responder a tiempo.