Siete de la noche, retraso en el Metro de Caracas. El vagón, cuyo aire acondicionado se averió desde meses atrás, se ha quedado detenido hace más de veinte minutos en el túnel subterráneo que conecta las estaciones Bellas Artes y Parque Carabobo. Es el infierno en vida: hacinado, húmedo y claustrofóbico. Los pasajeros resoplan, tosen, se quejan del calor. Yo trato de distraerme mirando el reflejo en la ventana, mientras suplico que el tren llegue al andén cuánto antes. Es un día cualquiera, la cotidianidad de un caraqueño de a pie.
Por: Andrea Leal | Criptonoticias
En medio del calor humano y el mal humor, mis ojos planean por encima de las personas y sus objetos personales. Busco, indago, trato de conseguir algo interesante que entretenga mi mente. El desespero ansioso seguramente ha agudizado mis sentidos, puesto que a los pocos minutos una moneda brilla como el oro en una barraca oscura. Hizo un bling certero que logra captar mi atención. Desde el bolsillo de un hombre de mediana edad sobresale un llavero con la forma de una moneda de Bitcoin.
La situación que les acabo de contar me pasó hace unas semanas atrás en el Metro de Caracas y me dejó una impresión tan fuerte que me ha llevado a escribir estas líneas. Redondo, discreto, sin ínfulas de grandeza. Bitcoin era, como decimos en Venezuela, otro coroto más dentro de aquel tren. Es decir, un objeto sin valor aparente. Pero, entre la pobreza y el cansancio humano, ese pequeño objeto destacaba para aquellos que conocen su significado.
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