Un Gobierno de transición es primero un Gobierno. Su condición de “transitorio” no lo inhibe de tomar decisiones trascendentales, lo cual sería un absurdo. De hecho, por lo que se prevé con los plazos electorales que conducirán al país a nuevas elecciones nacionales, se estima que la gestión de la presidenta Jeanine Áñez se extenderá probablemente hasta julio del próximo año.
Bajo esas premisas, el Gobierno actual debería dar pasos definitivos para desmantelar la estructura de la opulencia montada por Evo Morales en casi una década y media. Un país con muchas necesidades esenciales no atendidas ¿para qué quiere una flota de 10 aviones y helicópteros al servicio de las primeras autoridades políticas? ¿Se justifica la existencia de un edificio costoso –aparte de su mal gusto- como la denominada Casa Grande del Pueblo, cuando durante décadas las oficinas de los ministerios funcionaron sin dificultades en locaciones diversas y distribuidas en distintas zonas de la sede de Gobierno?
Ni los aviones y helicópteros ni el edificio de marras son necesarios para un Estado con una economía débil que carece de condiciones para darse esos lujos; también son el símbolo de la opulencia hecha a la medida de un ex presidente ególatra con aires de faraón, se trata de adquisiciones de quien parecía tener la certeza de quedarse con ellas de por vida.
Las autoridades del Poder Ejecutivo del anterior Gobierno tenían 10 aeronaves: dos aviones Falcon para que Evo Morales y Alvaro García Linera dispusieran de ellos en el momento que se les ocurriera, casi como quien tiene el auto parqueado afuera de la oficina, listos siempre para ir a cualquier destino –recuérdese las veces que Morales viajaba en “su” nave incluso a inauguraciones de campeonatos mundiales de fútbol en Europa. Tres helicópteros: dos de ellos al servicio también de Morales y García Linera, y un tercero para otras eventualidades. Incluso el entonces ministro de la Presidencia Juan Ramón Quintana tenía a su disposición un avión Beechcraft. Finalmente, hay al menos otras cuatro aeronaves que estaban listas para el uso de otras autoridades.
Presidentes como Mauricio Macri (Argentina) o Andrés Manuel López Obrador (México) decidieron usar vuelos comerciales para trasladarse en sus misiones oficiales dentro y fuera de sus países. Y no se diga que son economías más chicas que la de Bolivia.
Lo sensato sería que el Gobierno de la presidenta Jeanine Áñez, dispusiera la venta de esas naves, en señal de buena fe, austeridad y cordura. Quedarse con esos lujos podría ser interpretado como que se critica los lujos cuando se está en la oposición, pero ya en el poder se los usa tal y cual lo hacía el presidente criticado. Solo el mantenimiento de las aeronaves, al margen de los costos de operación, supera un presupuesto de 20 millones de bolivianos. La llamada Casa Grande del Pueblo sería más útil como un centro oncológico infantil. La arquitectura de este tiempo permite fácilmente adaptar los ambientes para darles un uso social.
, por último, se le tiene que dar otro destino al denominado “Museo de la Revolución Democrática y Cultural”, más conocido como Museo de Orinoca o de Evo, donde el culto a la personalidad llegó a tal extremo que los objetos allí expuestos son desde los atuendos hasta los souvenirs de Morales, una extravagancia que no se permitieron ni los virreyes de la Colonia.
Similar análisis se tendría que hacer con la casa de descanso que el expresidente tenía en la zona de La Glorieta, en Sucre. Al mismo tiempo, hay que pensar en qué uso darle al aeropuerto de Chimoré, que no tuvo importante uso comercial. Quizás lo más indicado es que ese aeropuerto volviera a tener control militar, por la especial sensibilidad de la zona.