Pamela Allendes Vargas, boliviana de 36 años y radicada en Chile, murió bruscamente el 23 de noviembre en la sureña ciudad de Chillán, donde era donante voluntaria de órganos y, de ese modo, terminó prolongando la vida de cuatro personas que recibieron sus riñones, el hígado y corazón, ese corazón de oro que la caracterizó en su paso por este mundo, como lo describen sus hermanos.
Luego de su fallecimiento, por un paro cardiorrespiratorio a consecuencia del angioedema hereditario, se conoció el drama que desde pequeña vivió con sus hermanos y del amor que profesó, al extremo de sacrificar su futuro para sacar adelante a los suyos, principalmente a su hermano menor después de que quedaran huérfanos a temprana edad.
Todo tuvo su inicio por los años 70, en La Paz, donde la familia Allendes-Vargas se constituyó con el matrimonio de Sergio, natural de Chile, y Marilín, oriunda de Beni, quienes procrearon a Sergio, Pamela, Yerko, Eliana y Luis.
Difícil trance
La familia llegó a Santa Cruz, donde unió un profundo lazo de amistad con Leandro Noé Cuéllar (ahora de 71 años) y su esposa, María Luz Lobo Vaca (67), que describieron a Pamela como la chica de la eterna sonrisa. “Siempre estaba con la sonrisa a flor de labios. En las necesidades siempre veía lo positivo y anteponía el bienestar de los demás al de ella”, recuerda María Luz, su tía adoptiva.
El infortunio golpeó desde temprano a los Allendes-Vargas, pues en el año 2001 murió Marilín, la madre, por causa del angioedema hereditario, una enfermedad en el sistema inmunitario que transmitió a Pamela. Es un trastorno que causa hinchazón particularmente en la cara, en las vías respiratorias, y produce cólicos abdominales.