El economista chileno más reputado a nivel mundial mira con preocupación la crisis por la que atraviesa su país. Considera que sólo se solucionará con un repliegue de las políticas neoliberales y un vuelco hacia un capitalismo más inclusivo. “La clase media simplemente se hartó”, advierte en una entrevista que le realizara la semana pasada el diario El Mundo de España.
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Sebastián Edwards (Santiago de Chile, 1953) es el economista chileno más prestigioso a nivel mundial. Profesor de economía internacional en UCLA, Edwards ha trabajado en el Banco Mundial y es investigador asociado del National Bureau of Economic Research (NBER). Es uno de los pioneros en el estudio del populismo económico. Vive en California, donde enseña y escribe. Es, además, un novelista de éxito y un intelectual inquieto, muy pendiente de lo que pasa en su país de origen que ahora vive días convulsionados.
¿Se acabó el modelo chileno? ¿Por qué?
El modelo agoniza. Como en la novela de Faulkner, el desenlace es cierto: es la muerte del modelo. Lo que no sabemos es cuánto demorará el proceso, si será lento o rápido. Tampoco sabemos, exactamente, qué lo reemplazará.
Usted ha hablado de la paradoja chilena: que el modelo que más ha reducido la desigualdad en la región ha sido el primero en ser tumbado por el pueblo. ¿Cómo se explica?
Mi explicación es simple: hay más de un concepto de desigualdad, más de una manera de entender el fenómeno. Por un lado, está la desigualdad de ingresos o desigualdad vertical, la que miden los economistas con el coeficiente de Gini. Esta es la que ha caído bastante rápido, aunque aún es alta. Pero hay un segundo concepto, que adquiere gran importancia una vez que los países han alcanzado cierto grado de desarrollo. Se trata de la “desigualdad horizontal” o desigualdad de trato; desigualdad de acceso a bienes públicos como áreas verdes y de esparcimiento, desigualdad ante la ley, desigualdad con respecto a acceder a ciertos puestos de trabajo. Es lo que la filósofa Elizabeth Anderson llama la “desigualdad relacional”. Y es en este ámbito donde Chile anda mal, muy mal. Las falencias están capturadas en el índice Better Life de la OECD. Cuando uno lo analiza, Chile ya no aparece como el paraíso o el oasis del que tantos hablaban. Hay abusos, humillaciones, mal trato. La gente siente que no la respetan, sienten una falta de dignidad.
¿Cuáles son a su juicio las razones de esta convulsión?
La clase media siente que han abusado de ella durante años. Simplemente se hartó. Hay que recordar lo siguiente: en 1990 un 53% de los chilenos vivía bajo la línea de la pobreza; en 2018 tan solo 8% eran pobres. Vale decir, 40% de la población (un número enorme) pasó de ser pobres a ser clase media. Pero es una clase media muy vulnerable. Son personas con aspiraciones y miedos, especialmente miedo de volver a caer en la pobreza. Los distintos gobiernos le fallaron a esta clase media, la que fue acumulando rabia y resquemores, la que fue sintiendo pasada a llevar, la que se sintió humillada.
¿Tiene sentido que los mismos que temían volver a ser pobres avalen unos desórdenes y una destrucción que sólo los empobrece?
Esa es la tragedia. El enorme daño colateral del estallido. Los supermercados saqueados están en los lugares de menores ingresos; lo mismo con farmacias y hospitales. Lo más probable es que no sean reconstruidos y que esa gente tenga mayores penurias. Es siempre así. Así fue en los “Riots de 1992” en Los Ángeles, California, los que me tocó vivir. Esta tragedia se acentúa en un caso como el chileno, donde las protestas no tienen líderes que las encaucen.
Usted ha dicho que no hay que temerle a la elaboración de una nueva Constitución en Chile. En todos los países de América que aprobaron constituciones en los últimos 30 años el gasto público se incrementó de manera importante y uno de ellos -Venezuela- es un desastre económico. ¿Por qué tenemos que ser optimistas?
Yo digo que no hay que ser pesimista; Chile no tiene por qué ser la próxima Venezuela. En los últimos 30 años ha habido constituciones completamente nuevas en ocho países de la región, y Venezuela es el único desastre económico. Los otros países han tenido problemas, pero los han superado con negociaciones políticas, reformas constitucionales, leyes adecuadas. Perú, incluso, ha sido un país económicamente muy exitoso, aunque con problemas políticos. Si el mayor gasto público va acompañado de mayor recaudación, no debiera haber problemas. Es lo que sucedió, por ejemplo, en Perú y en Paraguay. Lo importante es esto: si bien no hay que caer en el temor irracional, hay que hacer una constitución moderna y razonable. Vale decir, una constitución alejada de la de Venezuela. Una constitución con mecanismos que anclen al país en una razonabilidad económica, que protejan uno de los mayores logros del Chile democrático: la derrota de la inflación, un flagelo que castiga con dureza a los más pobres. Nótese esto: entre 1938 y 1998, Chile no tuvo nunca una inflación menor al 5% anual. ¡Nunca! Desde esa fecha, la inflación ha superad el 5% solo dos veces. Un cambio enorme.
Las Constituciones no son una panacea. Usted es coautor de un estudio que demuestra que incluir el derecho a la educación en los textos constitucionales no garantiza que la educación sea buena.
Es un estudio detallado, con técnicas estadísticas avanzadas y sofisticadas. Nuestros resultados indican que la calidad de la educación – medida por los resultados de la prueba PISA – no es más alta en países que garantizan con más fuerza los derechos sociales en sus constituciones. Hay países en los que la constitución no incluye esos derechos (EEUU) y la educación tiene una calidad relativamente buena, y otros con derechos estrictos y educación mala. Hay factores familiares, institucionales, estructurales y de políticas que son mucho más importantes. Por ejemplo, cuántos libros hay en casa y cuáles son los hábitos de lectura de la familia. Y esos factores no se cambian de un plumazo, por medio de un artículo en la constitución.
Usted fue un pionero en el estudio del populismo económico. ¿Qué cosas nos indicarían que un texto constitucional ha caído en el populismo económico?
En nuestro estudio original, Rudi Dornbusch y yo estudiamos las explosiones inflacionarias en regímenes populistas. Demostramos que hay un ciclo bien definido, ciclo que pasa de la euforia a la catástrofe en un periodo más o menos breve. El mayor antídoto a una explosión populista es asegurar en la Constitución que el banco central sea un organismo autónomo, manejado con absoluto profesionalismo. Países con bancos centrales manejados con criterios políticos y de corto plazo, son susceptibles a caer en el populismo. Eso es, precisamente, lo que pasó en Venezuela. Desafortunadamente en el mundo ha surgido una corriente de pensamiento llamada Modern Monetary Theory (MMT) que desconoce esta regla simple y efectiva. Pareciera ser que en Argentina la van a adoptar. Auguro un mal resultado.
Al margen de los errores cometidos, la imagen de Sebastián Piñera, un multimillonario, no ha ayudado a superar la crisis. En 2009 usted le propuso que regalara toda su fortuna. ¿Qué cree que habría sucedido si lo hubiera hecho?
No lo sé; nadie lo sabe. Pero lo que sí es cierto es que un presidente con una riqueza enorme, un presidente que aparece en la lista anual de Forbes de los billonarios, no tiene la imagen del “hombre de la calle.” Se le piensa, correctamente, como alguien con grandes privilegios. Y eso no es saludable en la política, especialmente en situaciones de crisis sociales en los que se cuestiona la legitimidad de los políticos.
¿Por qué los intelectuales chilenos, tanto de derecha como de izquierda, no vieron venir este fenómeno?
Bueno, nadie vio la magnitud del estallido; su masividad y la violencia que lo acompaña. Pero mucho notaron que había un “malestar” subterráneo, una rabia que se acumulaba cada vez que se descubría que los empresarios cometían abusos, y estos abusos no eran castigados por la ley. La teoría del malestar rondaba en Chile en distintas versiones. Algunos dijimos que el modelo se había agotado y requería ajustes mayores. Muchos sabíamos que algo malo podía suceder, pero no nos imaginamos cuán malo iba a ser. Nadie imaginó estos días de furia y destrucción. Cuando se escriba la historia definitiva, se dirá que la derecha cometió muchos errores. Tanto políticos, como intelectuales y sociales. Entre los últimos, uno de los más serios fue irse a vivir en barrios aislados, en un mundo paralelo de privilegios, en un “oasis” dentro de un país con aprehensiones, ansiedades, dificultades, y miedos.
¿Cuál será, a su juicio, el final de este proceso?
Es una pregunta de varias dimensiones. En lo económico, y en el mediano plazo, esto termina con un repliegue sustancial de las políticas neoliberales, con un vuelco hacia un modelo de capitalismo más inclusivo, con muchos mayores elementos de socialdemocracia. En lo inmediato, es difícil saber cómo termina la violencia. Todo el mundo está tratando de evitar la salida de los militares a la calle. Eso es esencial.
¿Qué elementos lo condicionarán?
Ha habido una enorme falta de coraje y de visión por parte de los políticos. No ha habido ni una sola “voz de la razón.” Nadie a quien admirar y cuyas ideas hagan sentido en forma transversal. Lo ideal es que surgieran varios líderes con esta voz razonable, interlocutores en una gran conversación nacional.
Publicado originalmente en el diario El Mundo (España) el 7 de diciembre de 2019