A propósito de un artículo de Carlos Blanco
1- Que los opositores nos mantengamos divididos es una situación ideal para la dictadura. Que, a pesar de compartir el objetivo último, acabar con el régimen chavista, nos hallamos fraccionado entre quienes esperan por una intervención extranjera, quienes apuestan a una salida electoral y quienes pretenden presionar al régimen hasta su quiebre, es algo que la dictadura promueve sin descanso. (Dentro de las fracciones opositoras no incluyo al grupo que mantiene un supuesto diálogo con el régimen pues al sumarse a esa iniciativa embaucadora dejaron de ser opositores para convertirse en colaboracionistas). Mientras eso ocurre la mayoría de los ciudadanos solo piensa en cómo sobrevivir, cómo acomodarse, cómo emigrar.
2- Sin unidad opositora no habrá democracia. Por eso no debemos renunciar a la creación de puentes entre nosotros. Al respecto, un artículo reciente de Carlos Blanco, titulado «Si es la fuerza, ¿cómo?», me parece una buena oportunidad para plantear algunas ideas. En ese texto, breve pero sustancioso, Carlos sintetiza su opinión sobre la manera de acabar con la dictadura. Critica, para empezar, a quienes proponen participar en elecciones bajo dictadura. Hacerlo sería, en su opinión, simple entrega o negociación acomodaticia. La opción realista y válida sería el uso de la fuerza. Por fuerza entiende una «combinación de medidas de carácter cívico –incluidas formas no violentas–, con desobediencia militar, con presión internacional política, diplomática y militar.» Con tal definición toma distancia, aunque no lo diga, de quienes se limitan a proponer o a esperar una intervención armada extranjera. El desafío es, según Carlos, construir la fuerza necesaria para desalojar a la dictadura del poder, algo distinto a fuerza electoral. Esa fuerza –no electoral, repito–, ejercida con inteligencia estratégica, podría quebrar al régimen. Para esto se requeriría de un liderazgo capaz de alinear a todos los factores relevantes, sin subordinarse a ninguno de ellos, especialmente a Estados Unidos.
3- Paso ahora a realizar un ejercicio de acercamiento entre posiciones. Asumo la premisa de que el objetivo central de quienes las promueven es el mismo –la salida del dictador– y que la discrepancia entre ellas se ha referido y sigue refiriéndose a las estrategias sobre cómo lograrlo. Podrá objetarse, con razón, que no toda la dirigencia opositora busca realmente la caída de Maduro y que unidad no debe ser equivalente a unanimidad. Asimismo podrá argumentarse correctamente que los demócratas venezolanos nos enfrentamos a una compleja y corrupta red política y económica de carácter internacional y no a una simple dictadura. Son precisiones que resultan muy relevantes pero que no invalidan, creo, lo que plantearé.
4- Coincido con la tesis del uso de la fuerza, tal como la presenta Carlos. Fuerza no es sinónimo de violencia ni de amenaza de su uso, aunque no las excluye. Pero, me pregunto, ¿no es esto lo que ha llamado Guaidó creación de capacidades? Y si no lo fuese ¿hay acaso una brecha insalvable entre ambos planteamientos?
5- No estoy de acuerdo, por otra parte, con descalificar a toda participación electoral como algo que se acuerde «al lado de un fruit punch en una deliciosa playa de Barbados», como afirma irónicamente Carlos. Participar de cualquier modo podría ser, efectivamente, simple cohabitación. Pero participar en elecciones, con el objetivo real de acabar con la dictadura es otra cosa.
6- Pienso, pues, que estar de acuerdo con el uso de la fuerza y, al mismo tiempo, considerar la participación en elecciones no es contradictorio. En efecto, el uso de la fuerza no electoral puede encontrar en una coyuntura electoral una circunstancia propicia. Puede ser, para decirlo brevemente, una legítima emboscada democrática. Se que no lo hemos logrado antes. Se, también, que el poder electoral es ilegítimo. Se, además, que la dictadura intentará, de nuevo, robarse las elecciones si anticipase una derrota. Pero precisamente porque hemos aprendido y porque sabemos cómo actuaría la dictadura es que tendría sentido plantearse esta nueva batalla.
7- La dictadura también sabe todo esto y, sin embargo, se prepara para unas elecciones parlamentarias. No cabe duda alguna, insisto, que, de ser necesario, cometerá un nuevo fraude. Pero tal vez no tenga que hacerlo. Unas elecciones, tal como están las cosas ahora en el mundo opositor, ahondarían nuestras divergencias, interna y externamente. La dictadura, contando con nuestra desmovilización, nuestra desunión y nuestra emigración, podría hacer algunas concesiones para ganar algo de legitimidad. Tal vez ni siquiera necesite hacer trampa para obtener la victoria. Intentaría conseguir así lo que tanto requiere: una Asamblea Nacional chavista que le sirva para destrancar la situación en la que las sanciones internacionales la han colocado.
8- Un evento electoral en dictadura no se enfrenta con una campaña tradicional. Es preciso concentrar toda la fuerza opositora –electoral y no electoral– en ese encuentro ante el adversario. No es cuestión de exigir condiciones para participar pues ello supone depender de lo que la dictadura decida o no hacer. Nuestra creatividad política nos debe servir para pasar a la ofensiva y acometer iniciativas propias. ¿No podríamos, por ejemplo, partidos y ciudadanos, en cumplimiento de la obligación de restablecer la Constitución, organizar en el extranjero los futuros eventos electorales? La experiencia del 16J del 2017, la existencia de embajadores democráticos y el apoyo de numerosos gobiernos le darían factibilidad a una jugada como esa.
9- La meta no debe ser, en todo caso, que Maduro acepte un resultado desfavorable para él sino que los militares lo hagan. En este punto surge, naturalmente, la referencia a la reciente experiencia de Bolivia. Cualquier comparación, sin embargo, debe considerar las diferencias entre las fuerzas armadas venezolanas y las de ese país. La dictadura venezolana es, entre otras cosas, una dictadura militar. Es de esperar, por tanto, que las fuerzas armadas actúen como corporación y eviten un enfrentamiento entre ellos. ¿Por qué los militares aceptarían entonces quitar su apoyo a Maduro? Porque un cálculo utilitario les haría ver que es su mejor opción. En ese caso, incluso la dictadura cubana tendría que negociar la salida del dictador.
10- En Venezuela existen hoy tres ámbitos de negociaciones decisivas y todas ellas se refieren a la esfera militar. Es lamentable que así sea pero hay que ser realista en esta materia. Los militares negocian con la élite izquierdista en el poder, negocian con los factores opositores, interna y externamente, y negocian entre ellos mismos. Hasta ahora ha sido la élite madurista la que lo ha hecho mejor. Un artículo de Pedro Benítez, llamado «Esto pasa en Venezuela: Maduro desconfía de los militares y los militares desconfían de Guaidó», arroja importantes pistas sobre el asunto. De cualquier modo, toda futura elección pondrá en alerta al mundo militar. Éste deberá sacar de nuevo sus cuentas antes de decidir apoyar, otra vez, un fraude electoral que tendría que ser enorme si la participación opositora es masiva. Que la oposición, con el apoyo internacional, ejerza la máxima presión posible en esas circunstancias tiene pleno sentido. Hablo pues de una conjunción de fuerza electoral y fuerza no electoral en una coyuntura propicia.
11- No me resigno, en definitiva, a que el encono y la desconfianza que han surgido entre los opositores nos impidan acordar y ejecutar una estrategia conjunta. Sería terrible que, como consecuencia de ello, no acumulásemos la fuerza necesaria para fracturar al régimen y que, siendo innegable mayoría, divididos y desmovilizados, tampoco pudiésemos ganar futuras elecciones.
12- Es mucho lo que los ciudadanos comunes podemos hacer en estos tiempos de desaliento y confusión. Primero, ser parte de la fuerza no electoral a la que me he referido pero también, eventualmente, de una fuerza electoral. Segundo, ser, dentro del ámbito de influencia de cada quien, factores de integración y concordia. Tercero, aprender a administrar nuestras expectativas para evitar frustraciones. Cuarto, exigir a nuestros líderes que acuerden una estrategia única. Quinto, aceptar que la información que manejamos es limitada (sobre todo la relativa a la esfera militar) y no juzgar, por tanto, de manera tan categórica como a veces hacemos, las acciones de nuestros líderes. Que todo esto ocurra es uno de mis deseos para esta Navidad. Es también, seguramente, el deseo de muchos compatriotas.