Felipe González (Sevilla, 1942), socialista, fue presidente del Gobierno de España durante 14 años ininterrumpidos. De él siempre se ha dicho que tiene una “buena cabeza política”. Y efectivamente, Felipe González es ante todo un político y ese es su punto de vista, la manera en la que mira al mundo y examina la situación en España. Este texto es el producto de una larga conversación en su casa, en Extremadura, un encuentro en el que el expresidente llama la atención sobre cuestiones fundamentales del escenario internacional y nacional. Estas son sus reflexiones:
Por: Soledad Gallegos-Díaz El País
El capitalismo se autodestruye
El gran desafío es saber si el modelo económico financiero que se ha instalado en todo el globo es sostenible —y no le meto carga ideológica alguna—. Yo creo que no. Dicho en términos manchesterianos, el modelo del capitalismo triunfante está destruyéndose a sí mismo por su insostenibilidad. Tengo una perspectiva socialdemócrata y creo que la distribución del ingreso es muy injusta, pero más allá de la discusión sobre la justicia social o mejores oportunidades en la predistribución de la riqueza, un poco más allá del debate ideológico, hay una realidad, y es que la sostenibilidad de este modelo económico va a fracasar. Las sociedades no soportarán una nueva crisis. Ese es el primer elemento de análisis: el modelo no es sostenible desde el punto de vista socioeconómico.
El segundo elemento es que las relaciones internacionales están viviendo una completa anomia, una falta de reglas. Las pocas que se construyeron después de la II Guerra Mundial están destruyéndose. Y las nuevas reglas, construidas más recientemente, no se están respetando. Hay una falta de acatamiento al derecho, a la norma, que se refleja, por ejemplo, en la crisis de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en la crisis de los acuerdos de desarme y no proliferación nuclear, y en la crisis del cambio climático. Podríamos citar algún caso más, pero la cuestión es que todos los mecanismos de ordenación están siendo negados y abandonados. Hay un absoluto desprecio por la normatividad, por el derecho, por las reglas que hace que las decisiones sean arbitrarias. El más claro protagonista es Trump, claro.
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