Acontece un nuevo año, pero una vez más, como en todos los últimos años, no amanece en nuestro país. El atraso, la pobreza y el abuso perseveran como sombras que desafían el calendario, se prolongan indefinidamente: centenares de presos políticos, el hospital de niños de Caracas sin agua, millones de seres vulnerables esperando una caja Clap cuyo contenido ha menguado en 50%, las reservas internacionales del Banco Central en irrisorios 6.600 millones de dólares, de los cuales apenas mil millones son dinero líquido, nuestro agonizante signo monetario, salta en un solo día de 60 mil a 73 mil bolívares por dólar, ancianos jubilados tratando de convertir en comida cripto monedas cuyo valor cae 40% desde que las recibieron, la otrora poderosa PDVSA, sin capital y abandonada por su personal, languidece y cede operaciones a firmas rusas y chinas, los apagones y la escasez de agua, gas doméstico y gasolina castigan al país, incluida la protegida ciudad capital, sigue exonerada la importación de bienes para asegurar algún abastecimiento, incluidos autos usados para reemplazar a nuestra extinta industria automotriz, nada detiene los abusos y ajusticiamientos extra judiciales, se prepara el asalto definitivo a las universidades autónomas…
Continúa abolida toda razón económica. La fantasía del dólar circulante atonta y satisface a una minoría. En el espejismo de reanimación económica la moneda verde solo sirve para consumir, no para producir. No hay inversión pública ni privada. Ningún esfuerzo visible para recuperar y mejorar los servicios de energía eléctrica, agua, teléfonos, internet, transporte urbano. Todos tienen pronóstico de colapso. Lejos de reanimarse la inversión privada, ésta se marcha, es también parte de la diáspora.
Entre tanto, el cesarismo delincuencial sonríe y se burla sobre el abismo. La nochevieja, con potentes rayos laser que reían desde lo alto del Ávila, se anunciaba que este año vienen los casinos. Habrá nuevas fiestas. Pero solo para muy pocos invitados.