En septiembre de 2011 las reservas internacionales de Venezuela en oro alcanzaban a US$21,3 millardos. A fines de 2019, por información del propio Banco Central de Venezuela (BCV), apenas restan US$4.8 millardos. De éstos, US$1.3 millardos están bajo custodia del Banco de Inglaterra, fuera del alcance del usurpador. Esa institución ha reconocido a Juan Guaidó como presidente interino del país.
Mientras merma la cantidad de oro en las bóvedas del BCV, el régimen aúpa y protege una frenética carrera por el metal precioso, que evoca el histórico California Gold Rush de 1848, sabiamente ilustrado por Charles Chaplin en su famosa película. Nuestra fiebre del oro es tan desprolija y salvaje como aquella de hace más de siglo y medio, al arbitrio de salteadores de toda ralea. Es irreparable e incalculable el daño ambiental que la brutal minería ocasiona al suelo frágil de Guayana, a sus bosques y a la principal cuenca hidrográfica del país. Más devastador que todos los incendios forestales que hoy ocurren. Tragedia que no le quita el sueño al usurpador ni a los militares del Arco Minero.
Paradójicamente, mientras bajan las reservas de oro en el BCV, aumenta su explotación. Pero el producto de la extracción corre por oscuras vertientes, por caminos verdes similar al descarado contrabando de nuestra gasolina. El oro no sale en camiones, sino en aviones de dos compañías, una turca, MNG airlines, y otra rusa, con destinos tan desvertebrados como Dubai, Turquía o Uganda.
El régimen pretende distraer la atención publica con el señuelo del inventado Petro. Pero lo realmente contante y sonante es el oro y su entorno. Se desconoce el destino final del retorno monetizado del oro, no sabemos cuánto se materializa en lavado, en autos de lujo, en bodegones, en casinos… Es tema de máximo interés para todos los venezolanos. Tema de investigación para la legítima Asamblea Nacional.