El pensamiento mágico ha definido la manera en la que el hombre interpreta su entorno durante milenios. Es aquello que llevaba a las etnias indígenas a bailar en tiempos de sequías, como si buscaran conmover a algún dios escondido. Es el africano yoruba y su mitología que le permite saberse hecho de arcilla, moldeado por un Creador. Es, también, el europeo con la Santísima Trinidad y su Biblia que le indica verdades absolutas y destinos post mortem.
En este sentido podríamos describir al pensamiento mágico como la tendencia a atribuir causalidades a hechos que no tienen nada que ver entre sí. Es aquello que, por ejemplo, lleva a un individuo a realizar ritos o sacrificios en búsqueda de un fin particular, aunque no exista una explicación empírica de como dichos rituales podrían provocar los resultados deseados.
Sin embargo, procesos intelectuales desencadenados por la Ilustración a mediados del siglo XVIII han dado paulatinamente a la razón, acompañada del método científico, un papel más protagónico. Esto es cierto en gran parte de Occidente, en donde el número de adeptos religiosos disminuye cada día; lentamente el escepticismo se hace status quo. Pero existe una región occidental de la cual no se puede afirmar esto: Latinoamérica. Allí la religión, el rito y la mística están en casa.
Y es que América Latina es el punto de encuentro de tres realidades y sus magias. Convergieron tres cosmovisiones tan fantásticas como diferentes. El indígena con sus chamanes, el negro africano con sus divinidades ‘orisha’ y el colono blanco con sus santos crearon un espacio inusualmente fértil para el pensamiento mágico. El mestizaje étnico vino acompañado del sincretismo religioso, dejando como resultado una región que se caracteriza por una invaluable variedad de rituales y liturgias.
Un ejemplo ideal es la santería, especialmente popular en el Caribe pero presente a lo largo de toda la región y hasta en España. Esta creencia religiosa une elementos del catolicismo y la cultura africana yoruba; los esclavos negros de las islas del Caribe, pero también de Venezuela, Colombia y Brasil fueron los responsables de su creación. Al habérseles prohibido las expresiones religiosas que no fuesen católicas, los esclavos decidieron que los santos cristianos no eran más que manifestaciones de sus propios dioses. A partir de entonces nace una nueva expresión de lo religioso: al rezarle a San Lázaro se le estaría rezando también a la divinidad yoruba Babalú Ayé, ya que a ambos se le atribuyen facultades curativas. Dependiendo de quien la practique, la santería puede incluir sacrificios animales, peregrinajes y vestimentas particulares. En algunos casos, al sacrificar un animal se intenta que sea uno particularmente fuerte y saludable, ya que se cree que esos atributos se trasladarán al practicante por medio de sus santos. El sacrificio animal, un ritual tan antiguo como la especie humana, encuentra su entrada al siglo XXI.
El chamanismo como alternativa medicinal es observable en casi todos los países amazónicos. La brujería negra y blanca, a través de la cual se puede decidir la zozobra o la dicha de un individuo, hace presencia desde México hasta Bolivia. En Brasil, la “macumba”, una tradición religiosa parecida a la santería, es parte de la cotidianidad de miles de personas y su práctica se extiende en algunos casos hasta Argentina. Haití es el país del vudú, práctica religiosa de origen yoruba, establecida como religión oficial durante el gobierno de los Duvalier (1957-1986).
Todas estas expresiones responden a estructuras sociales particulares y a las necesidades de las comunidades. En países en los que el sistema médico público es deficiente o inexistente, claramente existe un mayor potencial para la invención de métodos que sustituyan a la medicina tradicional occidental, aunque estos se basen en la superstición. El fenómeno de la santería nace a partir de la resistencia del esclavo negro a la estructura religiosa colonial, rigurosa y agresiva; la tradición logró sobrevivir a la persecución y la prohibición a través del ingenio. Al mismo tiempo, las fallas estructurales de América Latina han resultado en una distribución de riquezas que deja más perjudicados que beneficiados. Quizá la magia en el pensamiento no es más que una expresión colectiva de frustración frente a un entorno institucional y social al cual la creación de oportunidades se le hace muy difícil. Tal vez es el individuo buscando la salida de un laberinto que han creado siglos de explotación, mala administración y caudillismo.
El pensamiento mágico crea una indivisibilidad entre lo real y lo fantástico, es un fenómeno cultural que ha inspirado innumerables páginas y óleos a lo largo de toda la región. ¿No es el realismo mágico de García Márquez una expresión literaria que refleja la irracionalidad de su entorno y la convergencia de lo maravilloso con lo real? Del mismo modo, la más popular y admirada de las novelas venezolanas es ‘Doña Bárbara’ de Rómulo Gallegos, aquí la protagonista hace uso de la brujería para enloquecer a los hombres y sacarles provecho económico. Curiosamente se suele celebrar el realismo de dicha novela, es decir, la honestidad narrativa con la que el autor expresa lo observado en la realidad, desarrollando a los personajes de modo que reflejen los hechos sociales del momento. Las novelas realistas europeas suelen abordar temas como el amor, el dinero o la moral. Lo mágico queda por lo tanto radicalmente excluido. El realismo latinoamericano debe, por otro lado, aceptar a lo fantástico y tratarlo con naturalidad.
El pensamiento mágico es parte de la conciencia general latinoamericana. Los años y la modernidad no lo han mitigado, sus manifestaciones se han multiplicado con el tiempo: la tradición ha hecho de la magia algo cotidiano. Lo empírico queda relegado a un segundo plano y el escepticismo es poco más que una excepción. El cínico dirá que es en detrimento de la cultura, el romántico que la enriquece. Independientemente de juicios de valor, este fenómeno seguirá desafiando la razón y sus parámetros. La búsqueda elemental del hombre por algo que lo supere y vaya más allá de los sentidos adquiere nuevas dimensiones en América Latina.